Casa Real

Lea el discurso íntegro de Felipe VI en el acto de imposición del Toisón de Oro

Acceda al discurso completo de Su Majestad el Rey Felipe VI, que ha pronunciado esta mañana en el Palacio Real durante el acto de imposición del Toisón de Oro

MADRID, 21/11/2025.- El rey Felipe VI, durante su discurso en el acto de conmemoración del 50 aniversario de restauración de la monarquía, este viernes en el palacio Real en Madrid. La reina Sofía, el expresidente del Gobierno Felipe González y los padres de la Constitución Miquel Roca y Miguel Herrero reciben este viernes de manos del rey Felipe VI el Toisón de Oro, la más alta distinción que concede la Casa Real española y cuya historia se remonta a casi 600 años. EFE/JJ Guillén POOL
Acto central de conmemoración del 50 aniversario de la restauración de la monarquía.JJ GuillénAgencia EFE

"Este acto que celebramos hoy nos lleva a recordar un tiempo en el que España se abrió al diálogo como camino para construir la convivencia democrática. Es muy importante hacerlo, que recordemos, porque quienes entonces éramos muy jóvenes —yo apenas tenía 7 años— vimos cómo el país empezaba a transformarse poco a poco, gracias a decisiones responsables y gestos valientes, a cesiones de unos y otros. Pero quizás las generaciones que han nacido en una democracia consolidada no lleguen a hacerse una idea de todo lo que implicó dar forma a aquella convivencia, dar cauce a aquel deseo de libertad “sin ira” y de formar parte de la Europa democrática.

Finalizada la dictadura del General Franco en 1975, la firme voluntad de la Corona contribuyó decisivamente a abrir en nuestro país el camino hacia la democracia. Comenzaba, como dijo el Rey Juan Carlos I en su proclamación, “una nueva etapa de la Historia de España”, que debíamos recorrer “juntos”, desde “la paz, el trabajo y la prosperidad fruto del esfuerzo común y de la decidida voluntad colectiva”. La monarquía asumió entonces un papel claramente activo: integró a todos los españoles en un momento determinante y convocó, como afirmó el Rey, a actuar con “generosidad”, “altura de miras” y la voluntad de alcanzar un “efectivo consenso de concordia nacional”. Ese impulso inicial, esencial, hizo de la institución el catalizador clave que permitió encauzar y orientar el proceso de transformación democrática.

En aquel capítulo de nuestra historia la monarquía fue, además, una institución vertebradora y garante de estabilidad. Supo acompañar, con sentido de Estado y compromiso con el bien común, las transformaciones políticas y sociales que, impulsadas por la demanda ciudadana, permitieron instaurar un sistema democrático nuevo, con libertades reconocidas y pluralidad ideológica, con representación, participación y división de poderes; buscando respetar e integrar también nuestra diversidad histórica y territorial. Supo acompañar, en definitiva, un proyecto de país de todos y para todos.

Pero aquel período de cambio, la Transición, no fue un proceso sencillo, ni espontáneo. Fue un proceso paulatino, incierto, con riesgos y abierto en sus resultados, en el que cada paso estuvo precedido por conversaciones, pactos y concesiones. Ese ejercicio de responsabilidad compartida —de conciencia sobre lo que había que evitar—, solo fue posible porque se sostuvo sobre una base firme: el respeto mutuo. En una sociedad marcada por décadas de represión y divisiones, eso fue un gesto político revolucionario.

Aquella generación de la Transición tuvo el enorme valor de asumir su responsabilidad y comprometerse con lo que España necesitaba en aquel momento histórico. Supo conciliar el deseo de cambio con el orden legal existente, encontrando en la reforma el camino hacia la democracia.

Lo que consiguieron no solo fue un logro jurídico y político, sino también cívico y moral: la demostración de que las grandes transformaciones nacionales pueden hacerse desde el acuerdo, la responsabilidad y la confianza mutua.

