Historia

Este fue el peor año de la historia para estar vivo según la ciencia

Más de un año sin ver el sol, una plaga que exterminó a un tercio de la población y las temperaturas más bajas registradas en más de 2.000 años.

Plaga
Retrato de la plaga de JustinianoWalters Art MuseumWalters Art Museum

Parece una novela distópica o cine catástrofe: pero hubo un año en el que las nubes ocultaron el cielo, los inviernos se volvieron helados y duraron largos periodos, las cosechas se marchitaron y, por si esto fuera poco, una plaga devastó ciudades enteras. Parece sacado de una novela distópica, pero no: ocurrió en la vida real, hace casi 1.500 años. Según el historiador Michael McCormick, de la Universidad de Harvard, el año 536 d.C. podría haber sido el peor año para estar vivo.

Los testimonios de la época describen un fenómeno inquietante: un velo que cubría el cielo durante 18 meses, oscureciendo el día como si fuera de noche. De acuerdo con el historiador bizantino Procopio, “el sol dio su luz sin brillo, como la luna, durante todo el año”.

Este no fue un capricho poético: recientes estudios de núcleos de hielo glacial han identificado aerosoles volcánicos que coinciden con erupciones masivas. Científicos dirigidos por McCormick y el glaciólogo Paul Mayewski, en el Climate Change Institute de la Universidad de Maine, analizaron un núcleo de hielo suizo que muestra una concentración inusualmente alta de sulfatos.

El “velo de ceniza” provocado por la erupción volcánica pudo haber reducido la radiación solar, enfriando el planeta en un golpe brutal. Según los científicos, las temperaturas del verano de 536 bajaron entre 1,5 °C y 2,5 °C, dando inicio a una de las décadas más frías de los últimos 2.300 años.En China, por ejemplo, se documentaron nevadas en pleno verano. En Irlanda, las crónicas registraron una “falta de pan” entre los años 536 y 539, testimonio de cosechas arruinadas y hambruna.

Por si el frío y la oscuridad no fueran suficientes, unos años después estalló la Peste de Justiniano (alrededor de 541 d.C.), una epidemia de peste bubónica que golpeó con dureza al Imperio Romano de Oriente. Los expertos estiman que entre un tercio y la mitad de la población de algunas zonas sucumbió.

Este desastre no se limitó a un rincón del mundo: según los análisis, el enfriamiento climático afectó gran parte del hemisferio norte: en Europa y Oriente Medio, la oscuridad y la caída de temperaturas colapsaron la producción agrícola. En Egipto, la plaga arrasó con la población portuaria y desde allí se propagó.

Para McCormick no fue un accidente aislado: afirma que fue “el comienzo de uno de los peores períodos para estar vivo”, mientras que para historiadores y paleoclimatólogos, 536 no solo representa una catástrofe puntual sino una concatenación de choques naturales y sociales: erupciones volcánicas, crisis alimentaria, plagas y colapso económico.

El 536 d.C. no fue solo un “mal año”: fue un recordatorio brutal de lo vulnerable que puede ser la humanidad frente a las fuerzas de la naturaleza. Pero también es una lección. Nos enseña que nuestra historia no está separada del clima, los virus o los volcanes: todo está conectado. Y que sobrevivir no siempre depende solo de nuestra voluntad, sino también de nuestra capacidad para adaptarnos, para reconstruir y para aprender de los golpes más duros.