Fotografía

El fotógrafo que capturó la imagen más dura de la Transición

El Arxiu Nacional de Catalunya recupera las imágenes de Carlos Bosch

Una de las fotografías de la exposición
Una de las fotografías de la exposiciónCarlos Bosch

La Historia se puede contar de muchas maneras, aunque en ocasiones lo que prevalece es un relato: el de los vencedores, el de aquellos que se preocupan por ocultar la mirada de los derrotados. Así que, además de los documentos, lo mejor es acudir a los testimonios directos, a quienes vieron hechos y personas, momentos y episodios que en ocasiones han sido tergiversados para construir un relato que poco tiene que ver con la realidad. En el caso de la Transición vale la pena buscar las imágenes de aquellos que con su cámara supieron capturar lo que no sale en los libros, lo que fue en su momento una noticia periodística, pero que se ha ido injustamente desdibujando.

El Arxiu Nacional de Catalunya presenta estos días una exposición fascinante, una cita obligada para los que quieren conocer nuestro pasado más reciente, porque permite recuperar la mirada dura y sincera de Carlos Bosch sobre los años que siguieron a la desaparición de Franco, cuando España trataba de convertirse en una democracia parlamentaria.

Exiliado argentino, Bosch llegó a Barcelona en febrero de 1976, poco tiempo después de la muerte de Franco, cuando el país era un hervidero y todavía no estaba muy claro qué rumbo iba a tomar. Se daba la paradoja que Bosch aterrizaba en España escapando de un infierno como era una feroz dictadura militar, la de la Argentina de Videla, pero se encontró con el final del franquismo y la lucha, no siempre pacífica, por alcanzar las libertades democráticas.

Fue a partir de ese momento que empezó a consolidarse como uno de los grandes periodistas gráficos de su tiempo, iniciándose en las páginas de «El Correo Catalán», además de poner en marcha las secciones gráficas de medios como «Primera Plana», «El Periódico de Catalunya» e «Interviú», un camino que concluyó con sus colaboraciones en «El País».

Para Bosch, su trabajo no era, como él mismo decía, «fine art». En este sentido, el periodista gráfico aseguraba que «hago documentos fotográficos cuando quiero, todos falsos; miento todo el día. Cuando trabajé de periodista, siempre mentí, nunca dije la verdad, como todos los periodistas que enfocan su lente y falsifican la realidad».

Su trabajo fue único: logró hacer algunos de los últimos retratos de Julio Cortázar o captó instantes de la etapa más agónica en la vida de Salvador Dalí, además de fijarse en la cara B de la historia de un país que había vivido cuarenta años de espaldas a la realidad por culpa de una larguísima dictadura.

En la exposición se presentan más de sesenta imágenes que nos permiten contemplar desde una concentración de nostálgicos del franquismo en Paracuellos del Jarama a las víctimas del aceite de colza, una transición en blanco y negra, honesta y dura, una mirada crítica que no es revisionista sino que es la pura realidad. Por todo ello, Carlos Bosch era conocido por su compañeros de profesión con un alias que era declaración de intenciones: El Guerrilero.

Buena prueba de la pericia de Bosch como reportero fue una exposición que realizó en agosto de 2004 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti de Buenos Aires y titulada «El huevo de la serpiente». En ella recogía su labor, cámara al hombro, como infiltrado en los movimientos de ultraderecha españoles durante tres años. Son imágenes únicas, de las que hay una muestra también en el Arxiu Nacional de Catalunya, que reflejan el papel de organizaciones como Fuerza Nueva, en actos que no ocultaban su nostalgia por un régimen que afortunadamente ya había desaparecido, pero del que quedaban algunos resquicios. De esta manera, Carlos Bosch pudo seguir a algunos seguidores del franquismo en actos públicos, como en el segundo aniversario de la muerte de Franco o el celebrado también en Paracuellos de Jarama.

Para el protagonista de la muestra «fotografiar es siempre memoria», como le gustaba asegurar. El periodista Mempo Giardinelli aseguraba a este respecto que «resulta imposible mirar las fotografías de Carlos sin sentir un sacudón. Quizás por aquello que ya tengo escrito: que sus obras perfectamente pueden inscribirse en el Art-Brut, tradición que inauguraron Dubuffet y Breton y en la que el grotesco y la violencia resultan siempre tan armónicos como relevantes y ominosos».

Una de las grandes funciones de las instituciones públicas, especialmente aquellas que son depositarias de la memoria de muchos, con independencia de su color político, es mostrarnos los documentos –ya sean escritos, visuales o sonoros– que nos ayudan a entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. La exposición en el Arxiu Nacional de Catalunya es un buen ejemplo de ese saber hacer sobre la historia.