Aquellos años tan frágiles
Luis Mateo Díez publica «Juventud de cristal»
Creada:
Última actualización:
Querer para que nos quieran es la forma de autosabotaje más antigua del mundo y la más arraigada en el ser humano. Eso le ocurrió a Mina durante sus años de juventud y así nos lo hace saber en estas páginas llenas de desconcierto, impulsos y emociones encontradas, pobladas también de seres quiméricos que tienden a desdibujar los límites entre la amistad y el amor. Desde la edad adulta, nuestra narradora revive su pasado a través de los cuadernos que escribía, y llegan al lector en forma de vívidos flases cinematográficos. Es la cartografía de una época en la que se dedicó ilusoriamente a ayudar para obtener la recompensa del cariño y taponar, de paso, sus propias deficiencias. La acción se desarrolla en una de las «ciudades de sombra», un territorio universal –que bien podría ser León– donde transcurre buena parte de la literatura del creador de Celama (territorio simbólico y metafórico imaginado por él para retratar la extinción del mundo rural).
Un gusano espacio-temporal
En esta ocasión, se trata de Armenta, ciudad situada en una provincia perdida en un tiempo que nunca sabemos si es pasado o presente, pero sí que se encuentra «al otro lado del espejo». Así, nos sumergimos en una historia delirante en la que los protagonistas deambulan por extraños enclaves como el Cine de Sustos, donde los seres de tinta buscan viejos fotogramas; y el Baile de Corales, un salón derruido en el que se reúnen para dejar recuerdos. Semejante escenografía, a punto de desmoronarse, predispone a todos ellos a experimentar cosas extraordinarias. Y es que Mateo Díez lo ha vuelto a hacer: crear una realidad paralela, un gusano espacio-temporal porque, como dice de sí mismo, es un escritor «irrealista». El académico se zambulle en la obra en esa época de inconsciencia y vulnerabilidad que es la adolescencia para servirnos una novela divertida, salpicada de afectos y emociones. Un tiempo en el que todo es posible, incluso los grandes desvaríos; un periodo, el pasado, que se pierde sin remedio. Una edad de tránsito que siempre nos deja la dolorosa sensación de no haber sabido beberla a tragos cortos.
Pero también sobrevuela otra idea: cómo la vida puede fastidiar las cosas más hermosas que tuvimos (aún sin saber que las teníamos), así como la imposibilidad de recobrar aquel esplendor en la hierba. Es una obra de juventud, pero no en un sentido generacional, sino sobre el mito de aquella edad, así como un verdadero canto a la supervivencia. Deliciosa, dolorosa, escrita con el esmero plástico al que nos tiene acostumbrados Mateo Díez, narrativamente exquisita, dura y liviana pero, sobre todo, profunda.