Historia

Los crímenes sin resolver de Barcelona

El libro «El asesino anda suelto» rescata los asesinatos más enigmáticos que vivió la capital catalana en la posguerra

La ciudad de Barcelona vista desde Montjuïc.
La ciudad de Barcelona vista desde Montjuïc.Joaquín Aranoa

Una Barcelona en blanco y negro, en la que la posguerra mostraba su peor cara. Eso es lo que aparece en las páginas de un libro que acaba de publicarse de la mano de Comanegra, «El asesino anda suelto», un trepidante trabajo de investigación de Paco Villar. En él se recuperan una decena de episodios de la historia reciente de la capital catalana, entre 1940 y 1958, a partir de datos ocultos durante demasiado tiempo en archivos policiales y judiciales. Todo ello para volver a traer a la luz lo que el tiempo y el olvido ha querido que no se conozca, tal vez por ser demasiado incómodo y porque nunca se resolvió determinado asesinato, uno de esos momentos de la historia barcelonesa que para muchos es sinónimo de vergüenza.

Villar no se ha limitado a llevar a cabo una pesquisa de hemeroteca sino que cada uno de los casos expuestos en su libro tiene como base el sumario penal, un hecho importante porque de esta manera podemos acompañar a la Policía mientras trataba de poner nombre y apellidos a los culpables de los crímenes. La decena de casos seleccionados para «El asesino anda suelto» son, en palabras del autor, «además del misterio que conllevan, constituyen un retrato social de una época (la franquista) y de una ciudad (Barcelona)».

El primero de estos misterios tiene lugar muy poco después de la entrada de las tropas de Franco a la capital catalana el 26 de enero de 1939. El día 8 de febrero, Juan Pastallé Pastallé, el jefe de Explotación de la Compañía de Riegos y Fuerzas del Ebro, de 45 años, viudo y con dos hijas, entró en su domicilio de la calle Rosellón, número 118, para comer. No iba solo sino acompañado de un desconocido, el responsable del disparo que Pastallé recibió en la cabeza tras salir del ascensor. El autor de los hechos salió corriendo y la víctima falleció poco después en el Hospital Clínico. En un primer momento se pensó que todo aquello fue un robo, aunque la hipótesis quedó descartada. Fue entonces cuando se empezó a sospechar en el hijo de Carmen Sellarés, la mujer con quien Juan Pastallé compartía su vivienda tras haber enviudado. Pero todo acabó llevando a la Policía a un callejón sin salida de un caso que sigue hoy sin conocer resolución alguna.

Otro episodio tratado en el libro de Paco Villar es el de José Calabuig Carbonell, un valenciano cocinero de profesión, soltero y sin hijos, que a sus 37 años conoció la muerte por fractura craneal traumática entre el 4 y el 6 de abril de 1943, en la calle Obradors. Calabuig era un empleado ejemplar al que elogiaban sus jefes, pero –como señala el autor del libro– «llevaba una doble vida: era homosexual en una época en la que serlo se consideraba una enfermedad, además de una inmoralidad, una aberración y un vicio repugnante». Eso hacía que Calabuig, también conocido como «Pepe la Valenciana», tuviera que moverse en la clandestinidad. En un piso de la calle Obradors organizaba encuentros entre jóvenes sin recursos con gente que pagaba por tener encuentros sexuales. Todo ese entramado saltó por los aires con el asesinato de Calabuig. Ignacio Pellicer, el hombre que descubrió el cadáver de la víctima, fue el sospechoso favorito de los investigadores del caso, además de otras dos personas. Pese a todo, los tres acabaron presentando coartadas sólidas y no aparecieron pruebas que demostraran de forma determinante su culpabilidad. Otro misterio sin resolver todavía.

En un tiempo tan convulso, tampoco podía faltar en «El asesino anda suelto» un relato real de espías, como sucedió con la muerte de la baronesa Agnes von Fries. El asunto involucró a algunos de los nombres más destacados de la aristocracia del país, además de apenas ocupar espacio en los medios. Tampoco lo tuvieron fácil los policías que se dieron de bruces con no pocos problemas al querer saber quién mató a quien se consideraba como una presunta espía internacional. Incluso uno de los nombres más destacados del régimen, el escritor Dionisio Ridruejo, tuvo que pasar por el juzgado. Dos años y medio después de ser asesinada, el caso quedaba para siempre en punto muerto pasando a ser un relato condenado al olvido.