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Los Rodríguez, memoria, reconciliación y ¿reunión?

Se cumplen 30 años del nacimiento de la legendaria banda, que lo celebra con biografía y recuperación de la amistad. «Queda la puerta abierta», dice Ariel Rot. “Echo de menos una banda como Los Rodríguez”, opina Calamaro en el libro

Los Rodríguez, en 1993
Los Rodríguez, en 1993Javi Salas

Fue una historia de milonga y rumba, de mate y carajillo. O más bien, de sol y sombra, la bebida que mantenía cuerdo en los 90 a Julián Infante, miembro de Los Rodríguez, una de las bandas de rock en español más importantes de la historia y de la que se cumplen ahora 30 años de su nacimiento. Un grupo que fue número uno en ventas pero jamás dio una gira propia por estadios, que conoció mayor éxito en el momento de su separación y que dieron categoría de masas al rock latino escrito con los acentos de los dos lados del Charco, entre el rock urbano de aquí y el mestizaje de allá. Porque Ariel Rot y Andrés Calamaro nacidos argentinos eran, en realidad, madrileños. Vivían en Malasaña, el primero en La Palma, el segundo, en El Pez, y escribieron canciones ya eternas antes de escribir un final amargo como banda al que, por cierto, se le ha añadido un epílogo muy feliz, que se cuenta en “Sol y Sombra” (BaoBilbao Ediciones), la biografía del grupo que aparece ahora editada y que ha propiciado en parte el reencuentro de los tres supervivientes.

La biografía, como en la historia de Los Rodríguez nació en un concierto de los Rolling Stones, en 2015, cuando los autores, Kike Babas y Kike Turrón, se acercan a Ariel Rot y le comentan la idea de hacer un libro coral. Más de cien voces participan en él, incluidos mánagers, “runners” y técnicos del grupo. Los tres supervivientes del grupo participan. Y se obra un pequeño milagro: en el proceso, Calamaro y Vilella se reconcilian, miran atrás sin rencor y vuelven a grabar “Princesas” de Sabina para un disco homenaje. Tienen un grupo de Whatsapp y se vuelven a presentar ante la prensa el próximo lunes para la presentación del volumen. Quién sabe qué puede suceder a continuación. «No hay duda de su legado y trascendencia. ¿Reunión? Es difícil de decir, pero hoy está más cerca de que suceda que hace cuatro años. Están en activo, tienen un gran repertorio y llenarían todos los pabellones. Si se dan ciertas circunstancias...», dice Kike Babas, uno de los autores. Para su compañero y tocayo Turrón, lo mejor del libro es que ayudó a sus protagonistas a comprender: «Sucedieron cosas que cada uno vivió desde su punto de vista. En el libro han podido ver sus actos desde fuera y las opiniones de otros. Creo que para ellos ha tenido algo de psicológico».

Orígenes

Todo comienza en Argentina, donde Rot se refugia de los ambientes tóxicos que precipitaron el final de Tequila. Trata de armar algún proyecto, conoce a Calamaro, que ya tiene un nombre en su escena pero regresa a España, donde su amigo y compañero en Tequila Julián Infante y Germán Vilella tienen algo nuevo entre manos. Infante, un Keith Richards madrileño, también regresa del exilio autoimpuesto con el objetivo de limpiarse. Para no escuchar los cantos de sirena de la heroína, confía en desayunar un sol y sombra y algunos lexatines. Sin embargo, no podrá evitar la tentación en el Madrid de los 90 que todavía no tiene ganas de dormir superada la Movida. Es él quien convence a todos de que tiene un mánager, un sello y todo controlado para iniciar un grupo, aunque era mentira. Rot llama a Calamaro, que llega “con mucho respeto” a España, conocedor y admirador de su escena.

Los primeros tiempos pasan de noche, en el Ya’sta, Al’Laboratorio, Malasaña, el local y el Ranchito, como denominan a la vivienda que comparten y en la que fuman todo el rato. En tres meses consiguen firmar 16 canciones, sin ideas previas, de la nada. Sin embargo, las acusaciones de ser una mala reforma de Tequila, de hacer rock torero y la muy recurrente de haberse dado el peor nombre de la historia de la música hacen que las dudas afloren. “Buena suerte” no pasa de las 20.000 copias en el sello Pasión, que en un año edita a Antonio Vega, Extremoduro, Los Rodríguez y Lole y Manuel. Buenas reseñas, sí, pero un estilo rockero que está fuera de la moda del pop de los 90. Es en los primeros años en Madrid cuando Calamaro, de la mano de Jaime Urrutia, se introduce en el mundo taurino. Viven como universitarios en el mismo piso, un auténtico fumadero de marihuana. El disco renquea, y Los Rodríguez plantean hacer un “Disco Pirata” que les cuesta su relación con la discográfica.

