Ángela Molina: «De mi padre aprendí el oficio»
La actriz, «uno de esos milagros que ocurren de vez en cuando en el cine español», según la Academia, recibirá el Goya de Honor 2021
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Se toma el premio con absoluta llaneza. «Como dicen los cubanos, lo que sucede, procede», señala la actriz Ángela Molina (Madrid, 1955) al poco rato de hacerse público que recibirá el año que viene el Goya de Honor a su carrera. «Te digo eso, pero en realidad me siento con todo a flor de piel, porque recibes la enhorabuena de la gente del oficio y la atención de los periodistas y te sientes agradecida. Muy dulce», dice la intérprete, que ha trabajado en más de cien películas con directores como Buñuel, Pontecorvo, Ridley Scott, Tornatore y Almodóvar, entre muchos otros, y que ha encarnado una época del cine español en la Transición.
«En estos momentos no puedo... no he tenido tiempo de hacerme esa pregunta a mí misma –dice cuando se le pide elegir una cinta, un cineasta–. Todas son importantes y en el tiempo de una vida no puedes quitar una época y dejar otra. Traiga lo que traiga la vida, siempre ha merecido ser, porque correspondía perfectamente a cada situación. Me resulta difícil elegir una antes que otra. Todas conforman mi vida y me veo retratada en ellas, todas tienen el mismo valor para mí, aunque hayan tenido respuestas distintas para el público», confiesa Molina, que rechaza considerarse un icono. «El único lugar al que podemos volver es a nuestros recuerdos y el cine es nuestra memoria juntos», dice quien pertenece a una larga saga de artistas.
El padre, la energía
La Academia reconoce su especial sensibilidad. ¿A qué cree que se puede referir? ¿Qué tiene Ángela Molina que no tengan otras actrices? «No lo sé, yo he sido... La persona que me ha emocionado más en mi vida, en cuanto a lo que me hizo sentir con el arte que Dios le dio, fue mi padre. Yo, que he crecido en él, en la vida que me ha tocado, siempre me he sentido fondeada por su sensibilidad, por la manera en que me hacía sentir tanto a mí misma como al público en general. Así que pienso que no soy diferente a nadie pero sí he estado desde mi origen acompañada de ese ferviente amor que mi padre sentía por lo que le daba su público», cuenta del cantaor Antonio Molina. Es como si su hija Ángela hubiera aprendido el olor del oficio viéndole. «Totalmente, es eso. Él llegaba a casa y yo siempre me despertaba a la hora de la mañana que fuera porque me gustaba que me contase cómo había ido la función justo cuando llegaba con esa energía. Éramos realmente muy amigos en la vida. Y yo, aunque me perdí otras cosas de él, eso sí que lo viví a su lado».
Sin embargo, de nada vale una herencia o un ejemplo si no se desarrolla una personalidad creativa propia: «Con el tiempo he aprendido de mi trabajo, por mi cuenta, la inocencia de la verdad. Este oficio es la verdad desnuda. Y lo sigo aprendiendo. Ese es el goce», apunta, y añade que no piensa que los premios empujen hacia la retirada: «No, no. Mientras tenga trabajo y fuerza física, seguiré. Yo he trabajado con María Isbert cuando tenía casi 90 años y derrochaba alegría y generosidad. La vida es un delirio de belleza, es un milagro. Y nos debemos podérnoslo contar», señala.
Amor al oficio
Molina ha pasado 2020 «más humildemente, más sencillamente –asegura–. Dando valor a las cosas que son importantes». Y no le cabe duda de que alguna lección aprenderemos: «Seguro que sí. Cuando volvamos a nuestros lugares lo comprenderemos». Mientras, el Goya le da fuerzas para seguir: «Mi amor por este oficio siempre me está enseñando. Y el premio es parte de esa historia, del trabajo, del compromiso y del sueño. Tiene un sentido muy romántico y casi de una pureza infantil cuando lo recibes porque uno no hace las cosas para ser premiado, pero cuando llega te sientes muy feliz. Y seguimos aprendiendo».