Ciencia
¿Cómo obtener oro a partir de la orina?: La receta de Henning Brandt
Estamos ante una de las historias más clásicas de la química, o, mejor dicho, de la alquimia. Gracias a los extraños experimentos de Henning Brandt no encontramos la piedra filosofal, pero sí un nuevo elemento: el fósforo.
Cuando escuchamos la palabra “alquimia” nos vienen a la mente imágenes de sabios trabajando en oscuros sótanos. Místicos obsesionados con ocultar sus avances en pos de la fórmula que permitiera dar la vida eterna o transformar cualquier metal en oro. Imaginamos a un anciano de larga barba blanca y ropa holgada, sublimando compuestos en su crisol, a la vera de un gran horno de atanor. En ese caso no estaríamos del todo equivocados, aunque tampoco sería toda la verdad. La historia de la alquimia se mezcla con la leyenda hasta hacerlas casi inseparables, convirtiéndose en abono para la fantasía.
No obstante, su origen es antiguo, y desde los primeros maestros alquimistas hasta los últimos, esos que imaginamos relegados a las catacumbas, han pasado muchas cosas. Sin ir más lejos, el origen de la palabra “alquimia” y “química” es el mismo. Provienen del árabe antiguo “Al-Kimya” que parecía hacer referencia a la piedra filosofal, nombre que a su vez vendría del egipcio “khem” aludiendo a la negra tierra que el Nilo dejaba tras cada crecida. Un lodo fértil del que para los egipcios emanaba la vida y que, a priori, podría ser la clave para transmutar los metales en oro. Durante mucho tiempo la alquimia era lo más parecido que existe a nuestras ciencias químicas, gracias a ella descubrimos extrañas propiedades de la materia y elementos totalmente nuevos. Elementos que brillaban en la noche y ardían con el aire, como el fósforo, que cuenta con una de las historias más curiosas y escatológicas de la ciencia.
Henning Brandt y la piedra filosofal
El nombre de nuestro protagonista es Henning Brandt y su historia ocurre hacia el final de la alquimia, en aquellos tiempos que encajan a la perfección con nuestros prejuicios. Henning trabajaba en Hamburgo, ocupando sus horas en la farmacia y soplando vidrio. Por un lado, eran las habilidades que le hacían ganarse el pan, pero también las que le habían permitido desarrollar su afición fuera de las horas de trabajo. Su conocimiento de los fármacos, de cómo producirlos y de las reacciones químicas que hasta la fecha se conocían, combinaban a la perfección con su destreza fabricando recipientes de vidrio de todas las formas y tamaños. Lo que a Henning realmente le apasionaba era la alquimia y tenía la suerte de contar con el laboratorio y los conocimientos necesarios.
Y, por supuesto, como ocurre con tantas otras personas, el objetivo vital de Henning no estaba en crecer profesionalmente, sino en su afición. Entre sus fogones y matraces, el farmacéutico participaba en aquella tácita carrera por obtener oro a partir de otros elementos. Buscaba la piedra filosofal que le permitiera conseguir tal hazaña, pero ¿dónde encontrarla? Grandes sabios como Nicolás Flamel ya habían devanado sus sesos en la búsqueda de tal piedra, mucho antes que Henning, pero con nulo resultado. Historias muy pretéritas mantenían encendida la llama de los alquimistas, esperando que, si los egipcios realmente habían conseguido la transmutación, es que era posible. Y si era posible ¿por qué no podrían conseguirlo ellos?
Henning probó con todo lo que pasó por su mente, ebullendo, precipitando y deshidratando cualquier materia sospechosa de poder esconder la piedra filosofal. Ya no le quedaban demasiadas ideas cuando, de repente, lo vio claro. El oro era amarillo y él conocía algo muy amarillo, algo que, además, era producto de una de la máquina más maravillosa y elevada de la creación: el cuerpo humano y su misma “fuerza vital”. Había llegado la hora de mirar en la orina.
Si es amarillo es oro
Así, tal y como suena, Henning llegó a la conclusión de que la piedra filosofal, que no era tal piedra, sino algún tipo de sustancia terrosa y seca, debía de estar diluida en nuestros fluidos más “dorados”. Como en toda anécdota, existen varias historias donde las cifras cambian de versión en versión, pero sin lugar a duda, nuestro alquimista se tomó el trabajo en serio. Consiguió reunir varias decenas de cubos llenos de litros y litros de orina humana. Era importante que fuera humana, porque, aunque muchos animales orinaran, nuestro cuerpo parecía más puro, espiritualmente más elevado.
