Gastronomía

Restaurante Napicol: filón gustativo consolidado

Su carta ofrece tantas fases, lances y matices con platos sentidos y primorosamente realizados junto con la grandeza de sus propuestas de cuchara

Imagen de uno de los deliciosos platos servidos en Napicol
Imagen de uno de los deliciosos platos servidos en NapicolLa Razón

Hace días que el invierno real ha desplegado en estas latitudes mediterráneas sus galas habituales con la lógica bajada de las temperaturas. No hay inicio de año sin lista de propósitos para disfrutar de sobremesas memorables. ¿Y en que consiste este planazo?. Pues en volver, por ejemplo, a visitar el Restaurante Napicol (Meliana, Barrio de Roca, Calle San Isidro, 28). Su susurro culinario es ahora un clamor en forma de latiguillo cualitativo que se repite a todas horas.

Para quienes nacimos un poco curiosos comenzamos el año sumergidos en este contexto. Llegamos a Roca Cuper (Meliana), el barrio sereno, en plena huerta, lejos del bullicio urbano, que nos hace sentirnos en una especie de retiro espiritual. A partir de ese momento, el único esfuerzo al que enfrentarse corresponderá a nuestros paladares, en ese interminable subir y bajar de cuestas gustativas, que se verán recompensados por platos sentidos como primorosamente realizados.

Créanme, observar su carta es un tópico perezoso tras conocer la capacidad creativa de este establecimiento. Su oferta ofrece tantas fases, lances y matices cotidianos que lo ideal es ponerse en manos del jefe de sala, Anselmo Rausell.

Con el silencio contemplativo inicial esperamos la llegada de las primeras sorpresas. La conseguida ensaladilla de merluza pasa, por arte y gracia, de ser un plato que genera recelos de normalidad, a obtener el pleno reconocimiento de la ciudadanía gourmet que me acompaña. La brillante sardina bajo el paraguas del escabeche presenta sus respetos culinarios.

Aunque el frenesí gourmet que nos proponen discurre vertiginosamente, cada nuevo plato no opaca al anterior. Todos dejan huella y tienen capacidad propia de atracción como el elocuente paté de pato con escabeche de calabaza, el infatigable blanquet de pato con puré de boniato y el revelador salmonete de roca soasado con vinagreta de erizos y coles de Bruselas encurtidas.

Si hay algo que nos reponga, que cancele nuestros males, que nos devuelve las fuerzas, la energía y las ganas por la gastronomía invernal es la grandeza de sus propuestas de cuchara. La cuchara es lo mío, no hace falta que lo diga, nos corrige una voz que nos acompaña por detrás del soliloquio.

No pasan desapercibidos los cardos de Navarra con gamba blanca que transitan por la excelencia. Legumbres animadas, de ayer y hoy, vamos con unos clásicos ejemplos donde se practica el tributo a la cuchara: garbanzos con anguila y el viejo (re)conocido fricandó de lengua con guisantes.

Aún no hemos tocado techo nos esperan sorpresas que nos dejarán atónitos como el irresistible pichón de Tierra de Campos que derrite la voluntad de todos los paladares que se ponen a tiro.

El arroz montañés es el mejor epílogo posible, meloso de pato, pollo de corral, conejo y caracoles que genera fidelidad para siempre. (Eso sí, por encargo)

El resultado final del conteo cualitativo de los platos viene a demostrar la dificultad de participar en un encuentro gastronómico y decir «hasta aquí» antes de tiempo, sin probar los postres. La tarta de manzana y tarta de queso de Mahón representan ese extraño concepto que va más allá de su dulce apellido común. El flan cremoso de vainilla permite aprovecharse de todas y cada una de las debilidades de nuestro sistema goloso y nos vemos obligados a repetir.

No hay que reflexionar en exceso para confirmar que la sobremesa forma una triada del buen gusto en el decir, en el vestir y el actuar de sabores, texturas y productos con vocación desestabilizadora que nos garantizan la satisfacción.

El maridaje también es el vector de una sobremesa arrolladora. La tan gastada palabra citada, que, a veces pierde cierto significado, se reanima y fortalece. Los préstamos entre la gastronomía y la enología tienen doble dirección en este restaurante. Hay influencias mutuas que duran y enriquecen a ambas partes. Si buscan un maridaje de relevancia culinaria y pauta vinícola este es su establecimiento.

Ignoro si este brillante y discreto cocinero, Chemo Rausell, es consciente del magisterio que sus platos ejercen sobre los paladares de sus clientes. Nada reclama para sí, nada espera de nosotros, solo que volvamos, prometido, y menos el aplauso que tanto merece. Ya es hora de desenterrar el reconocimiento y la brillantez. ¡Ah¡, cuánta gente estará de acuerdo con el título que encabeza estas líneas. Restaurante Napicol: filón gustativo, versatilidad consolidada.