Las memorias de Rafi Escobedo: «Yo no lo hice»
Antes de morir, el principal sospechoso del asesinato de los Urquijo redactó su inédita versión de los hechos
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En 2013, Myriam de la Sierra, la hija de los marqueses de Urquijo, publicaba «¿Por qué me pasó a mí?», un libro de memorias en el que hacía balance de una vida que había quedado marcada por el asesinato de sus padres el 1 de agosto de 1980. En la autobiografía, Myriam admitía que no creía que hubiera sido su ex marido Rafael Escobedo el autor material de esos hechos.Este es uno de los muchos giros de guion que ha tenido esta historia a lo largo de cuarenta años en los que las especulaciones han crecido cada vez que ha habido un extraño cambio en elrelato: desaparición de pruebas, huida de testigos, dudas sobre otrosy la muerte en extrañas circunstancias de Escobedo.
Cuatro décadas después, aparecen nuevas pistas que el abogado Marcos García Montes sigue para limpiar el nombre de su cliente, es decir, Rafael Escobedo. En una entrevista con este diario, García Montes asegura que no estamos ante el crimen perfecto. «Es el más imperfecto de todos los que he visto. Fue una verdadera chapuza, una romería criminal, en la que participaron cuatro hombres y una mujer. Salió bien por una auténtica casualidad». Cuando se le pregunta por los nombres y apellidos de esas cinco personas, el abogado reconoce que «lo sé porque Rafi me lo cuenta en sus memorias, pero le prometimos su amigo mexicano René Reinoso y yo que no las haríamos públicas hasta la muerte de su madre, que era lo que más quería del mundo. Por diferentes motivos lo hemos ido dejando, pero las memorias no tienen mayor importancia porque los autores del crimen cuentan con impunidad. Ya ha prescrito».
En compañía de otros
El único condenado hasta la fecha por el crimen estuvo esa noche allí «solo o en compañía de otros», como dicta la sentencia. «No negó haber estado, aunque lo condenan como autor material en la sentencia del Tribunal Supremo. Pero dos médicos forenses, José Antonio García Andrade y Raimundo Durán, establecieron que era un crimen realizado con ánimo frío, calculador y profesional, es decir, sicarios. Le hicieron pruebas psicopatológicas a Escobedo y no coincidía con ese retrato robot», apunta García Montes. Cuando se le recuerda que su cliente se declaró culpable en un interrogatorio policial, añade que Escobedo fue sometido a la llamada tortura siciliana: «Lo pusieron desnudo ante veinte policías en actitud jocosa, lo cual produce un desmoronamiento de tu seguridad. Además, le mostraron que su padre estaba detenido, con la amenaza de que también iban a arrestar a su madre. Entonces firmó un papel sin abogado».
En esa noche del 1 de agosto de 1980, cuando media España estaba de vacaciones, en la mansión de Somosaguas no ladró el perro cuando vio llegar a los asesinos. Tampoco hicieron su ronda los responsables de la seguridad de la exquisita urbanización, siguiendo el deseo expresado por el administrador de la casa, Diego Martínez Herrera. La puerta estaba abierta. Una de las personas que entró en la casa, sin ladrido de perro que advirtiera su presencia, fue una mujer. ¿Cómo sabemos que había una en el grupo de asesinos? «Apareció una cinta para el pelo de mujer. La encontró el profesor García Andrade, quien la entregó en el juzgado y de allí desapareció, al igual que los casquillos que se hallaron en la finca de la familia Escobedo y la pistola que encontró un ciudadano en el pantano de San Juan», confiesa García Montes. En sus memorias, Myriam de la Sierra confirma que Martínez Herrera se encargó de arreglar los cadáveres.
El hecho de que lavara los cuerpos de los marqueses provocó que desaparecieran numerosas pruebas, todo eso hecho antes de la llegada del médico forense y de que se declarara el levantamiento de los cadáveres. «Arregló a su padre, quitaron las sábanas, ordenaron las ropas y, lo más importante, lavaron los cadáveres a tan alta temperatura, a más de cien grados, que desaparecieron las huellas de pólvora», apunta el abogado. Otra de las ramificaciones del caso en las que lleva tiempo trabajando este abogado se refiere a la muerte del principal sospechoso. El 27 de julio de 1988, Escobedo apareció ahorcado en su celda del Penal del Dueso. «A Rafi lo suicidaron», subraya el abogado. Para avalar esa afirmación, recuerda que la autopsia permitió que se encontraran en los órganos internos de Escobedo 14 miligramos de cianuro puro. Escobedo dormía en una celda con otros dos compañeros que «lo ayudaron a suicidarse.
Al día siguiente, el director de la prisión y el de la Dirección General los mandó con régimen abierto a la prisión de Palma de Mallorca». En una caja fuerte fuera de España se guardan las memorias de Escobedo. El manuscrito se inicia con esta frase: «Yo no lo hice». No es el único documento de puño y letra de Rafi que aún no ha visto la luz. También existe una larga correspondencia, todavía inédita, en la que Escobedo explica a una de las pocas personas con las que tuvo amistad en la cárcel lo ocurrido el 1 de agosto de 1980.