Buscar Iniciar sesión

Wu-Tang Clan, crimen y castigo

El último gran grupo de rap fue un ciclón comercial, una pelea de amigos, objeto de investigación del FBI e hizo de su último disco un circo. Su futuro musical está frío (aquí contamos por qué), pero su pasado es objeto de múltiples revisiones
Wu-Tang Clan

Creada:

Última actualización:

La lengua es una espada de doble filo, el rap es la esgrima y Wu-Tang Clan los mejores sensei. El grupo de Staten Island, uno de los más exitosos de la historia del género y los autores de una obra maestra, «Enter The Wu-Tang Clan (36 Chambers)», son los autores de un Bushido, de un camino en el rap, pero sobre todo de un imaginario propio. Su andadura, seguramente la del último gran grupo de hip hop por calidad e impacto masivo, fue irregular y estuvo marcada por todo tipo de sucesos, como se cuenta en el documental que se acaba de estrenar en España: “Of mics and men” (Movistar +) narra el auge y caída de su versión de Shaolín, el reino fantástico que contruyeron con sus rimas estos nueve raperos surgidos del suburbio para escapar de él. Sus miembros, trapicheadores pura calle y después millonarios suburbiales, defendieron el conocimiento pero cayeron en las envidias y en el ego. Incluso fueron investigados por el FBI en un caso de asesinato y otro por blanqueo de dinero. Su última peripecia: editar un disco de una sola copia, subastado por 2 millones de dólares y entregado al «hombre más odiado de América». Una serie de ficción, «Wu Tang: an American saga», cuenta su historia y lo hará en una segunda temporada, y Amazon acaba de lanzar un documental sobre el más carismático de los miembros de la pandilla: Ol’ Dirty Bastard.
Las artes marciales eran la autodefensa de los campesinos. El karate y otras disciplinas fueron un camino de enseñanza y conocimiento para repeler agresiones en un momento de sometimiento a los Shogun, los señores feudales. No hay mejor metáfora para hablar de la historia afroamericana. Pero en vez de con los puños, su autodefensa partía de su música. Wu-Tang Clan encontraron inspiración en las películas de Bruce Lee y en el cine de serie B de kung fu. Como pequeños saltamontes de Staten Island, esta pandilla de amigos aprende en las calles siendo atracados y pronto descubren que la policía no es precisamente mejor que las pandillas. RZA, GZA y Ol’ Dirty Bastard, primos entre sí y residentes en las viviendas sociales de Park Hill, están allí cuando una cultura hace eclosión. El hip hop era ya la lengua franca en la calle gracias a sus hermanos mayores, como N.W.A. y Public Enemy, y estaba en camino a convertirse en la lengua hegemónica. En ese momento, había dos caminos, el de las bandas callejeras o el de los movimientos emancipadores como el de la Nación del 5 por ciento. Este movimiento, vinculado al Islam, defendía que, frente al 10 por ciento que controla la sociedad y el 85 que es el rebaño, hay un 5 por ciento de hombres que conocen la verdad y animaba a sus seguidores a la rectitud y la sabiduría. Los miembros de Wu Tang Clan tenían un pie en cada lado y su historia es digna de una gran saga americana.
El trapicheo
Las viviendas sociales son una cárcel económica. Están pensadas para que nadie tenga que salir de ellas. «Nosotros venimos de hogares rotos y esas mierdas», reconoce Capadonna en el documental. Padres que huyen, hermanos con enfermedades graves. A la emancipación mental le faltaba la más importante, la económica. Para eso, U-God, iba cada mañana a recoger el alijo, movía un kilo a la semana. Method Man era uno de sus camellos y la mayoría del grupo traficaban. Eran socios. Capadonna trapicheaba para vivir. Mientras, llevaban años grabando sus cintas en la casa de RZA con el equipo que Divine, su hermano mayor, les había conseguido de estraperlo. Era el buscavidas, el que proveía para la familia, con sus chanchullos. Sucede lo esperable. Divine, a la cárcel. Capadonna, cárcel. U-God, cárcel. RZA se enfrenta a 8 años. Va a juicio y los negros siempre pierden los juicios. Pero se salva de milagro y sale del juzgado para andar recto. Desde ese momento, cambia su nombre (antes se hacía llamar Prince Rakim) y siente que cumple casi una misión divina.