Adoptado por Madrid

Calamaro recuerda que quiso y se dejó adoptar por Madrid: “Me instalé en Malasaña, era un vecino más. Ahí ya sí estaba el Morocco y el Alfil, fue cuando los últimos años del Agapo. Había recorridas maratónicas por muchos clubes de rock con Guille Martín, que todavía era vecino de Malasaña. Inmediatamente conocí a Javier Corcobado, que se convirtió en mi héroe y mi amigo. También era vecino de Kike Turmix, de Los Enemigos, de Los Camuñas, de Sex Museum, de Malevaje, de Santi Agapo, de Julito…”, evoca en el libro. Hay gente de los más diversa: “Había un gran ambiente. En el Alfil vi a Albert Pla y fui vecino de Manu Chao y, al principio, conocí a Fermín Muguruza, que estrenaba Negu Gorriak. Hice amigos y compañeros, y estaba encantado de pertenecer yo también al rock español y de conocer a toda la buena gente. Gratitud, respeto y amistad”. Es el Madrid post movida, pre-Kronen.

Virginia Díez, pareja de Julián Infante por entonces, recuerda el ambiente nocturno: “Todo funcionaba bien, los invitaban a todo tipo de fiestas y de jolgorios, y por allí corría la cocaína. Julián había salido, supuestamente, de la heroína. Ariel (Rot) se había ido a Buenos Aires un tiempo antes para precisamente alejarse de eso, de la heroína. Alejo (Stivel, Tequila) hizo algo similar, pero Julián se quedó en Madrid y lo pasó mal durante mucho tiempo. Una vez que ya estaba curado, siempre entre comillas, fue cuando nos conocimos. Julián desayunaba un sol y sombra y no sé cuántos Lexatines, era su rutina”. En cuestiones químicas, Ariel había pasado lo peor. Julián no lograba desengancharse. Guillermo Vilella empezó en esa época y Calamaro justo al disolverse Los Rodríguez. Sin embargo, no fue una cuestión que volviera la banda disfuncional. No fue, en ningún caso, causa de los males de Los Rodríguez. “Había un pacto: en el grupo no podía haber heroína”, recuerda Rot. Pero Infante lo hizo a escondidas.

Un año dando vueltas

Así llega la maqueta de “Sin Documentos”, una obra maestra del rock español. “La etiqueta de Rock Latino nos resultaba incómoda porque nos considerábamos un grupo de rock a secas”, dice Calamaro. En todo caso, la maqueta estuvo un año dando vueltas, de mano en mano, entre promesas de personajes fantasmales. Hasta que la recibe Alfonso Pérez (director de DRO/Warner) y benefactor del grupo. “Las casualidades de la vida hicieron que, como iba a hacer unas últimas compras navideñas, pusiera la cinta en el casete del coche y sonase “Dulce condena”, y luego “Sin documentos”, y luego “Salud, dinero y amor”, y cuando llega a la frase que dice: “brindo hasta la cirrosis por la vacuna del sida”, ahí, en ese momento paré el coche y dije: “me cago en mi puta vida, esto lo ficho ahora mismo por mis santos cojones”. Los tres días siguientes, que eran vacaciones para mí, no pude parar de escuchar aquellas canciones”, evoca. DRO acaba de ser adquirida por Warner y él no sabía que la matriz ya había rechazado esa maqueta hacía algunas semanas. Sin embargo, por insistencia de Pérez, la compañía les ficha.

El disco llegó catapultado del éxito de “Sin documentos”, un tema ya eterno pero que en su contexto podía generar reticencias, como al propio batería de la banda, Germán Vilella: “Era la canción que menos me gustaba. A mí me iba el rock. Me encantan el flamenco, los palos jondos, pero la rumba… En esta época estaba mucho, además de con Antonio Flores, con los Navajita Plateá, los Ketama… y yo tocaba el cajón en las fiestas y todo eso. La rumbita fácil no me gustaba nada. Entonces llegaron con este tema y lo que hice fue meterle un ritmo de rockabilly a esa rumba. Fue la fórmula que funcionó.Fue una casualidad, estaba harto de rumbitas y me dio por hacer ese ritmo”.

