Independentismo
¿Por qué el independentismo ha convertido al Rey en su principal enemigo?
El separatismo ha puesto al Monarca en el punto de mira en su embestida contra el Estado
A lo largo del «procés», el independentismo ha ido señalando enemigos españoles –Poder Judicial, Guardia Civil, Policía Nacional...–, pero ninguno sobresale tanto como la Monarquía. En el marco de su campaña para desprestigiar a España, el separatismo ha colocado ahora como objetivo prioritario tumbar al Rey –erigido en principal símbolo del «régimen del 78»– y ha impulsado una cruzada que, gracias a la complicidad de Podemos –con Ada Colau a la cabeza, ha despertado de nuevo su beligerancia contra la Casa Real–, coge cada vez más vuelo en Cataluña. La estrategia de erosión sistemática a la Corona viene de lejos, pero nunca había alcanzado un grado tan alto de hostilidad como ahora.
¿El origen? El origen de esta animadversión creciente del independentismo hacia la Casa Real cabe situarlo en el discurso que pronunció el 3 de octubre de 2017, 48 horas después del referéndum ilegal del 1-O. Aquella jornada, el separatismo, encolerizado por las cargas policiales, se echó masivamente a la calle y convocó una huelga que paralizó prácticamente toda Cataluña. A última hora de la noche, el Rey replicó y emitió un discurso en el que reprendió la deriva del separatismo, algo que el independentismo nunca ha perdonado. Nunca ha perdonado que tomara partido en el problema político y, además, se ha dedicado a tender sospechas sobre su implicación en la fuga de empresas de Cataluña tras el 1-O.
Hasta entonces, ¿qué relación mantenía el independentismo con la Monarquía? Lo cierto es que los ataques a la Casa Real siempre han menudeado entre el nacionalismo catalán, aunque durante muchos años siempre habían sido residuales y las instituciones catalanas habían marcado distancias. Las instituciones trataban de mantener el respeto hacia la Monarquía, mientras que, de forma muy esporádica, desde la sociedad civil –ya desde los años 80– se impulsaban acciones de rechazo al Rey. Sin embargo, con el estallido del «procés» se han ido acrecentando hasta el punto de que cada visita se convierte en una expresión de hostilidad que ha conducido al Gobierno a vetar su presencia en Cataluña, como ocurrió en el acto de entrega de los despachos a los jueces hace dos semanas por temor a la crispación.
Un ejemplo como el de la inauguración del estadio olímpico Lluís Companys en septiembre 1989 permite visualizar la disonancia entre la Generalitat y la calle ya desde la restauración de la democracia. En aquella ocasión, la visita del Rey fue recibida con abucheos orquestados y animados desde organizaciones políticas nacionalistas, pero el Govern liderado por Jordi Pujol, lejos de quedarse de brazos cruzados, se vio obligado a aprobar un comunicado lamentando y condenando los hechos y manifestando su adhesión al Rey y la Corona. Ese gesto de Pujol ilustra a la perfección el grado de cercanía y sintonía que había entre ambas instituciones, algo impensable en estos momentos.
Tanto es así que ahora las relaciones están «rotas», a iniciativa de Quim Torra. Según expuso el expresident el 22 de junio de 2018, desde ese momento, la Generalitat no participaría en ningún acto de la Casa Real ni invitaría a la Monarquía a ningún acto propio. En el origen está el discurso del 3 de octubre de 2017: Torra exigió al Rey que pidiera perdón. El discurso del 3-O, por tanto, todavía resuena con fuerza en el seno del independentismo, que se resiste a pasar página.
No obstante, cabe reseñar que las relaciones entre Monarquía y Generalitat atravesaron años de gran proximidad, algo que se puede ilustrar con un buen número de ejemplos: como cuando en 1985 –en la segunda visita oficial del Rey a Cataluña después de la de 1976–, el Rey presidió una reunión del Govern; o, como cuando Pujol, en sus visitas a mandatarios extranjeros –como en 1990 al entonces emperador de Japón Aki Hito– ensalzaba la figura de Don Juan Carlos.
Esa proximidad –aunque sin llegar a ese nivel– también se ha dado incluso con primeros espadas del «procés», como con el propio Carles Puigdemont, que ha destacado en más de una ocasión su relación cordial con el Rey Felipe VI cuando era alcalde de Girona y el Monarca acudía anualmente a los Premios Fundación Princesa de Girona. Ahora, en cambio, Puigdemont se ha convertido en uno de los principales instigadores de la campaña contra la Monarquía y ha impulsado, entre otras acciones, una objeción fiscal contra la Corona.
En cambio, Esquerra, que siempre –históricamente– ha liderado en Cataluña esa campaña contra la Monarquía, trata de capitalizar esa bandera con iniciativas y soflamas. La famosa proclama de «Mori el Borbó» (Muera el Borbón) lleva el sello de ERC: fue pronunciada por Joan Tardà en un acto contra la Constitución en diciembre de 2008 y ha mantenido mucho eco.
El argumentario del independentismo contra la Casa Real ha encontrado en la salida del Rey Emérito a Emiratos Árabes Unidos un nuevo punto de apoyo: en este sentido, la beligerancia ha tomado una marcha más y entidades como Òmnium Cultural han optado por la vía judicial –querella contra Don Juan Carlos ante el Tribunal Supremo y acciones en Suiza (petición del bloqueo de sus cuentas)–.
Además, el independentismo, que ha adoptado como eslogan recurrente el «Catalunya no tiene Rey», también trata de apoyarse en los datos de las encuestas del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat para cargar contra la Monarquía: en los periódicos barómetros que realiza, la Casa Real siempre aparece como la institución peor valorada entre los catalanes –recriminan que el CIS, en cambio, no pregunte por la Monarquía–.
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