Cargando...

Opinión

Apagón en Alicante, ocho horas en el ascensor del TRAM del Marq

Nadie esperaba que un corte de suministro eléctrico dejara nuestras ciudades y nuestras vidas a oscuras

APAGÓN ELÉCTRICO EN ELCHE, Alicante PABLO MIRANZOEFE

"You are doing well", "you are doing well". Una sentencia de ánimo para una señora extranjera, británica para más señas, que salió de boca de uno de los seis o siete bomberos que la rescataron en Alicante en la parada del TRAM del Marq el día del gran apagón.

Se quedó encerrada a las 12.30 -en pleno apagón- y hasta las 20.30, cuando literalmente la extrajeron, echando abajo el techo del propio ascensor. Su vida se apagó durante ocho horas porque, presa en la cabina del ascensor y bajo tierra, se dejó llevar por el sueño y, cuando se despertó, avisó de su enclaustramiento.

Nada como dormir para olvidar la realidad. Todo ocurrió el lunes 28 de abril, el día de la prueba de llaves de la hornacina del camarín que custodia la Santa Faz. Digno de una novela de Paul Auster, sin duda; solo falta que esa lágrima que, cuando rodó por la faz divina, trajo lluvias y puso fin a la sequía se convierta ahora en orden en tiempos de incertidumbre.

Alicante se apagó, España se apagó. Se apagaron los móviles, las pantallas de ordenador, de televisión y regresaron los transistores, que funcionan con electricidad y con pilas; un objeto casi en vías de extinción y un perfecto desconocido para los más jóvenes.

Y de nuevo la realidad nos puso contra las cuerdas y nuestra incierta vida normal se desbarató. Y todo seis meses después de que la dana -el gran diluvio- dejara un rastro de muerte, dolor y destrucción imborrables.

No hace falta ser la señora atrapada del ascensor protagonista de esta historia para que nos preguntemos hasta qué punto estamos expuestos a que nuestro sota, caballo y rey y nuestra mal llamada seguridad se caigan en un ¡ay!

Pues eso, que nadie esperaba que un corte de suministro eléctrico dejara nuestras ciudades y nuestras vidas a oscuras y a nuestros hogares abandonados a su suerte. Sin amparo y con demasiadas preguntas por resolver.