Según ha llegado hasta nosotros, los pasos que siguió Henning, o al menos los que acabó perfeccionando, eran como sigue (aunque con distintas palabras). En primer lugar, se ha de hervir la orina evaporando la mayor parte del agua que contiene hasta dejarla con una textura cremosa, como una reducción nada apetitosa. Alcanzado este punto habrá que seguir calentándola hasta que de ella emane un aceite de color rojizo que separaremos inmediatamente. A continuación, dejaremos que lo sobrante se atempere hasta que se separe en dos capas: una superior parecida a una mousse negra y otra inferior que contendrá sales a medio cristalizar. Para el siguiente paso tendremos que recuperar el aceite rojo y mezclarlo únicamente con la mousse negra en un nuevo recipiente, mezclarlo bien y calentarlo a fuego vivo durante nada menos que 16 horas. Durante el proceso, veremos que una fumata blanca abandona nuestro caldo, seguidamente, aparecerá un nuevo sobrenadante de aceite que también retiraremos.
El resultado de todo esto debería de ser un residuo, que, si pasamos por agua fría quedará solidificado, como un polvo grumoso. La primera vez que lo obtuvo, Henning no podía creer lo que estaba viendo. Fuera lo que fuese era algo nuevo, porque si apagaba las luces brillaba con la luz tenue de una gran luciérnaga atrapada entre los vidrios de su laboratorio. Pero había más, porque si la liberaba, si permitía que entrara en contacto con el aire, esta ardía espontáneamente. Aquello era maravilloso, sin duda, pero, aunque todavía no sabía de qué se trataba, tenía una certeza: esa cosa no era oro.
Un nuevo elemento
Lo que Henning acababa de descubrir era el fósforo, que dio a las sustancias que brillan en la oscuridad el nombre de “fosforescentes” (del griego “phosphóros”, que trae la luz). Uno de los elementos fundamentales para la química orgánica y por lo tanto para la vida. Junto con el carbono, el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno y el azufre es uno de los principales constituyentes de los seres vivos. Un elemento con propiedades interesantes incluso para la industria y que desde entonces ha sido producido masivamente, aunque no con orines, claro, habrían hecho falta demasiados. Pronto descubrieron que podían obtener el mismo elemento usando otros materiales menos pestilentes, como los huesos, aunque actualmente se extrae de minerales. En ellos, el fósforo se puede encontrar formando parte de moléculas más complejas, estabilizándolo y evitando que se oxide en una violenta reacción flamígera.
Desde entonces el fósforo se ha vuelto una parte indispensable de nuestra industria y lejos de ser utilizado solo para fabricar cerillas, este elemento juega un papel crucial en la seguridad alimentaria, en la sanidad, y en otros sectores indispensables de nuestra sociedad. Por desgracia, pese a la enorme cantidad de fósforo que podemos encontrar en la corteza terrestre (en torno a 4 mil billones de toneladas) solo podemos aprovechar una pequeña parte, unos 2 millardos, que es 2 millones de veces menos.
De todo esto, lo que realmente llega al consumidor es todavía menos, y cada vez notamos más su ausencia. Hace décadas que se advierte sobre la escasez de esta sustancia y ya no podemos volver a los tiempos en que Henning destiló fósforo de la orina. Aquellos procesos son absolutamente inviables en una sociedad con los requerimientos y el tamaño que tiene la nuestra.
Hablamos del agua dulce, de los combustibles fósiles e incluso del coltán, pero son muchos los recursos que peligran por culpa de su uso descontrolado. Y no importa cuánto la busquemos, porque esta vez no habrá una piedra filosofal capaz de sacarnos de este apuro.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La alquimia, la neoalquimia, la neuroalquimia y el resto de sus variantes no son ciencia. En su momento la alquimia era una protociencia, en tanto a que no teníamos una forma mejor de aproximarnos al conocimiento científico. En cambio, sus principios y aseveraciones son falsos y apuntan en dirección contraria a la evidencia. Esto hace que actualmente la alquimia y sus ramificaciones sea entendida como una pseudociencia.
REFERENCIAS (MLA):
- Ashley K, Cordell D, Mavinic D. A brief history of phosphorus: From the philosopher’s stone to nutrient recovery and reuse. Chemosphere. 2011;84(6):737-746. doi:10.1016/j.chemosphere.2011.03.001
- Lougheed T. Phosphorus Paradox Scarcityand Overabundance of a Key Nutrient. Environ Health Perspect. 2011;119(5). doi:10.1289/ehp.119-a208
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