Contaminación

Científicos alertan: los ríos de uno de los paraísos naturales más grandes del planeta se están volviendo naranjas

Una misteriosa plaga naranja y tóxica se extiende por los ríos de Alaska. No es una mina, sino el propio permafrost el que, al derretirse, envenena las aguas con metales pesados en un proceso que parece imparable

Científicos alertan: los ríos de uno de los paraísos naturales más grandes del planeta se están volviendo naranjas
Científicos alertan: los ríos de uno de los paraísos naturales más grandes del planeta se están volviendo naranjasTaylor Rhoades

La desoladora conclusión de los científicos que investigan el Ártico es que la región se enfrenta a un proceso que podría ser ya irreversible. El deshielo del permafrost, esa gigantesca capa de suelo hasta ahora permanentemente helada, está desatando una cascada de consecuencias medioambientales. La más visible, y alarmante, es la extraña transformación de decenas de ríos en la remota cordillera de Brooks, en Alaska, donde sus aguas cristalinas se han teñido de un inquietante color anaranjado. De hecho, esta no es la única amenaza latente bajo el hielo, que también alberga microorganismos ancestrales, como demuestra el reciente caso de un virus que fue revivido tras pasar 7.000 años congelado.

De hecho, este cambio cromático no es sino el síntoma de una grave contaminación de origen natural. El calentamiento global está derritiendo el permafrost a un ritmo sin precedentes, dejando al descubierto rocas ricas en sulfuros, como la pirita. Durante milenios, estas formaciones rocosas habían permanecido aisladas, pero ahora, al entrar en contacto con el oxígeno y el agua, se oxidan y liberan su carga tóxica. Este ciclo de degradación ambiental, impulsado por la acción humana, alimenta los pronósticos más sombríos de algunos expertos, que advierten que el futuro de la humanidad podría ser la autodestrucción.

Este proceso desencadena una reacción que genera ácido sulfúrico, un fenómeno que imita el drenaje ácido de las explotaciones mineras, pero a una escala mucho mayor y sin intervención humana. El ácido disuelve metales pesados atrapados en el lecho rocoso, como hierro, zinc, aluminio o cadmio, que terminan vertidos en las cuencas fluviales. Las muestras analizadas, tal y como han publicado en SciTechDaily, confirman que las concentraciones de metales tóxicos superan con creces los límites de seguridad para la vida acuática.

Una amenaza en cadena para la fauna ártica

En este sentido, las consecuencias para el ecosistema son devastadoras. La turbidez del agua impide la penetración de la luz solar, mientras que los metales disueltos asfixian a las larvas de los insectos acuáticos, que constituyen la base de la cadena trófica de la región. La supervivencia de especies piscícolas enteras se encuentra gravemente comprometida por la toxicidad de su propio hábitat.

Por otro lado, el peligro se extiende a especies clave como el salmón keta. Este pez no es solo un pilar biológico del entorno, sino que también representa un sustento fundamental para las comunidades indígenas locales. La salud de estos ríos, que ahora se tiñen de óxido, está intrínsecamente ligada a su cultura, su alimentación y sus tradiciones ancestrales, que se ven ahora directamente amenazadas.