Arte

Días de toros y divorcios: la última vez que Picasso visitó Barcelona

El nuevo volumen de la biografía del artista de John Richardson aporta nuevos datos sobre los días pasados en la ciudad

Pablo Picasso, en el centro de la imagen, con sus familiares en Barcelona, en 1933
Pablo Picasso, en el centro de la imagen, con sus familiares en Barcelona, en 1933Museu Picassofreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@40deb465

En 1933, Pablo Picasso volvió a Barcelona después de varios años de ausencia. Era su ciudad donde se había formado como hombre, donde había tenido su primer taller y donde había conocido algunos de sus primeros ídolos pictóricos, de alguna manera rivales a los que luego superaría con creces. No había regresado a la capital catalana desde su última visita en 1926.

Según explica John Richardson en el recién publicado último volumen de su inacabada y póstuma biografía del genio malagueño, el interés de Picasso por Barcelona era poder asistir a alguno de los festejos taurinos que se celebraban en la ciudad. Pero, por otro lado, estaba el reencuentro con su familia, especialmente su madre doña María y su hermana Lola. Era el momento de limar asperezas porque el pintor seguía enfadado con una situación que se había vivido en el domicilio de su madre, en el Paseo de Colón. En marzo de 1930, dos tipos, Miquel Calvet y Joan Merli, lograron enredarla para poder hacerse ilegalmente con algunas de las piezas de juventud allí guardadas. Cuando Picasso se enteró de todo aquello realizó una declaración ante el fiscal francés declarando que su madre había sido víctima de una estafa de la que «soy una víctima». Calvet y Merli habían estado «tomando ventaja de la gran edad y la credulidad de mi madre» apoderándose de «una muy gran colección consistente aproximadamente en 400 pinturas, dibujos y acuarelas».

Cuando Picasso inició un proceso judicial para poder recuperar lo que era suyo, Calvet aseguró que si habían comprado a doña María aquel fondo era porque su célebre hijo la había dejado de ayudar económicamente, hecho que era totalmente falso. El reencuentro barcelonés servía para constatar que todo había de alguna manera vuelto a la normalidad y que el artista estaba con los suyos.

Había otro motivo para acercarse a Barcelona. Desde hacía tiempo que su matrimonio con Olga bordeaba el fracaso y él llevaba una doble vida al mantener una relación con la joven Marie-Thérèse Walter con quien tendría una hija en 1935. En 1933, el Gobierno de la Segunda República ya había promovido una ley del divorcio y a Picasso le interesó poder consultar toda esa información con abogados barceloneses. Sin embargo, Olga y Pablo siguieron casados, aunque haciendo vidas separadas, hasta el fallecimiento de ella en 1955. Richardson también sostiene que en esos días barceloneses, el pintor trató de estimular en su hijo Paulo su interés por las corridas de toros, algo que sí conseguiría.

Uno de los momentos más emocionantes de aquellas vacaciones veraniegas fue el reencuentro de Picasso con uno de sus grandes amigos de juventud: el escultor Manolo Hugué. En el Hotel Ritz ambos se reencontraron rememorando los tiempos de loca bohemia en Els 4 Gats y en los burdeles de la calle Avinyó. Pese a que Hugué, además de un gran escultor se convirtió en un personaje propio de la picaresca, conservó los documentos originales que aportan no pocas luces sobre sus lazos de afecto con Picasso. En la actualidad pueden consultarse en los fondos de la Biblioteca de Catalunya.

Manolo Hugué no tenía su estudio y vivienda en Barcelona sino en Caldes de Montbuí donde vivía con su esposa Totote y su hija adoptiva Rosita. El escultor quiso rememorar tiempos pasados y hasta allí llevó a Picasso para celebrar una pequeña fiesta a la que asistieron algunos de los supervivientes de los gloriosos tiempos en los que soñaban con ser modernistas, como los hermanos Junyer-Vidal o los hermanos Soto.

Picasso siguió manteniendo el contacto con Manolo Hugué, aunque de manera epistolar. Cuando su querido amigo murió en 1945, el pintor siguió escribiéndose con Totote y Rosita, en ocasiones enviándoles algún original para que pudieran ganar algún dinero, sabedor que su desaparecido camarada no había sido muy hábil en aquello de ahorrar para el futuro. Las cartas, como ya se ha dicho, afortunadamente se conservan y en ellas, además de la generosidad picassiana, podemos encontrar algún comentario subido de tono de Pablo Picasso hacia la viuda de Manolo Hugué.