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Francia

Nantes y la maldición de las catedrales

Estos edificios han sobrevivido a lo largo de su historia al fuego, la destrucción de las guerras y los terremotos

El fuego ha sido el enemigo secular de las catedrales y monasterios en el pasado y continúa siéndolo en el siglo XXI a pesar de la tecnología y las amplias medidas preventivas. Una historia de destrucción que tiene su origen en la antigüedad, cuando los dioses ante los que se inclinaba el hombre eran los del panteón griego y las iglesias eran edificios paganos. El 21 de julio del año 356 a. de C., el mismo día que nació Alejandro Magno, Eróstrato prendió fuego al templo de Artemisa, en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo, con la intención de que ese gesto perpetuara su memoria en la historia. Las llamas destruyeron el edificio y todas las obras que contenía, incluidas las esculturas de Fidias, y el pirómano, hay que subrayarlo, logró su objetivo a pesar de que los griegos prohibieron que se mencionara su nombre. Pero su temprano gesto, lejos de ser una excepción, se ha repetido a lo largo de los siglos. Alejandro Magno destruyó Persépolis, con sus templos, palacios y bibliotecas; el fuego arrasó Alejandría (aunque aquí las fuentes sobre la pérdida de su famosa biblioteca son contradictorias) y, a lo largo del medievo, los incendios se sucederían en los lugares de culto y de la cultura, sobre todo donde se conservaban los códices. Como ejemplo está la catedral románica de Utrecht, que ardió por completo en 1253. Sobre sus ruinas se erigió otra nueva, pero de alzada gótica. La famosa Catedral del Mar también fue pasto de las llamas en 1379 y luego sufriría las consecuencias de un terremoto, que es otro de los males que azotan a estos monumentos que, a pesar de sus majestuosas estructuras, en numerosas ocasiones hay que apuntalarlos y reforzarlos para que no venzan por este u otro lado. Un caso evidente de esto es la iglesia de Santo Domingo de Lisboa, que en el siglo XVI y XVIII fue afectada por unos movimientos sísmicos que casi la reducen a escombros. Y, ya en el siglo XX, sufrió un incendio, exactamente en 1959. Incluso la catedral de Santiago de Compostela ha visto cómo el fuego destruía el portalón de la fachada de Azabachería: sus restos escultóricos se incorporarón luego a la portada de las Platerías.

Otros tiempos, otros fuegos

Existe la creencia general que los años oscuros de la Edad Media fueron terribles para estos lugares. Y es cierto, pero nada comparado con lo que han tenido que afrontar en el siglo XX. Las dos guerras mundiales han dado buena cuenta de ellos. El caso más evidente es la catedral de Ypres. Las batallas redujeron su perfil a un esqueleto de sillares en 1919. Sus imágenes se emplean para mostrar la barbarie de la Gran Guerra. Otro ejemplo, también circunscrito a la contienda del 14, fue la catedral de Reims, una obra impresionante que quedó totalmente afectada por los combates con los alemanes, que, además, fueron acusados de haber destruido de manera deliberada esta joya.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el fuego, causado por los bombardeos, la artillería y la propia deliberación del hombre, arruinó muchos tesoros artísticos europeos. Uno de ellos fue la catedral de Colonia, que se convirtió en un símbolo de la destrucción del conflicto que desencadenó Hitler. La catedral de Coventry, en Londres, también quedó destruida, como muestra una famosa fotografía de Churchill paseando por su interior. Varsovia, que quedó destruida en un 80 por ciento por losvnazis, perdió prácticamente su legado cultural arquitectónico, como la archicatedral de San Juan, del siglo XIV. Lo mismo sucedió con la Iglesia de Nuestra Señora de Dresde, el monasterio de Montecassino o la Kaiser-Wilhelm-Gedächtnoskirche, en Berlín, cuyos restos, hoy conocidos como Memorial Kaiser Wilhelm se conservan para que nadie olvide lo que supone una guerra. Antes, en San Petersburgo, la catedral de la Santa Trinidad, quedó dañada durante la Revolución Rusa y, ya en el siglo XXI, no escaparía del fuego, que casi la destruye.

La historia de las catedrales ha cambiado poco desde 1950. Hay que recordar el incendio de la catedral de León en 1966. El impacto de un rayo prendió las cubiertas. El edificio pudo colapsar, pero el jefe de bomberos tomó una decisión audaz y sustituyó el agua por espuma para que no aumentara el peso sobre la estructura. Literalmente la salvó. Incluidas sus vidrieras, únicas en el mundo hoy. Otro catedral afectada fue la de Teruel, declarada Patrimonio de la Humanidad, que padeció un incendio en los noventa.

Fuera de nuestro país los ejemplos son numerosos. Mencionar, entre ellos, cómo el fuego afectó en 1993 a la catedral de Esztergom, en Budapest, que cuenta con unos bellos murales, y el incendio de la catedral de Notre Dame hizo temblar de nuevo el alma de los europeos, que, a lo largo de su historia ha visto mermado su capital cultural. Ahora se suma la de Nantes.