El mejor legado de aquella generación fue, y sigue siendo, la Constitución de 1978, que consagró nuestra Monarquía Parlamentaria y articuló un sistema democrático plural y estable. Con ella se consolidó la función institucional de la Corona en nuestra democracia. Fue una obra colectiva que permitió que España se reconociera a sí misma como una democracia europea; un gran pacto en el que ningún grupo logró imponer su visión completa porque todos ellos comprendieron que la convivencia exigía ceder algo para ganar un futuro común. Fue una elección pragmática, pero también profundamente moral.

Por supuesto, la Transición no fue perfecta. Pero valorarla solo por lo que omitió sería injusto. En las circunstancias del momento, se hizo lo correcto: se priorizó la reconciliación, la estabilidad y la creación de un marco común, tan necesario.

En tiempos en los que el desacuerdo se expresa con crispación, mirar hacia ese periodo puede servirnos, no para idealizarlo, sino para recordar su método: la palabra frente al grito, el respeto frente al desprecio, la búsqueda del acuerdo frente a la imposición. La democracia no es solo sus formas y procedimientos, sino la búsqueda leal y conjunta de aquello que sirva mejor al bien común.

De entre quienes hicieron posible la Transición, los ponentes constitucionales siempre se refirieron al diálogo como verdadero artífice del cambio:

Gabriel Cisneros recordaba la necesidad “de converger en un punto de entendimiento que hiciera posible la democracia”; Gregorio Peces-Barba ponía de relieve “la gran voluntad por parte de todos de deshacer obstáculos”; José Pedro Pérez-Llorca aludía a la “altura de miras del momento”, mientras que Manuel Fraga Iribarne destacaba que “el protagonismo fue del propio pueblo español, que con un gran sentido común acabó dando, con su ejemplo, la pauta de lo que se debía hacer”. Jordi Solé Tura subrayaba “la necesidad de la política de consenso”. Miguel Herrero y Rod. de Miñón se refería a la Transición como “un giro histórico de gran trascendencia cultural y social mediante la fundación de la convivencia sobre bases democráticas”. Miquel Roca i Junyent resumía el espíritu cívico del momento con una frase que aún conserva toda su vigencia: "Todos teníamos una misma responsabilidad, hacer posible el cambio democrático”.

Un cambio que fue posible gracias a esas y a otras muchas voces que, aún diversas en planteamientos ideológicos, coinciden en algo esencial: la Transición fue un acto de diálogo y moderación, donde la prioridad nunca fue la victoria ideológica, sino el pacto y la convivencia. Ninguno la consideró perfecta, pero todos la defendieron como el mejor acuerdo posible en las circunstancias dadas.

A partir de ahí, y una vez sentadas las bases de la democracia española, incluso con alternancia política, nuestro país comenzó a integrarse de manera progresiva en las instituciones y organismos internacionales de los que había estado alejado durante años. Ese avance, gradual pero firme, culminó con la adhesión a la Comunidad Económica Europea; un hito que simbolizó la plena normalización democrática y el reconocimiento internacional a la consolidación política de un país que, al mismo tiempo, se integró en la OTAN y quiso también impulsar su proyección hacia Iberoamérica, un espacio de afinidad histórica y cultural al que España se incorporó con una decidida vocación de diálogo y cooperación.

En esta proyección hacia el exterior, la Corona aportó la estabilidad necesaria para afianzar la presencia internacional de nuestro país, contribuyendo a consolidar la imagen de una democracia seria, comprometida y confiable, capaz de establecer vínculos duraderos en Europa, Iberoamérica y el Mediterráneo, y abierta al mundo.

