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El hombre de la Tierra: ¿Podemos volvernos inmortales?

Traducida como “El hombre de la Tierra” este largometraje de bajísimo presupuesto se ha vuelto un clásico del cine por la forma tan única en que habla de la inmortalidad.

Composición hecha con fotogramas de la película: El hombre de la Tierra
Composición hecha con fotogramas de la película: El hombre de la TierraAnónimoCreative Commons

¿Qué pasaría si una persona nacida hace 14.000 años hubiera sobrevivido hasta el día de hoy? Esta es, precisamente, la pregunta que explora “El hombre de la Tierra”, un filme único en su especie. Ocho actores, una habitación, una camioneta y 56.000 dólares, eso es todo lo que Richard Schenkman necesitó para que su largometraje se ganara un hueco en la historia del cine. ¿La clave?: un guion brillante de Jerome Bixby y el poder de Internet, donde el buen contenido triunfa sin importar su distribución en el mundo real.

Un cromañón perdido

Todo comienza con el profesor John Oldman (David Lee Smith), empacando sus bártulos y a punto de abandonar su vida para siempre. En pocos minutos comenzará una fiesta de despedida bastante sobria. Es entonces cuando, rodeado por los amigos que ha hecho durante la última década trabajando en la Universidad, John decide ponerles contra las cuerdas. Propone entonces lo que en ciencia y filosofía se llama un “experimento mental”. ¿Qué pasaría si un hombre del paleolítico superior hubiera sobrevivido hasta ahora?

Pronto, sus invitados comienzan a elucubrar. Ponen impedimentos biológicos, antropológicos y probabilísticos, factores que harían imposible que un ser humano sobreviviera 14 mil años. Aquello no parece tener demasiada enjundia hasta que John revela algo, y es que él es ese hombre prehistórico.

El anfitrión dice ser un “hombre de cromañón”, lo cual no es más que un Homo sapiens europeo, como nosotros, pero de una época ancestral llamada Magdaleniense. El guionista, Bixsby, sabe muy bien qué se hace. Si hubieran hecho a John un par de decenas de miles de años más viejo, aunque siguiera siendo un Homo sapiens, sus rasgos serían más primitivos. Sabemos que nuestro aspecto cambió en algún momento entre hace 100.000 y 30.000 años, abombando el cráneo y suavizando los rasgos hasta conseguir las facciones de humano moderno que tenemos hoy. Algo análogo ocurrió con nuestro cerebro por aquellas fechas y, presumiblemente, con nuestra “inteligencia”. Por lo tanto, es científicamente correcto plantear que un hombre de hace 14.000 años pueda mimetizarse en nuestra sociedad sin despertar sospechas, pero ¿qué hay de su edad? ¿Es posible que un humano sobreviva milenios?

¿Existe la inmortalidad?

Según Borges, sabernos mortales es lo que nos hace mortales. Más allá de su bella prosa, la realidad ofrece una serie de causas mucho más robustas. Nuestro cuerpo envejece, nuestros órganos empiezan a fallar y terminamos muriendo de viejos. Los motivos son varios, por ejemplo: las sustancias dañinas que producen nuestras células por el simple hecho de sobrevivir.

Otra causa es que, cuanto más vivimos, más veces obligamos a nuestras células a dividirse para mantenernos con vida e íntegros. Sin embargo, este proceso de copia celular no es perfecto. Al hacerlo se acumulan pequeños errores en nuestro ADN, la sustancia en la que están codificadas nuestras “instrucciones de montaje”, por así decirlo. No siempre somos capaces de corregir estos gazapos y, cuando se acumulan muchos o aparece uno especialmente desafortunado, las células pueden perder sus funciones o incluso desarrollar un cáncer. Para evitarlo, las propias células tienden a quitarse de en medio, a “suicidarse” en un proceso llamado “apoptosis” antes de complicarnos la vida a nosotros.

Por otro lado, cada vez que copiamos nuestro ADN este pierde un poco de su longitud, se recortan sus extremos. Para protegernos, la información que guardan estos extremos es nula, como si pusiéramos páginas blancas al principio y al final de un libro para que, si se arrancan, no perdiéramos gran cosa. Son los llamados “telómeros”. El problema es que las páginas blancas se acaban si nos dedicamos a arrancarlas durante toda una vida, los telómeros se pierden y entonces envejecemos. Algunos animales, como los bogavantes, tienen una sustancia llamada “telomerasa” que es capaz de reconstruir los telómeros, evitando que se agoten, pero nosotros no tenemos tal suerte.

Sabiendo todo esto, hay quien supone que, cambiando nuestra biología un poco, podríamos vencer a la muerte. De hecho, ya se ha conseguido quintuplicar la esperanza de vida de animales menos complejos, como el gusano Caenorhabditis elegans. El problema es que nosotros no somos tan sencillos y si, por ejemplo, fuéramos capaces de producir telomerasa, si no cambiamos nada más de nuestra biología, es más que posible que en lugar de inmortalidad consiguiéramos una plétora de cánceres.

De cualquier modo, lo que John Oldman nos plantea va más allá de la plausibilidad biológica. Habla de la duda, de la desconfianza, de creer sin pruebas. En ese contexto, la reacción de sus colegas científicos es exactamente la que esperaríamos: incredulidad hasta que la maravilla vence. La dimensión psicológica del filme trasciende sus lagunas biológicas y lo viste de un valor con pocos precedentes en el cine de ciencia ficción.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El envejecimiento es un proceso que llamamos “multifactorial”. Esto es: no se debe a una única causa clara, sino a un conjunto de ellas que han de estar presentes. Durante mucho tiempo se asumió que la telomerasa era la clave de la eterna juventud, pero ahora el rompecabezas se presenta más complejo y con más piezas que nunca.
  • Sea como fuere, existen animales capaces de “rejuvenecer”, como la famosa medusa Turritopsis nutricula. Esta puede revertir su envejecimiento de vez en cuando hasta volver a fases larvarias, cuando en lugar de una medus