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200 millones de dólares de la herencia Rockefeller para remodelar el MoMA

La generosa donación del fallecido magnate David Rockefeller al museo que fundó su madre ha financiado parte de los cambios que obligarán a la institución neoyorquina a cerrar entre junio y octubre
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La generosa donación ha financiado parte de los cambios que obligarán a la institución neoyorquina a cerrar entre junio y octubre
El MoMA cerrará sus puertas en la calle 53 de Nueva York a partir de junio, y durante cuatro meses, para finalizar una serie de renovaciones que han sido posibles gracias a generosas donaciones de, entre otros, el productor David Geffen y el fallecido magnate David Rockefeller, cuya donación de 200 millones de dólares fue anunciada ayer. Rockefeller formó parte de la junta directiva del MoMA durante gran parte de su vida, pero su vínculo con la institución venía de nacimiento: una de las fundadoras del museo fue su madre, Abby Aldrich Rockefeller, quien además da nombre al jardín de esculturas que décadas atrás fue la casa donde nació el propio David.
La intención de la renovación no es solo ampliar el espacio del museo y reconfigurar el lobby para mejorar la circulación de los cientos de visitantes que se pasean por sus salas cada día, sino, sobre todo, dar la oportunidad a los artistas menos conocidos de ser expuestos junto a Picasso y Van Gogh. “No queremos olvidar nuestras raíces en cuanto a que tenemos la mayor colección modernista -explicó a “The New York Times” Leon Black, presidente de la institución- pero el museo no hacía énfasis en las artistas mujeres, ni tampoco en lo que estaban haciendo las minorías, además de que estaba limitado en términos geográficos. Si antes esas eran las excepciones, ahora deberían formar parte de la realidad de la sociedad multicultural en la que todos vivimos”.
Cuando vuelva a abrir sus puertas el 21 de octubre, dos de las primeras muestras que los ávidos neoyorquinos podrán visitar serán las de los artistas afroamericanos Pope L., que plantea cuestiones de raza, género e inmigración en sus obras, y la nonagenaria Betye Saar, que formó parte del Black Arts Movement en los setenta y que a través del ensamblaje y el collage explora la cotidianeidad del racismo. Otra de las novedades será que cada seis a nueve meses se rotará el arte de cada galería, lo que permitirá exponer gran parte de la colección permanente del museo e incluir así a artistas hasta ahora un poco olvidados, como el fotógrafo japonés Shigeru Onishi o el pintor haitiano Hervé Télémaque.
Esta nueva dirección del MoMA recuerda la tendencia rompedora con la que fue fundado en 1929. Como explica la historiadora Lucy Hughes-Hallett, Abby Aldrich Rockefeller estaba decidida a fundar un museo que expusiera “el arte de nuestro tiempo”, como solían decir las “señoritas indomables”, que así se les conocía a las tres fundadoras del MoMA, Abby Rockefeller, Lillie Bliss y Mary Quinn Sullivan. Para lograrlo se asesoró con el Alto Comisionado para las Artes de Francia, del que era amiga y al que envió una carta en la que le pedía los nombres de los jóvenes pintores de su país que aún no hubieran aterrizado en Estados Unidos.
Era importante que aún fueran desconocidos en Nueva York, entre otras cosas, porque la esposa del hombre más rico de Estados Unidos no tenía cómo pagar a los artistas más famosos. “Mi esposo no está interesado para nada en la pintura moderna, así que tengo que entrar en esto yo sola y de manera modesta”, le escribió a su amigo francés. Una de las obras que sí se pudo permitir fue un pequeño cuadro de Henri Matisse.
De hecho, podría decirse que la pasión de Aldrich Rockefeller por la pintura no solo logró la creación del museo neoyorquino que visitan cada año alrededor de tres millones de personas, sino que fue ella quien enseñó a los Rockefeller a amar y apoyar el arte. Y es que si bien ella venía de una familia de millonarios de refinado gusto, los Rockefeller no creían en eso de invertir en arte, según Hughes-Hallett.
“La idea de gastar dinero en objetos inútiles le parecía ridícula (al padre de su esposo, John D. Rockefeller) y moralmente sospechoso. Su hijo absorbió esas ideas, pero para Abby era evidente que ‘el arte enriquece la vida espiritual, además de ser buena para los nervios’. A ella, la necesidad de comprar le venía de familia”, escribe la historiadora. Así, esta reconfiguración del espacio y el concepto del museo coincide con el espíritu “indomable” de su fundadora.