Documento recuperado

Dentro de la colección de Paul Éluard

LA RAZÓN accede al listado original que el gran poeta surrealista elaboró con su fondo para Roland Penrose

Una imagen del inventario de Paul Éluard
Una imagen del inventario de Paul ÉluardLa Razón

En las últimas semanas han salido a la luz una serie de documentos que en su momento formaron parte de los fondos de Cécile Éluard, la que fuera hija de Gala y Paul Éluard. Son cartas que nos permiten conocer un poco más de la vida de uno de los grandes nombres del surrealismo literario, uno de los mejores poetas en lengua francesa del siglo XX. Más allá de las misivas que se han dado a conocer recientemente, por ejemplo en este diario, escritas por un enamorado Max Ernst a su amante Gala, con el visto bueno de Éluard, una de las últimas revelaciones de este archivo nos permite saber qué colgaba en las paredes del matrimonio Éluard.

Estamos hablando de una elaboradísima nota manuscrita en la que Paul Éluard hace inventario de su colección privada. Es un documento único que nos permite conocer de primera mano el gran fondo artístico que creó formado, especialmente, por la producción de algunos de sus amigos, muchos de ellos iconos de las vanguardias artísticas.

La carta fue redactada el 27 de junio de 1938 e iba dirigida a Roland Penrose, uno de los nombres más importantes de la crítica de arte inglesa, además de ser él mismo también poeta, artista de gran talento y uno de los primeros biógrafos brillantes de Picasso. A Penrose se le debió iniciativas culturales brillantes como fue la exhibición de «Guernica» en Reino Unido.

En el momento en el que Éluard se puso en contacto con Penrose, las cosas no pintaban muy bien para el primero. Su matrimonio con Gala hacía mucho tiempo que se había roto, aunque Éluard albergaba la ingenua esperanza que ella algún día dejaría a Salvador Dalí para volver con él, algo que nunca pasó. Su pareja en aquel entonces era la artista francesa Nusch que posó, entre otros, para Picasso. Desde el punto de vista literario y político, Paul Éluard había roto ese 1938 con quien había sido su amigo André Breton por las discrepancias de ambos en su aproximación al comunismo.

Éluard necesitaba dinero y su propia colección podía ayudarlo. A ello se sumaba la voluntad de Penrose de seguir ampliando sus propios fondos. La carta que ahora ve la luz se iniciaba con un manuscrito de este último, una especie de recibo en el que dice que «yo, el abajo firmante Roland Penrose, declaro haber pagado la suma de 100 libras esterlinas a Paul Éluard (Grindel) en concepto de depósito para la compra de su colección de pinturas y objetos compuesta por alrededor de un centenar de piezas: 6 Chirico, 10 Picasso, 40 Marx Ernst, 8 Miró, 3 Tanguy, 4 Magritte, 3 Man Ray, 3 Dali, 3 Arp, 1 Klee, 1 Chagall y varias otras pinturas y objetos. El resto del precio acordado de 1.600 libras esterlinas se pagará a más tardar el 1 de noviembre de 1938 contra los artículos vendidos que me llevaré al 54, rue Legendre. Roland Penrose».

En las otras dos páginas, Paul Éluard hace inventario de todo cuanto poseía desde el punto de vista artístico. Estamos hablando de una de las más importantes colecciones existentes sobre lo que entonces era la creación emergente, guardada en el París previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Éluard apunta que en el caso de Picasso era propietario de una escultura de 1914, así como la acuarela «Los bailarines» (1915), varios grabados o un retrato de Nusch de 1937. También podemos saber que conservaba tres trabajos de Salvador Dalí, uno de ellos «un gran dibujo» de 1936. De otro nombre catalán, Joan Miró, custodiaba ocho piezas, como dos óleos de 1925 titulados «El fumador», así como una paleta de 1930.

El artista mejor representado con diferencia era Max Ernst, con 39 piezas, entre grabados, «collages» y pintura. Igualmente Éluard, en su inventario, también incluye a Chirico, Arp, Magritte, Man Ray, Picabia, Domínguez, Klee o Chagall.

Una mención aparte la merece el interés por el arte antiguo, aparentemente sin relación con las vanguardias, aunque podría percibirse en algunas de estas piezas el origen de la modernidad, como supo ver en las culturas íberas, africanas o en la tradición románica Picasso para su gran lienzo «Las señoritas de Aviñón». Éluard tenía estatuas procedentes de Filipinas, Nueva Zelanda, Bali, Costa Rica, Nueva Guinea, Nuevo México, Perú e, incluso, un hueso tallado de origen esquimal.

A Picasso no le gustó esta operación, pero luego dijo que al menos la hicieron dos amigos.