Gastronomía

Almuerzo familiar, complicidad emocional

La costumbre del abuelo se convirtió en la brújula del gusto y en el sensor que se activó cuando el infante con dientes de leche conoció el «esmorzaret»

Eleuterio López Barea y su nieto, Jorge López Riesgo veinte años almorzando juntos
Eleuterio López Barea y su nieto, Jorge López Riesgo veinte años almorzando juntosLa RazónLa Razón

Aunque vivimos abrazados al presente nos mantenemos fieles a las pequeñas historias. La historia de los almuerzos también se escribe con la métrica familiar. Sin procurarnos coartada alguna, y no por casualidad vivimos un almuerzo entre un abuelo, Eleuterio López Barea y su nieto, Jorge López Riesgo. El encuentro gastronómico, como una misiva a los lazos que unen para siempre, es un flashback de largo recorrido.

Todo empezó hace veinte años cuando ambos se acercaban al bar de la plaza de su pueblo Allepuz (Teruel) con la más prosaica de las normalidades en busca del almuerzo como un bálsamo matutino incuestionable de un encuentro familiar con credenciales gourmet cotidianas y relevantes. Los guiños nostálgicos a los almuerzos primigenios son una constante. El rodaje del almuerzo ya en Valencia permanece con diferentes decorados: Rausell (Ángel Guimerà, 61), y La Plancha (Avd. Marconi, 8) con el mismo guion pero distintos diálogos entre el abuelo y el nieto. En poco tiempo se amontonan asuntos relacionados con el (de)venir o (por)venir del almuerzo.

La espléndida experiencia de este veterano gastrónomo ha sido un perfecto ejemplo para el nieto basado en la jerarquía del saber culinario. La enseñanza en la buena restauración no puede ser dejada a la espontaneidad de los paladares. El progenitor ejerce de notario de cabecera mientras se deleita con los recuerdos.

Como siempre, afortunadamente, la historia del almuerzo la escriben quienes la hacen y quienes la cuentan, los testigos son más que protagonistas, nuestro anfitrión Eleuterio, robinson gastronómico, turolense de nacimiento, con el Maestrazgo en el corazón y vecino de Valencia, nos describe con nostalgia y a fuego lento el primer almuerzo con su nieto, Jorge. Ya se sabe que los recuerdos y los paladares no dejan sitio a la parcialidad.

La costumbre gastrónoma del abuelo se convirtió en la brújula del gusto y en el sensor que se activó cuando un infante con dientes de leche comenzó a almorzar con su abuelo. No digamos ya si a esto le sumamos, por si fuera poco, una influencia incontestable y ubicua con desparpajo y talento por parte del patriarca familiar. El aura gastrónoma que rodea al abuelo se manifiesta mientras el nieto se esfuerza por digerir la pócima del conocimiento.

Para Eleuterio el tiempo en gastronomía es viajar y el recuerdo siempre se comporta de la misma manera a través de la memoria. Nos habla como intento implantar, con éxito, la costumbre del almuerzo por otras regiones, en sus viajes laborables, con visitas a ciegas a bares y restaurantes. Tengo la clara sensación de que no soy el único que, en este asunto, se siente como nuestro protagonista, las palabras de su nieto Jorge no se quedan muy atrás.

El escrutinio de la improvisada tertulia desemboca en que el almuerzo domina todos los espacios del quehacer gastronómico matutino con un consistente éxito. Aunque la fidelidad al almuerzo en familia como condimento emocional genera curiosidades que merecen atención, para los querenciosos del «esmorzaret» sería redundante, a estas alturas, reflexionar sobre esta vinculación.

La conversación con Eleuterio, una convicción gastrónoma insólita en tiempos actuales, y su nieto, Jorge, nos acerca a la filiación eterna hacia el «esmorzaret» para abrir los paladares y gestionar las querencias. No podía haber tenido mejor padrino gastronómico me apunta un camarero. Nos hablan de bocadillos con nombre propio, donde lo sagrado y lo profano se dan cita: las chacinas, los embutidos, la matanza del pueblo, los bocadillos de atún con olivas, la longaniza conhabas, la tortilla con pimientos, sobrasada, beicon, anchoas…etc.

El cartel de despedida en compañía de los protagonistas debe glosar la satisfacción con grandes letras. Dicen que rendir homenaje es una forma de gratitud y por eso nos van a permitir un abrazo final, por cercanas razones, a nuestro acogedor anfitrión. La frase del título nos aproxima a la realidad y nos comisiona para vivir el presente.

Por mucho que haya y vengan modas hosteleras hay cosas que se mantienen y perduran y además si hay una complicidad familiar que más se puede pedir. La verdad revelada que sobresale por encima nos dice que lo mejor está a la vuelta del próximo fin de semana. Verdad que sí. ¿Hay quien duda aún de lo importante que es el almuerzo?. Continuará.