El “rock torero”

Fue la canción del verano del 93 junto con otro clásico, también acusado despectivamente de “rock torero”: “Sangre española”, de Manolo Tena. Dan cientos de conciertos. Se vive la explosión de las fiestas de los Ayuntamientos regados con dinero público. Conocen el éxito, pero demasiado pronto comienzan las grietas. En primer lugar, por la ambición de Calamaro y algunas salidas del tiesto (“soy más famoso que el presidente de Argentina”) que no ocultan su verdadero afán, una carrera en solitario con nombre propio. En segundo lugar, la salud de Julián Infante, que no quiere admitir que es seropositivo y sigue con sus hábitos tóxicos. Un nuevo factor se añadirá después a las desavenencias internas, la propuesta de Calamaro de modificar los porcentajes de ganancias, dejando de ser equitativos para pasar a 40, 30, 20 y 10 por ciento (Calamaro, Rot, Vilella e Infante). “Algo que reconozco como un error por mi parte, haber planteado eso sin ninguna necesidad. Fue mi principal equivocación, quizás motivado por los estados de ánimo (que no sirven para nada). No merecía yo más que los demás. Sinceramente, echo de menos estar en un grupo como Los Rodríguez. Soy más músico de rock que cantante. Quizás esperaba mayor independencia creativa, pero con Los Rodríguez teníamos todo. No haría eso mismo ahora. Le pido perdón a mis compañeros”, recuerda el argentino.

El resto del grupo firma. No hay opción, es un ultimátum del Calamaro, que firma diez de las trece canciones de “Palabras más”, un éxito en la radio comercial (disco de oro) pero para el que llegan agrietados. Sabina rechaza participar en la gira “El gusto es nuestro” con Víctor Manuel, Ana Belén, Serrat y Miguel Ríos porque lo que el quiere, le confiesa a Pancho Varona, es “irse con Los Rodríguez”. Será el mayor despliegue en directo que consiga el cuarteto, una gira en condiciones, en grandes aforos, pero “de teloneros”. Aunque Sabina exija que los nombres aparezcan al mismo tamaño en cartelería, la realidad es la que es. Hasta el final de su carrera, de hecho, solo actuarán en salas (del tamaño de la extinta Aqualung, en Madrid) en sus giras propias. Sin embargo, lo inevitable se acerca. El grupo ya está desunido: “Había conflicto, eso es normal, pero seguimos sirviendo a la música con honor -dice Calamaro-. No fui el Yoko Ono de Los Rodríguez”.

El final fue un “hasta luego”

Ya son una ex-banda cuando lanzan “Hasta luego”, que es “como se dice adiós en Madrid”. El recopilatorio vuelve a vender una barbaridad, pero el grupo anuncia su separación “momentánea”. En realidad, Calamaro ya tiene perfilado “Honestidad brutal”. “En la adversidad, la enfermedad y las adicciones, nos disolvemos porque era mejor no seguir como estábamos. Nunca terminé de agradecer a Ariel, y a mis compañeros, la forma en que me trataron en Madrid. Me dieron casa y me apartaron de la posibilidad de los vicios caros y muy peligrosos. Mi éxito personal fue casi inmediato, pero la semilla de la autodestrucción estaba plantada como una mina antipersona enterrada esperando que la pisen”, dice su autor.

La relación personal del grupo dejó heridas abiertas. No entre los dos argentinos, que volvieron a verse, colaborar, beber mate juntos, pero sí con Germán: “Tuvieron que pasar algunos años más hasta que por fin hemos limado todas las asperezas. Y no sólo eso, sino que hemos tomado consciencia de que hemos sido hermanados por alguna fuerza que trasciende lo racional e incluso nuestra propia voluntad, que nos queremos como eso que somos... hermanos. Hoy, los tres supervivientes del grupo somos hermanos y cultivamos esa relación”, explica. En parte, su participación en la biografía ayudó a poner paños calientes. “Por mi parte, por supuesto, siempre queda abierta la puerta a Los Rodríguez: el encuentro musical con Andrés ya sea en el salón de mi casa o para tocar rancheras en un bar. Toqué con Andrés durante diez años, ambos estamos activos y en forma, es absurdo que no…”, concluye Ariel Rot.

Por imperativo maradoniano

En 1992, Maradona fichó por el Sevilla. Los Rodríguez no habían logrado todavía un éxito masivo, pero el astro argentino se enamoró de una canción, «Mi enfermedad». «Obligaba a ponerla por la megafonía del estadio todos los partidos . Antes del himno del club. Lo exige y la pone dos o tres veces», recuerda Paco Martín, director de Pasión Records, la discográfica por entonces de Los Rodríguez. No fue, futbolísticamente hablando, la mejor temporada de Maradona.