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Este animal se atraviesa la piel con sus costillas tóxicas

El anfibio más grande de la Península Ibérica parece salido de un cómic de superhéroes y ha desarrollado una de las técnicas defensivas más extrañas del mundo animal.

Gallipato (Pleurodeles waltl)
Gallipato (Pleurodeles waltl)David PerezCreative Commons

Ranas, sapos, salamandras, tritones… Los anfibios no suelen tener muy buena prensa en la cultura popular. Durante mucho tiempo se creía que las salamandras nacían de los rescoldos de las hogueras, pero incluso en nuestros días, entre quienes viven del campo, se siguen compartiendo leyendas absurdas como que algunos producen leche o que los sapos aspiran aire hasta explotar. Es cierto que las toxinas de algunas especies producen una sustancia blanquecina y espesa, que los sapos se inflan para aparentar ser más grandes y que se pueden ver salamandras huir de debajo de las maderas de una hoguera a punto de encenderse, pero la fantasía ha hecho el resto.

En definitiva, los anfibios no solo están desapareciendo, sino que son unos grandes desconocidos. Puede que pensemos que entre ellos falta algo de espectacularidad, a fin de cuenta la salamandra gigante (Andrias davidianus) mide 1,80 de largo, pero asusta poco y sus parientes dentados, antes llamados laberintodontes, hace tiempo que nos abandonaron. Precisamente por eso es especialmente chocante que nadie repare en el gallipato (Pleurodeles waltl), porque tras su gracioso nombre se esconde un anfibio de hasta 40 centímetros de largo, capaz de perforarse la piel doblando sus costillas y cubriéndolas con toxinas. Y aquí viene lo mejor, porque este ser cuasimitológico no vive demasiado lejos de tu casa y es posible que te hayas cruzado con más de uno.

Un mutante de la vida real

Quien sea aficionado a los cómics de superhéroes habrá pensado inmediatamente en los X-Men, donde tanto Lobezno como Spike eran capaces de proyectar fuera de su piel sus propios huesos. Quién iba a decir que había una realidad tras aquella fantasía y que estaba, precisamente, en la Península Ibérica (y en el noreste de Marruecos). Ahora que sabes que esta especie podría estar en tu jardín parece más extraño todavía no haber escuchado sobre su existencia hasta hoy.

Gallipato (Pleurodeles waltl)
Gallipato (Pleurodeles waltl)David PérezCreative Commons

Reconozcamos que el hecho de usar sus costillas como púas ponzoñosas es espectacular, pero si tenemos en cuenta los “poderes” que tiene por el hecho de ser anfibio, la cosa mejora. El gallipato, como muchos otros anfibios, es capaz de hacer parte de su respiración a través de la piel. De hecho, un tercio del dióxido de carbono que elimina no lo expele con sus pulmones, sino de forma cutánea. Motivo por el cual, es tan importante que su piel se mantenga húmeda, para que pueda intercambiar gases con el entorno, tanto por ella, como a través de la mucosa de su boca.

Respira por la piel y usas sus huesos como lanzas tóxicas. A mí me parece más que suficiente para prestarle atención, pero es que, su gran tamaño y el hecho de que durante la época de celo el macho desarrolle protuberancias en sus patas, llamadas callosidades nupciales, para que la hembra (más grande que él) se suba a su espalda durante días, también se merece nuestro asombro.

Gallipato (Pleurodeles waltl) mostrando sus costillas sobresaliendo a través del costado.
Gallipato (Pleurodeles waltl) mostrando sus costillas sobresaliendo a través del costado.Václav GvoždíkCreative Commons

Pero volviendo a lo nuestro ¿cómo consigue hacer una barbaridad así con sus propias costillas? Pues parece que el truco está en que, a diferencia de nuestra caja torácica, que se cierra por delante uniendo nuestras costillas entre sí o al esternón mediante cartílagos, la del gallipato está abierta. A esto se suma que sus costillas son especialmente largas y afiladas, preparándolas para atravesar la carne. Para sacarlas solo tiene que tensar los músculos de su tórax y rotar las costillas un poco, doblando su tronco como si fuera un gato enfadado, lo cual también le hace parecer más grande y amenazador.

Ahora bien, para pintar con toxinas sus huesos lo tiene todavía más fácil, ya que la propia presión selectiva a través de generaciones ha dispuesto una franja sobre su costado especialmente densa en glándulas tóxicas. Precisamente es a esta altura a la que las costillas hacen su escabechina, arrastrando consigo el ponzoñoso brebaje. Aquí entra entonces la duda semántica, pues como decíamos en otro artículo, en biología veneno es cuando se inyecta, ponzoña cuando actúa por contacto. El gallipato ha transformado su ponzoña en una suerte de veneno que actúa, tanto cuando sus agresores lo tocan, como cuando se pinchan una de sus costillas al meterlo en la boca.

El fin de una especie

Es triste que no nos sorprenda que una especie esté desapareciendo, pero es que nos hemos habituado. Casi damos por hecho que es la única forma en que puede terminar un artículo sobre una especie fascinante, con un aviso sobre su precario estado de conservación. Es cierto que, en el caso del gallipato, su estado en la península no parece grave y se considera “casi amenazado”. Ese “casi” ya debería hacernos saltar las alarmas, pero la situación es menos ambigua si decididos poner la vista fuera de la península. Existen grandes extensiones de tierra donde antes había gallipatos y en los que, ahora, se considera extinto.

Gallipato (Pleurodeles waltl)
Gallipato (Pleurodeles waltl)David PerezCreative Commons

El gallipato está desapareciendo, ya sea por la introducción de especies exóticas como el voraz cangrejo americano, por el cambio climático, por la contaminación de los acuíferos (ante lo cual los anfibios son especialmente sensibles), o por la conversión de las antiguas albercas en recipientes estancos a los cuales los anfibios no pueden acceder. Habrá quien diga que las albercas eran construcciones artificiales y que, por lo tanto, su pérdida no debería suponer un problema para la especie, pero es importante recordar que, antes de albercas muchas eran pozas de agua de mayor o menor tamaño, pero naturales y con su propio ecosistema, el cual hemos destruido progresivamente.

Poco más hay que decir de una especie como esta. Tal vez solo quede recordar, para prevenir que las azadas se unan a los motivos de su extinción, que no es en absoluto peligroso para los humanos. Su ponzoña no es suficientemente tóxica para producir en nosotros síntomas graves (ni siquiera moderados) y, por supuesto, no puede poner en riesgo nuestra vida. El peligro, como de costumbre, suele estar en el otro sentido, de nosotros hacia ellos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Si alguna vez encontramos un anfibio en una situación de peligro debemos llamar al 112 para que nos pongan en contacto con un profesional que nos asesore sobre cómo actuar. Debido a la delicadeza de su piel no es conveniente tocarlos con la mano ya que pueden sufrir problemas respiratorios.
  • El gallipato no es peligroso para los humanos, pero sus mecanismos de defensa son útiles contra depredadores más pequeños, como ratas o incluso gatos.
  • Desde luego, gallipato no es un nombre demasiado descriptivo, como tampoco lo es el que se le da en la Comunidad Valenciana “ofegabous”, por la creencia popular de que, si un buey tragaba un gallipato mientras bebía, terminaría asfixiado. Podríamos fijarnos en nuestros vecinos portugueses, que le llaman “salamandra-de-costelas-salientes” (salamandra de costillas salientes), un nombre mucho más apropiado.
  • El gallipato no es la única especie que muestra esta extraña capacidad de perforarse la piel con sus propias costillas.

REFERENCIAS (MLA):