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Exposición

Olafur Eliasson, la naturaleza entra en el museo

El Museo Guggenheim de Bilbao reúne treinta pieza de uno de los artistas contemporáneos más importantes y comprometidos con el medio ambiente

Recorrido por la trayectoria del artista danés Olafur Eliasson
Una de las obras del artista danés Olafur Eliasson, en el Museo Guggenheim Bilbao,Luis TejidoEFE

Acudir a una exposición de Olafur Eliasson es prestarse a una cita alejada de lo que se entiende normalmente por ir a un museo, igual que sucede con Viola y otros. Hace ya bastantes años que pasamos a un arte basado en la experiencia. Dejamos la contemplación de la obra, más propia de periodos convulsos, y pasamos a uno vivencial, más acorde con estos tiempos sedentarios dominados por los horarios de las oficinas y Netflix. El artista plantea unas obras con una vocación intelectual y unos planteamientos ideológicos definidos, pero que requiere de la complicidad y participación del espectador, como sucedía en aquellas lecturas de Conrad, London o Stevenson. El visitante puede adentrarse en la niebla, escuchar el ruido de las olas, interactuar con la luz, tocar musgo y tener claro en la conciencia que se encuentra en un museo y no en un bosque o un lecho rocoso al borde del mar. En una época marcada por lo urbanita, Olafur Eliasson, un tipo alto y más tranquilo que un cielo de verano, nos mete la naturaleza en los centros de arte, lo musealiza, para que reflexionemos sobre él. Su preocupación por el medio ambiente proviene de su vacaciones en Islandia, un lugar precioso, con un paisaje impresionante, pero donde lo más emocionante que existe son los deshielos.

El resultado son unas piezas interactivas, amenas, de una aparente sencillez, pero de una profunda ambición que ahora el Museo Guggenheim, con el patrocinio de Iberdrola, exhibe en la exposición «En la vida real». Cerca de una treintena de obras producidas entre 1990 y 2000 (salvo «Futuro imaginario», que ha creado para este montaje) que son una retrospectiva sobre su imaginario. Con ellas, Eliasson pretende que el lector asuma que la realidad es uniforme, y variable, como nos demuestra con «Habitación de un color», donde la luz blanca es amarilla. Un cambio sencillo que nos hace comprender que los objetos que apreciamos solo tienen su color porque los observamos bajo una iluminación blanca. En otro montaje nos aproxima a la formación de mareas y, con un jardín colgante, nos remite a la caducidad de la vida. Una vitrina se ha llenado con sus maquetas y la impresión, más que los proyectos de un artista, es la de un arca de Noé o un planisferio tridimensional de las geometrías que dominan la naturaleza (algunas las reprodujo a gran escala, como es el caso de «Tu visión espiral», un pasillo de acero donde las figuras se reflejan y multiplican).

El museo como parlamento

Eliasson se considera un artista, no un ilusionista. Este principio explica que no oculte la maquinaria de sus piezas. Pero, también, lo aproxima a la idea de creador, aquel que es capaz de generar mundos. Hombre preocupado por la perspectiva, ahondar en la noción de espacios, que ha denunciado el deterioro de los glaciares y los polos (ahí está el molde de un trozo de hielo que se derritió), reconoce que «toma el agua, el hielo, el fuego y lo presento en el interior de un museo. Así creo un vínculo entre arte y naturaleza. Es una manera de explorar el sitio que tenemos en ella. Si algo está mal en ella, no es porque esté mal, sino que habría que revisar cuál es la relación que mantenemos con ella». Eliasson pide «a la gente que forme parte de la coproducción de su arte y que recupere la ilusión de crear magia» y recuerda la importancia de la experiencia, un elemento fundamental de su arte: «Siempre me han interesado nuestros sentidos, pero también como una manera para ser críticos. La cultura tiene que ver con la experiencia». En este sentido, para Eliasson, hijo de una costurera y un cocinero de barco (pero que también es artista), «un centro de arte es un espacio seguro» donde entrar en contacto con una serie de impresiones, pero, también, añade, «el museo es un parlamento, un lugar donde poder dialogar con distintas ideas, que están abiertos al diálogo y la polémica para contrastar nuestros principios y valores, y prevenir el populismo, el nacionalismo, la xenofobia y las conductas que son patriarcales». El artista, que tiene un habla sereno, pero que no regatea ninguna implicación política o filosófica, se mostró totalmente en contra del Brexit y declaró que «es un resultado bastante triste. Un fracaso de toda una narrativa para crear un discurso para la Unión Europea. Es como si hubiéramos olvidado lo que compartimos y nos hayamos entregado solo a lo emocional».