En uno de los momentos más emocionantes del documental, Mastah Killa recuerda que su padre se dedicaba al ”rhytm & soul” y que era su ídolo. Pero un día despareció sin más dejando atrás los vinilos, difíciles de transportar. Y el niño que todavía no es un rapero los oye, porque las voces de Marvin Gaye y de James Brown son la voz de su padre o son los padres que le faltan. Todos tienen infancias similares. Los dos hermanos de Ghostface Killah tienen distrofia muscular. Él tiene que sentarles en el baño y asearles porque su madre tiene dos trabajos. “Igual estaba deprimido. Mi tía me preguntaba todo el rato que qué me pasaba, que parecía triste. Yo en ese momento no conocía la palabra depresión”. Method Man pasa por todo tipo de hogares de acogida. Por eso, su propósito fue abandonar las viviendas sociales, llegar a Shaolín. Con un arte surgido de la opresión, inspiraron a los que eran igual que ellos. Eran negros haciendo cosas alucinantes, manteniéndose sanos, creativos y millonarios. Tomando el control, con un bolígrafo y un cuaderno, inspiraron a los que eran como ellos. Se propusieron abandonar las viviendas sociales, llegar al paraíso imaginario.
Una película rimada
Pagar el alquiler es carísimo, así que los demás siguen con sus “trapis” y van a casa de RZA, el general, a grabar música. Poco a poco prefieren rimar que vender y descubren que tienen talento para escribir y rimar, que se provocan y se impulsan unos a otros. Con el único objetivo de sobrevivir, graban el superclásico que es «Enter The Wu Tang Clan (36 Chambers)», una especie de película oral por nada menos que 9 voces (RZA, GZA, Method Man, Ghostface Killah, Raekwon, Masta Killa, Cappadonna, U-God, and Inspectah Deck y ODB) como nunca se había escuchado antes. «El dinero lo mueve todo a mi alrededor: crecí del lado del crimen. Estar con vida no era fácil, mamá dejo al viejo, así que nos fuimos a Shaolín», cantan en el que es el himno del álbum, «C.R.E.A.M.». Un álbum que rebosa verdad, que muestra la tristeza y el dolor.
El grupo se convierte en un fenómeno y crea sus propias compañías. Su marca de ropa arrasa en Macy’s, los grandes almacenes estadounidenses. Cinco de sus miembros lanzan álbumes en solitario, todos son platino. Triunfan a lo grande. Van del suburbio de Park Hill a la exclusividad de Beverly Hills, y los delirios de grandeza entran en juego, cada uno se cree mejor que el grupo. Todos desean triunfar en solitario, reciben jugosas ofertas y piensan que ya no tendrán que compratir el dinero con los demás. RZA, que es el administrador de la marca Wu-Tang Clan, finalmente les autoriza a volar solos, pero a cambio se queda con el nombre del grupo. El reino de Shaolin se derrumba por ego, celos, por dinero. Se acusan (especialmente a Divine, que es quien ha actuado de administrador y contable) de quedarse dinero. Éste último es un hábil hombre de negocios e inversor que nunca ha estudiado, que les ayudó cuando no eran nadie con sus negocios turbios, pero terminan echándole. Ya no hay paz, amor ni unidad.
Investigación policial
La relación de los raperos con el crimen es algo que, obviamente, no se trata en el documental más que con la boca pequeña. Uno de los benefactores del grupo, Divine, invirtió su dinero en el grupo para lanzar su primer trabajo y se convirtió en mánager. Su dinero, bueno, era de dudosa procedencia. Lo llevaba en cajas de zapatos, hacía lo que fuera necesario (lo que fuera necesario) para que el grupo saliera adelante. Durante los 90 y los primeros años de este siglo, el FBI puso a Wu-Tang Clan en el punto de mira, como patrocinadores de una empresa criminal, «involucrada en la venta de drogas, armas ilegales, asesinato, robo de coches y otro tipo de crímenes violentos». Entre 1999 y 2004, los servicios secretos llevaron a cabo una investigación junto al fiscal del distrito que desembocó en una investigación RICO (la ley creada para combatir la Mafia), pero nunca pudieron probar nada. Estas investigaciones se conocieron tras la desclasificación de los informes que llevaban a cabo los servicios secretos sobre Ol’ Dirty Bastard, que falleció de una intoxicación de cocaína y Tramadol.
En el documental no se ahorran acusaciones entre ellos, especialmente tras la ocurrencia de RZA de grabar un disco que tenga una sola copia, que solo pueda ser escuchado por el comprador, y éste tenga la obligación de no difundirlo en 88 años. La maniobra fue un éxito, porque el disco logró en subasta un precio de 2 millones de dólares. Lo malo es que los pagó el que fue calificado de «el hombre más odiado de América», Martin Shkreli, un magnate farmacéutico conocido por aumentar el precio de un medicamento para inmunodeprimidos un 5.000 por ciento. «Once Upon a Time in Shaolin» enfadó a muchos miembros del grupo, que claman que ha sido editado sin su permiso y que recibieron menos dinero del merecido. Aunque su vuelta al estudio parece improbable, al menos mantienen la hermandad. Cometieron crímenes en su juventud para sobrevivir aunque las teorías del FBI que les señalan como organización delictiva carecen de base. El mayor crimen que cometieron fue olvidar quiénes eran. El castigo fue el derrumbe del maravilloso reino de Shaolin.

Archivado en: