Antropología

Un estudio confirma que, en el sur de España “reciclaban” a sus muertos hace miles de años

Los restos de la Cueva de los Mármoles, en Córdoba, confirma que en algunas partes del sur peninsular se modificaban los restos mortales para darles nuevos usos

Vista de la entrada de la cueva (desde dentro)
Vista de la entrada de la cueva (desde dentro) J.C. Vera Rodríguez Eurekalert

Nos encanta separar a la humanidad en dos grupos. En uno están los bárbaros y en el otro nosotros. Así de sencillo. Nos cuesta no mirar por encima del hombro a otras culturas y, aunque hemos aceptado la gastronomía china y los bailes latinos, no somos tan tolerantes cuando el choque cultural roza cuestiones éticas. Hace ya tiempo que los antropólogos han rechazado el relativismo ético, por supuesto, y no todo vale. Sin embargo, eso nos significa que todo lo que nos parezca poco ético realmente lo sea. Hay cuestiones realmente peliagudas en este aspecto, algunas relacionadas con el sexo, otras con la manera en que entendemos la infancia. En este caso, lo que nos ocupa es la manera en que tratamos a los muertos. Porque posiblemente, si empezamos a hablar de una cultura que reaprovecha la osamenta de sus difuntos, nos echaremos las manos a la cara, pero así eran nuestros antepasados, en el sur de España, hace unos pocos milenios.

Recordemos antes la historia de Darío I, Rey persa. Según nos cuenta Heródoto, el padre de la historiografía, el monarca quiso dar una lección a aquellos griegos que residieran en Persia y encontró la manera en los ritos funerarios. Mientras que los griegos solían quemar a sus muertos, unos indios llamados calatias acostumbraban a devorarlos. Darío, que entendía el choque cultural en potencia que podía generar esa información, convocó a algunos helenos y les preguntó por cuánto dinero se comerían a sus difuntos padres. Por supuesto, los griegos lo consideraron una salvajada y se negaron en rotundo a poner precio a tal blasfemia, pero todo se complicó cuando oyeron hablar a los calatias. Darío quería saber cuánto habría de pagarles para que estos quemaran a sus difuntos como hacían los griegos. La respuesta fue idéntica, la repugnancia moral se apoderó de ellos y se negaron siquiera a imaginar un escenario tan impío.

La cueva de los Mármoles

Y es que ingerir a tu abuela no es necesariamente una afrenta, o al menos, no lo es en otras culturas. Todo depende del simbolismo que le concedamos, del contexto religioso, incluso de la importancia que le demos al cuerpo material. En otras culturas puede ser, incluso, un acto de reconocimiento, una manera de presentar tus respetos por el fallecido. Teniendo esto en mente, ya podemos echar la vista atrás a la cueva de los Mármoles, en Priego de Córdoba. Este yacimiento, situado en plena Sierra de los Judíos, tiene una amplia entrada y un interior incluso más espacioso. Este se subdivide en 19 zonas, algunas donde incide la luz solar y otras que permanecen completamente a oscuras. No es de extrañar que, con estas dimensiones y variedad de espacios, haya atraído a los humanos durante largo tiempo.

Sabemos que, al menos, fue habitada de forma prácticamente continua entre el Neolítico y la Edad de Bronce. Esto sumando a las buenas condiciones ambientales, ha permitido recuperar una gran cantidad de restos humanos que, ahora, la ciencia está analizando. En concreto, un reciente estudio de la Universidad de Córdoba en colaboración con la Universidad de Bern, han determinado que los restos humanos encontrados en este yacimiento pertenecen, al menos, a 12 individuos diferentes. Tras estudiar su antigüedad mediante técnicas de radioisótopos, como el carbono 14, sabemos que los restos más antiguos datan del 4000 a.C., mientras que los más recientes están fechados en el 2000 a.C. Otro dato relevante es que, de los 12 humanos, siete eran adultos y cinco jóvenes y niños. Por otro lado, si bien no se ha podido determinar el sexo de todos los individuos, pero parece haber una mayoría de mujeres.

¿Bárbaros?

Pero lo más interesante no es la demografía por sí sola, sino su combinación con el contexto. Porque estos restos tienen otra serie de peculiaridades. Por ejemplo, la mayor parte parecen modificados. Las calaveras convertidas en una suerte de cuencos llamados “copas craneales”, huesos partidos tras la muerte (a priori para acceder al nutritivo tuétano) y marcas de raspados con los que trataron de retirar los tejidos blandos de los huesos. Las falanges, también modificadas, sugieren que fueron utilizadas como herramientas, dándoles una segunda vida. Y no solo podemos obtener información de lo que encontramos, sino de lo que no encontramos. La baja cantidad de huesos de la mano nos hace pensar que los cuerpos fueron depositados allí cuando ya estaban en cierto estado de descomposición. Posiblemente, con los tejidos blandos alterados, el ajetreo de moverlos de un lado a otro hiciera que se soltaran las partes más frágiles y se perdieran antes de llegar a la Cueva de los Mármoles.

Y, por si fuera poco, no es un caso aislado. Otras cuevas del sur de la península muestran este comportamiento, por lo que podemos asumir que estuvo relativamente extendido, tanto en el tiempo, como a lo largo de los 2 milenios que separan los restos más antiguos de los más nuevos de la Cueva de los Mármoles. Que estuviera extendida no significa que fuera la única manera de relacionarse con la muerte, pero, precisamente por eso, este hallazgo respalda la idea de que, en el sur de la Península Ibérica, llegó a haber una pluralidad muy interesante de ritos funerarios complejos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Este estudio, como cualquier otro, tiene ciertas limitaciones. Por eso hemos de ser cautos con sus resultados, pero en este caso tenemos que entender que apunta en la dirección de otros estudios similares, por lo que sus afirmaciones refuerzan el consenso científico.

REFERENCIAS:

  • Laffranchi Z, Milella M, Vera Rodríguez JC, Martínez Fernández MJ, Bretones García MD, Jiménez Brobeil SA, et al. (2023) As above, so below: Deposition, modification, and reutilization of human remains at Marmoles cave (Cueva de los Marmoles: Southern Spain, 4000–1000 cal. BCE). PLoS ONE 18(9): e0291152. https://doi.org/10.1371/journal.pone.029115