Nutrición
Esto es lo que pasa cuando comes proteína, según una experta en nutrición
La fiebre por la proteína podría tener los días contados: lejos de ser siempre beneficiosa, un consumo excesivo no solo engorda, sino que la ciencia ya asocia las fuentes animales con un mayor riesgo para la salud
El interminable debate sobre cuánta proteína necesitamos para estar sanos y fuertes podría estar mal enfocado desde el principio. La ciencia apunta cada vez con más claridad en otra dirección: el origen de esa proteína es mucho más relevante para la salud a largo plazo que la obsesión por contar cada gramo. Aunque son los ladrillos de nuestro cuerpo, esenciales para músculos, hormonas y defensas, el foco debería desplazarse del «cuánto» al «de dónde».
De hecho, las fuentes de origen animal, a menudo ricas en grasas saturadas, se han asociado con un mayor riesgo de muerte prematura y de desarrollar diabetes tipo 2. Un consumo elevado de este tipo de proteínas dibuja un panorama preocupante para la salud general. En contraposición, las proteínas de origen vegetal presentan un perfil mucho más favorable, vinculándose a un menor riesgo de sufrir cáncer o diabetes y a una mejora notable en los niveles de colesterol. Este panorama sobre la nutrición es solo una parte de un enfoque integral de la salud, donde otros factores como el descanso son igualmente cruciales; de hecho, estudios recientes advierten que dormir mal puede tener un impacto directo en la salud del corazón.
En este sentido, la evidencia científica pone el acento en la calidad por encima de la cantidad, una idea que respaldan desde The Conversation al señalar que la mayoría de la población en países desarrollados ya cubre sus necesidades proteicas. En lugares como Australia, un buen termómetro del mundo occidental, el consumo medio es más que suficiente, desmontando la idea de una carencia generalizada que justifique una ingesta desmedida.
Cuando más no es mejor: los límites del consumo proteico
Por ello, es fundamental entender qué ocurre con el excedente. Lejos de la creencia popular de que el cuerpo lo elimina sin más, cuando se superan las necesidades energéticas, el sobrante se convierte y se almacena como tejido graso. Las recomendaciones oficiales marcan un consumo diario de unos 0,84 gramos por kilo de peso para los hombres y 0,75 para las mujeres, cifras muy alejadas de las que promueven ciertas dietas hiperproteicas. Comprender la respuesta del cuerpo a los excesos es tan revelador como conocer los efectos de abandonar otros hábitos, ya que también se han documentado los positivos cambios que suceden en el cuerpo cuando se deja de consumir alcohol.
Asimismo, ni siquiera en el ámbito del entrenamiento de fuerza se justifican cantidades desorbitadas. Los estudios indican que una ingesta de hasta 1,6 gramos por kilo de peso puede optimizar la ganancia de masa muscular. Sin embargo, superar este umbral no aporta ninguna ventaja adicional demostrada, convirtiendo el consumo extra en un esfuerzo inútil para el cuerpo y el bolsillo.
Además, una ingesta descontrolada no es inocua y puede comprometer la salud. Las personas con enfermedad renal crónica deben vigilar su consumo para no agravar su estado, y en casos extremos, una dieta excesivamente alta en proteínas puede derivar en una peligrosa intoxicación por proteínas, una condición grave que evidencia los riesgos de llevar al límite a nuestro organismo.