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La primavera india de Cristina García Rodero

La fotógrafa, de la Agencia Magnum, expone su nuevo trabajo en la Galería Juana de Aizpuru. Un reportaje sobre la fiesta Holi, una celebración del amor, que le ha permitido recuperar el color en sus instantáneas
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Aquí existen dos Cristina García Rodero. La que viene del blanco y negro, y la que procede del color. Con la primera retrató la España de la posguerra, que arrastraba consigo unas raíces hondamente rurales, incluso en sus prolongaciones más grandilocuentemente urbanas. La segunda alude a una artista inaudita, recogida, más retirada del primer plano, que comenzó su formación como pintora y que ha quedado eclipsada por ese reporterismo inédito y costumbrista de la anterior, el que nos revelaba con una sorprendente vivacidad y realismo una nación que todavía estaba contagiada por lo procesional, lo cotidiano y lo religioso. «Siempre he trabajado de las dos maneras, pero es cierto que tuve una etapa muy purista, en la que solo hacía fotos en blanco y negro. Es innegable que estas imágenes tienen sus particularidades, que resultan más misteriosas, que invitan más a la poesía y al misterio a partir de algo que es tremendamente real. Pero yo estudié pintura y el color siempre me ha encantado. El color siempre aporta algo más. Existen muchos problemas en la fotografía que se solucionan con él. A parte de que contagia la alegría de la vida».
Distinta a todos
Cristina García Rodero es una desobediente que ni siquiera responde al cliché del reportero tradicional. Uno tiene la idea de unos tipos con planta, distantes, adornados con una aureola mítica y con una estampa casi cinematográfica. Pero ella, que es tan arrojada como cualquier otro, es simpática, agradable, de una extrema sensibilidad para lo artístico y lo humano; una fotógrafa que sabe utilizar la cámara, esto quiere decir que no invade lo personal, como hace el turistaje de turno, y que posee un enorme grado de empatía por todo lo que sucede a su alrededor, tanto lo ritual como lo humano. Esto le ha permitido, a lo largo de muchos trabajos, entrar en comunidades cerradas y asistir, como uno más, a las comuniones de distintas creencias. Desde hace unos años acude a la India, para asistir a Holi, la celebración del amor, un festival tremendamente sensorial, de un colorido que lo invade todo y que celebra la llegada de la primavera, la abundancia de las cosechas y, por supuesto, la victoria del bien sobre el mal. «Es muy hermoso, pero muy incómodo de trabajar (risas). La cámara suele tener un dedo de polvo de diferentes colores. Este polvo lo llena todo, tu pelo, la mano... no sabes de dónde llega, pero lo hace a chorros. Es un gran espectáculo visual. He visitado distintos pueblos y siempre he descubierto cosas nuevas. Pero es muy difícil meterte».
Cristina García Rodero, que ha sido la primera española en entrar en ese privilegiado club que es la Agencia Magnum, fundada en 1947 por Robert Capa, David Seymour «Chim», María Eisner, Henri Cartier-Bresson, George Rodger y Rita y Bill Vandivert, comenta que las imágenes de «España oculta», que le dieron reputación y fama, «marcaron mi manera de trabajar. Tuve que aprender a hacer reportajes porque en ese tiempo en nuestro país no había escuelas para aprender. Eso me obligó aprender cómo hacerlo, investigar, elegir el tema y captar lo viejo, lo nuevo, la calle, la gente». Su trayectoria, que ha estado vinculada a los ceremoniales que unen a los hombres y los dioses, sean cuales sean, le ha enseñado algo: «La gente necesita tener creencias, sean paganas o no, pero necesitan tener algo a lo que pedir ayuda, recibir favores, la necesidad de una espiritualidad que le empuje a sobreponerse a las dificultades. Una vez, al regresar de Haití, cené en un restaurante que había debajo de mi casa. Dos chicos se vanagloriaban de lo inteligentes que eran y del dinero que iban a hacer. Me horroricé al oír una conversación tan superficial. En Europa, con todos sus problemas, somos unos privilegiados. Aquí compras un billete y viajas a la otra punta del mundo. Pero existen lugares donde las personas tienen que caminar kilómetros para beber agua y lavarse, no tienen médicos. Eso hace que seas más humilde, que entres en complicidad con las personas, aunque no hagas fotos. El viajar te hace comprensivo. En México vi a una mujer bajo la lluvia vendiendo artesanías para comer...». García Rodero reconoce que ya no se fotografía igual que antes, que las personas han espabilado y resulta más complejo. «Hay que saber utilizar la cámara y no acercarte como un cuervo, que va a capturar presas, igual que una ave de rapiña. Pero todavía existen lugaresen los que las personas te brindan la mejor de las sonrisas. Luego les enseñas la imagen y se alegran porque ven lo guapos que son. Después se las envío. Suele suceder con gentes que no tienen muchas pantallas». Pero García Rodero es muy consciente de cómo el móvil ha cambiado la manera de aproximarse a la realidad. «Los móviles son una colonización. Están en todas partes. La técnica nos ha invadido para bien y para mal. Ahora los estudios fotográficos sufren y muchos han cerrado. Los usuarios solo quieren inmediatez, no ver. La gente quiere ser famosa, un momento de gloria. Cuando eres reportero lo pasas fatal, porque muchos no tienen respeto y te meten los palos “selfies” por todas partes. Para nosotros suponen un inconveniente. Además, los profesionales sabemos estar en los lugares sin molestar, mientras a otros les da igual molestar o no».