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«Anís del Mono»: 150 años dándole a la botella

La popular marca, cuya botella y etiqueta es un hito del diseño industrial, salió al mercado en 1870
larazon

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A finales del XIX, el anís era el hermano lumpen del coñac. Sus propios nombres comerciales declaraba su origen plebeyo: Machaquito, Bombita, Chinchón... Los señores tomaban su Duque de Alba y su Lepanto (cosa seria), mientras que la «absenta española» era cosa de torerillos y comadres. Pero como ya supo ver Cecilia Böhl de Faber, si algo distingue a la nobleza española es eso tan nuestro del «casticismo», que no es otra cosa que la curiosa tendencia de los privilegiados a remedar los modos, la jerga y los trajes de las clases populares.
Así, con el «Anís del Mono», lanzado hace ahora 150 años al mercado –efeméride que se celebra con una exposición en su museo de Badalona–, se solazaban por igual «desde la princesa real a la hija del pescador», según una coplilla de la época, y se curaba el espanto el galdosiano marqués de Torquemada: «Una copita de anís del Mono y verá como descarga», le recomienda el doctor. A los guiris los volvía tarumba.
Hemingway lo probó en San Fermín y en el Ebro. «Siento cómo me calienta todo el estómago», declara uno de sus personajes. Tanto y tan bien calentaba esta potente pócima que se cuenta que el explorador Jean-Baptiste Charcot encargó, en 1903, 125 litros para afrontar su viaje al Polo Sur. «Anís del Mono», creado por los hermanos Vicente y José Bosch, vivió una rápida expansión comercial.
Nunca le ha ido mal al vino español en el extranjero. Shakespeare aseguraba a través de Falstaff que «si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les inculcaría sería abjurar de brebajes ligeros y dedicarse al jerez». Otra cosa es el licor, un producto más de fronteras para adentro. Pero, sea como sea, la marca vivió años espléndidos y hasta podemos encontrarla en las mesas de los mafiosos de cine: en «El padrino» aparece una de estas botellas con las que, cuando aún se hacían esas cosas, los niños pedían el aguinaldo.
A inspiración de los frascos de perfume parisinos, la botella es ya icónica. Juan Gris y Picasso la replicaron en sendos bodegones en tiempos en que las abuelas la usaban de florero. Pero tan célebre es el envase como la etiqueta. La leyenda más consensuada mantiene que el famoso mono humanoide está inspirado en Charles Darwin, cuyo «Origen de las especies» estaba en boca de todos durante aquellos años. Y no precisamente para bien. De ahí el tono paródico con el evolucionismo de una marca que es historia del diseño industrial de España.

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