Señoras y señores,

Hoy recordamos y rendimos homenaje a aquellos años, a aquel proceso que, aún con sus imperfecciones demostró que creer en un horizonte compartido hace posible llegar a acuerdos de Estado; que la responsabilidad, el respeto, la concordia y el diálogo pueden transformar un país; y que, aun con el vil azote de la violencia terrorista y extremista, ese rumbo no iba a variar. Sus víctimas, caídos por nuestra democracia, por la libertad y el Estado de derecho, nunca deben estar ausentes de nuestra memoria colectiva.

Con la concesión de estos cuatro collares del Toisón de Oro, la Corona quiere reconocer a quienes, desde distintos ámbitos, contribuyeron a que la democracia española no solo fuera posible, sino que se consolidara:

— A los miembros de la ponencia constitucional que hoy pueden recibir nuestro reconocimiento —Miguel Roca y Miguel Herrero—, cuyo esfuerzo de entendimiento, capacidad de diálogo y voluntad de acuerdo fueron decisivos; y, junto a ellos, a los demás ponentes, representados hoy por sus familiares, a los que agradecemos profundamente su asistencia. Entre todos ─con la necesaria colaboración y complicidad de muchos, incluidos sindicatos, empresarios, medios de comunicación y militares─ hicieron posible el gran pacto nacional que dio forma a nuestra convivencia democrática. En un momento decisivo para España, supieron convertir la necesidad de consenso en una auténtica virtud cívica y en una guía eficaz para construir un marco de libertades que ha perdurado durante más de cuatro décadas.

— Al primer presidente cuya elección consolidó la alternancia política, demostrando que la madurez de una democracia se mide por la normalidad con que sus ciudadanos pueden elegir y expresarse libremente en las urnas: Felipe González, quien en el salón de columnas de este Palacio Real firmó hace 40 años el Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas; impulsando tras ese paso decisivo ─y tan anhelado por todos─ una de las mayores etapas de modernización económica, institucional y social del país.

— Y, a mi madre, la reina Sofía, por una vida entera de servicio ejemplar y de lealtad a España y a la Corona, apoyando con convicción al Rey Juan Carlos en su acertada y temprana apuesta por la apertura democrática y las libertades. Gracias por tu compromiso sostenido durante décadas ─todavía hoy─ y ejercido con un profundo sentido del deber. Tu cercanía e implicación en ámbitos sociales, culturales y humanitarios ha contribuido a reforzar vínculos duraderos con varias generaciones de españoles. La figura de la reina Sofía, forma parte también de la memoria afectiva de la España democrática.

Nadie es dueño exclusivo de las virtudes cívicas ni del mérito histórico, pero quienes hoy ingresan en la Insigne Orden del Toisón ofrecen ejemplo de responsabilidad, constancia y lealtad al ideal de una España democrática, plural y europea.

El Toisón de Oro es un símbolo con casi 500 años de historia, pero su vigencia depende de su capacidad para actualizarse con los valores de nuestro tiempo: Hoy se asocia a una Corona comprometida con el servicio a la nación, que fundamenta en ese compromiso su razón de ser, respetuosa y defensora de nuestra Constitución democrática y sabedora de que la confianza democrática se sostiene sobre la ejemplaridad.

Por eso, al cumplir 10 años de reinado, elegí como lema permanente las palabras: “servicio, compromiso y deber”. La monarquía reafirma su sentido cuando la ejemplaridad se traduce en un ejercicio constante de coherencia con los principios y valores de la sociedad a la que sirve. Es así como se dota de significado y fortalece su vínculo de lealtad y respeto con esa misma sociedad.

Señoras y señores,

La Corona reitera hoy su gratitud hacia quienes contribuyeron, cada uno desde su responsabilidad, a consolidar la libertad, la democracia y el prestigio de nuestro país. Porque en el reconocimiento a estas trayectorias hay también un homenaje colectivo: el homenaje a una generación que supo anteponer el diálogo al enfrentamiento y el bien común a cualquier otro interés. Ese espíritu —el de la Transición, el del entendimiento— sigue siendo la base más firme sobre la que seguir construyendo el futuro de España.

Muchas gracias".