Paleontología

¿Dinosaurio o testículos de un gigante? Los dragones que sí existieron

No es sencillo deducir por primera vez la existencia de bestias que vivieron hace 65 millones de años y, antes de llegar a esa conclusión, hablamos de dragones y gigantes

Imagen del Scrotum humanum
Imagen del Scrotum humanumAnónimoCreative Commons

Imagina que vivieras en plena edad media y que, en una cantera, encontraras un diente de 20 centímetros de largo, afilado y con el borde aserrado, lleno de muescas. Posiblemente hubieras tratado de encajarlo en los bestiarios que conocías. En ellos había lobos, osos y grandes felinos reportados en tierras exóticas, pero nada real parecía encajar con tales dimensiones. Por suerte para ti, en aquellas enciclopedias zoológicas la realidad se mezclaba con la mitología de tal modo que, entre gansos y tejones, no era raro encontrarse bestias imaginarias. Entre ellas las más populares eran, sin lugar a duda, los dragones. Y claro, algo así ya empezaba a encajar con el diente que habías encontrado. Durante muchos años estuvimos encontrando restos fósiles que atribuimos a dragones y otros seres míticos, huesos que, en realidad, pertenecían a animales mucho más reales: los dinosaurios.

Podemos eximir de culpa a quienes imaginaban dragones ante tales restos, pero para ser justos, había indicios suficientes para que desconfiaran de tal deducción. Por un lado, el tema de escupir fuego es complicado y, más allá de las reacciones químicas por las que algunos insectos consiguen expulsar líquidos a altísimas temperaturas, no hay nada parecido a la producción de fuego en la biología. Tampoco hacía falta tener grandes conocimientos de biomecánica para deducir que, a medida que aumenta un poco el peso de animal sus alas crecen en mucha envergadura. Se hace difícil imaginar que el tamaño de alas requerido por el propietario de aquellos huesos fuera biológicamente posible. Finalmente, los dragones heráldicos más tradicionales cuentan con seis extremidades (a diferencia de los guivernos con dos patas y dos, así como otras variantes) Todos los vertebrados que conocemos tienen, como mucho, cuatro extremidades, incluso los murciélagos que han transformado sus patas delanteras en alas en lugar de desarrollar un tercer par. Esto es lo que se conoce como bauplan, una serie de características morfológicas comunes a un grupo de seres vivos y que podemos asumir que tenderá a mantenerse.

Gigantes, genitales y genitales gigantes

Así pues, si no eran dragones ¿de qué se trataba? Como ya hemos dicho, hubo quien sospechó de otros seres de leyenda y, de hecho, el resto más famoso de todos fue confundido con el fémur de un personaje Bíblico. A mediados del siglo XVII, el reverendo británico Robert Plot descubrió un extraño hueso que no supo identificar con seguridad. Le recordaba al extremo inferior de un fémur, el hueso que va de la cadera a la rodilla. Sin embargo, era muchísimo más grande. Su formación de reverendo le hizo buscar respuesta en las escrituras y, gracias a ellas recordó que los patriarcas bíblicos no solo eran descritos como más longevos, sino como mucho más grandes que los humanos actuales. Sin embargo, Plot no parecía convencido del todo, los 60 centímetros de ancho de su fósil no encajaban con la imagen de un Noé o un Abraham veterotestamentarios, por muy grandes que pudieran ser.

Casi un siglo después, en 1763, Robert Brookes aportó sus conocimientos de naturalista para clasificarlo científicamente mediante el sistema taxonómico de Linneo que provee de dos nombres en cursiva, siendo el primero para indicar el género encabezado por mayúscula y el segundo para concretar la especie en minúscula. Por su aspecto bulboso, como de dos lóbulos colgantes, decidió llamar a la especie propietaria del hueso Scrotum humanum, metáfora que algunos tomaron al pie de la letra, proponiendo que se trataba del fósil de los testículos de un gigante.

Lagartos terribles

Poco a poco los expertos fueron acercándose. Si avanzamos a principios del siglo XIX nos encontramos con la figura de William Buckland, un paleontólogo, geólogo y teólogo británico que decidió renombrar al peculiar fósil. No podía tratarse de un gigante, para Buckland aquello era, probablemente un lagarto de proporciones descomunales, pero reptil, a fin de cuentas, por lo que lo rebautizó como Megalosaurus bucklandii. No fue hasta 1841 que Richard Owen acuñó el término “dinosaurio” durante una de sus conferencias. Aquellos reptiles gigantes que estaban apareciendo (como también había sucedido con el iguanodon de Mantell), no eran simples lagartos sobreescalados, eran algo más. Dinosaurio significaba lagarto terrible y pasaría tiempo antes de que se comprendiera que, si bien eran reptiles, no eran lagartos de ninguna clase.

En cualquier caso, aquel testículo de gigante había sido el primer fósil de dinosaurio correctamente clasificado como tal. Ahora sabemos que en vida sirvió de osamenta a un reptil magnífico, de 8 metros de largo y hasta 3 de altura, un ser que vivió durante el Jurásico Medio en lo que ahora es Reino Unido. Un dragón realista que ni vuela ni lanza fuego. Un dragón que corre a dos patas y que recoge otras dos sobre su torso. De algún modo, los dragones sí existieron, pero de una forma muy diferente a como solemos entenderlos. Son las fantasías que los grandes terópodos del pasado imprimieron en la mente de nuestros anteapasados.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Las primeras reconstrucciones del megalosaurio no tenían nada que ver con las actuales y lo mostraban como un cocodrilo con cuerpo de rinoceronte escamoso, ideal para captar la atención del público, pero pura especulación pseudocientífica basada en un puñado descontextualizado de restos. Ahora contamos con esqueletos más completos y hemos afinado las técnicas que nos permiten deducir cómo eran los músculos a partir del relieve de sus huesos. A esto se suma el hecho de que ahora sabemos que algunos dinosaurios terópodos evolucionaron en aves (que son dinosaurios avianos). Esto nos da muchas pistas sobre cómo reconstruir fielmente sus esqueletos.

REFERENCIAS (MLA):