Animales
Cómo ordeñar un flamenco
Los mamíferos no somos los únicos animales capaces de producir fluidos con los que alimentar a nuestras crías. Puede que llamarle “leche” sea impreciso, pero su función es prácticamente idéntica.
Siempre hemos escuchado eso de que los mamíferos somos los únicos animales que producimos leche, pero esto no es del todo preciso. La realidad, es que somos los únicos animales que amamantan a su descendencia por el simple hecho de que solo nosotros tenemos mamas. De hecho, si nos ponemos estrictos hay mamíferos que tampoco no amamantan, como ornitorrincos y equidnas, que simplemente “sudan” la leche desde la raíz de algunos de sus pelos.
En cualquier caso, volvamos a lo que nos ocupa. Existen peces que secretan sustancias mucosas por la piel y artrópodos como algunas especies de cucarachas, arañas y pseudoescorpiones de cuyo cuerpo emanan fluidos para nutrir a su descendencia. Si decidiéramos llamar leche a esto, tal vez nos estaríamos excediendo, a fin de cuentas, la leche es mucho más que alimento, contribuye a reforzar el sistema inmunitario y la microbiota de las crías. Si al menos cumpliera todas estas características podríamos quedarnos tranquilos ¿no? Podríamos considerar que eso es simplemente un tipo diferente de leche, pero leche, al fin y al cabo. Pues bien, la sustancia que secretan los flamencos (Phoenicopterus) cumple todas esas cualidades.
Polluelos poco hábiles
Si alguna vez te has fijado en un flamenco te habrás dado cuenta de que tienen un pico realmente extraño. Por lo general la parte inferior del pico de los pájaros es más fina que la superior y se mueve con mayor libertad, como ocurre con los maxilares de la mayoría de los mamíferos. Sin embargo, los flamencos han invertido el juego. La parte superior de su pico es mucho más fina y es la que se abre y cierra para dejar que entre el alimento. El motivo es sencillo, su forma de alimentarse es única en el reino animal. Descuelgan su cabeza boca abajo y sumergen la mitad superior del pico. Ahora, abriéndose y cerrándose varias veces por segundo, el pico va dejando entrar tragos de agua, arrastrados por la lengua del ave que se retrae rítmicamente. Una vez llena, la boca se cierra y empuja el agua con la lengua, obligándola a pasar por una especie de filtros con forma de peines que tiene en su pico. De este modo puede retener pequeños insectos y crustáceos que ahora, raspará del peine usando una lengua llena de espinas.
Sí, eso es más o menos todo lo que ocurre dentro de la boca de un flamenco adulto y es un proceso bastante especializado. De hecho, lo es tanto que los polluelos no pueden hacerlo. Su pico todavía está recto y no cuentan con filtros o espinadas lenguas. Básicamente, son incapaces de alimentarse por su cuenta. Una opción sería que los adultos regurgitaran la comida en sus pequeñuelos, pero las cantidades que tendrían que suministrarles para nutrirles como necesitan son demasiado para sus cuerpecillos. La solución que por ensayo y error ha encontrado la naturaleza no es otra que leche. Esta se produce a través de unas glándulas repartidas por todo su largo esófago, de tal modo que el polluelo la ha de beber del pico de sus padres, porque efectivamente, tanto machos como hembras producen leche. Y aunque parezca mentira, los flamencos han condicionado su campo visual empeorando su capacidad de ver lo que tienen al frente a cambio de poder apuntar al pico de sus polluelos. En cualquier caso, es cierto que no contiene lactosa, el azúcar característico de la leche de los mamíferos, pero sus cualidades nutricionales no se quedan atrás.
Leche roja
La cantidad de proteínas y azúcares de la leche de flamenco es comparable con la nuestra y eso es suficiente para el polluelo. Pero hay más, porque junto con estas sustancias que la componen también se secretan células sanguíneas, glóbulos rojos transportadores de oxígeno y blancos, encargados de defendernos contra potenciales infecciones. Sumándose a estos están los anticuerpos, producidos precisamente por algunos de esos glóbulos blancos y que, aunque no son absorbidos por la cría, sí protegen su tracto digestivo de infecciones mientras su sistema inmune no termina de madurar. Finalmente, se escapan otro tipo de células, bacterias que colonizarán el intestino del “bebé” flamenco para ir formando su microbiota, popularmente conocida como “flora bacteriana”. Esta evitará que otras bacterias “malignas” infecten sus mucosas. Vamos, es leche en toda regla. Sin embargo, y a pesar de lo que se parecen sus propiedades, su aspecto puede resultar algo confuso, porque la leche de flamenco es roja.
Puede que hayas pensado que su color brillante se debe a los glóbulos rojos que contiene, pero no son suficientes. El motivo de que sea roja es el mismo por el que los flamencos en sí muestran colores que van del rosa al rojo intenso es otro muy distinto. Los flamencos recién nacidos son grises y el verdadero color de los adultos es blanco. Quienes contienen el pigmento rojizo no son ellos, sino los crustáceos de los que se alimentan. Estos, como las zanahorias o los tomates, producen carotenoides, unas moléculas que cuando nosotros consumimos en exceso también nos pueden volver naranjas. Dichos pigmentos colorean las plumas de los adultos, se secretan a la leche y a su vez a través de una glándula en su piel que usan para embadurnarse el cuerpo como si quisieran darse una segunda capa de color. Echando la vista atrás es fácil entender por qué la del flamenco tiene la leche más extraña de todas las aves. Eso es, permítenos otro giro de guion porque, efectivamente, el flamenco no está solo.
Palomas y pingüinos
Al pensar en flamencos da la sensación de que la leche de ave es algo exótico, lejano, pero posiblemente ya haya ocurrido cerca de ti, porque las ciudades están llenas de palomas (Columbidae). No obstante, hay varias diferencias, porque su leche ha evolucionado de forma tan independiente a la de los flamencos como a la nuestra. En el caso de las palomas, no está producida por ninguna glándula, sino por las células que componen las paredes de su buche, una cavidad en el esófago que les ayuda a almacenar alimento. De hecho, esta sustancia es conocida como “leche de buche”. Estas células viajan desde las partes más profundas de las paredes del buche hasta la superficie, empujadas por nuevas capas de células más jóvenes. Poco a poco, se van acumulando en la cavidad, a medida que se desprenden y esta sustancia pastosa, casi de requesón mal batido, es lo que comen los polluelos de paloma. La otra gran diferencia es que en este caso no tiene nada que ver con el pico sino con que la alimentación en parte granívora de las palomas es difícil de digerir para las crías. Otras especies recurren a cazar insectos solo para sus polluelos, pero hay que reconocer que esta solución es mucho más cómoda.
El tercer y último ejemplo de aves lactantes se encuentra algo lejos de todo, concretamente en la Antártida. Hablamos del pingüino emperador (Aptenodytes forsteri). De nuevo, las casualidades de la evolución han hecho que desarrolle leche por motivos propios. En las duras condiciones en las que viven, no es fácil traer un polluelo al mundo. El huevo siempre ha de estar acompañado para que no se congele, protegido entre las patas y un emplumado pliegue en la piel de su padre. Este lo incubará sin apenas moverse durante los 34 días que tardará en eclosionar. Mientras tanto, la madre parte mar adentro para alimentarse todo lo que pueda y así volver bien nutrida para cuidar a su retoño. Sin embargo, la pesca no siempre es fácil y el huevo podría abrirse antes de tiempo, dejando al polluelo al cuidado de un padre que no podría abandonarle para traerle alimento. Y ese es el motivo por el que los machos producen leche, para nutrir a sus crías a costa de sus propias reservas corporales en caso de que la madre tarde en traer la primera cena. Desde ese momento la leche dejará de tener utilidad y los padres se turnarán para salir de pesca hasta que el polluelo se independice.
Pingüinos, palomas y flamencos producen sustancias muy diferentes, y teniendo en cuenta que han evolucionado de forma independiente, parece lógico que se parezcan en poco más que en su función. No obstante, la bioquímica de estos animales tiene preparada una sorpresa. Es posible que hayas escuchado que los humanos y otros mamíferos empezamos a producir leche cuando una hormona llamada prolactina alcanza niveles relativamente altos. Pues bien, los tres tipos de aves ven desencadenada su lactación con esa misma hormona. Todos ellos han “diseñado” sistemas de producir sustancias nutritivas para sus vástagos con necesidades y métodos muy distintos ¿cómo es posible que el primer paso de la producción de leche sea tan parecido entre todos nosotros?
La respuesta está en que, aunque a veces nos olvidemos, la evolución no puede hacer lo que quiera. Los procesos que la rigen están limitados a encontrar soluciones con las piezas que ya tenemos en nuestro cuerpo. Modificándolas ligeramente y muy rara vez produciendo cosas radicalmente nuevas. En este caso, la prolactina tiene otras funciones relacionadas con la reproducción por lo que sus niveles suelen estar elevados en el momento adecuado, cuando puede haber crías en camino. Por supuesto que esto no lo explica todo, pero nos ayuda a entender un poco mejor que algunas casualidades evolutivas no son tan casuales.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Aunque varias especies de aves pueden producir leche los mecanismos que emplean son bastante distintos.
- La rojiza leche de los flamencos no se debe a las células sanguíneas que contienen.
- Aunque la leche de flamenco contiene pigmentos el plumón del polluelo no se colorea de inmediato. Su plumaje y sus patas tardarán en tomar color, siendo indicadores de su madurez sexual.
REFERENCIAS (MLA):
- Gillespie M, Stanley D, Chen H et al. Functional Similarities between Pigeon ‘Milk’ and Mammalian Milk: Induction of Immune Gene Expression and Modification of the Microbiota. PLoS ONE. 2012;7(10):e48363. doi:10.1371/journal.pone.0048363
- Martin G, Jarrett N, Tovey P, White C. Visual fields in Flamingos: chick-feeding versus filter-feeding. Naturwissenschaften. 2005;92(8):351-354. doi:10.1007/s00114-005-0010-0
- Perrins C. The Princeton Encyclopedia Of Birds. Princeton, N.J.: Princeton University Press; 2009.
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