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“La corrupción policial de la India no es comparable con Occidente”

En “Los detectives de la línea morada”, la escritora y periodista nacida en Kerala, se apoya en la mirada prematuramente madura de un niño de nueve años para criticar la incompetencia estatal del país
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Era otra escritora india, Arundhati Roy, quien definía a la mujer feminista como aquella que “negocia su posición en el lugar donde tiene que realizar sus elecciones”. Deepa Anappara ha invertido más de doce años en elegir estratégicamente bien el escenario desde donde hacerlo. También el ángulo y el lugar desde el que decide proyectarse profesionalmente al mundo, adoptando la postura exacta y reivindicativa con la que quiere ser percibida y valorada por quienes pretendan juzgarla. “Creo que fue Roxane Gay, la autora estadounidense, quien aseguró que incluso cuando escribía acerca del yogur, estaba haciendo un acto de denuncia política. Y esto es válido para todos los escritores de color”, afirma con seguridad para LA RAZÓN la autora de “Los detectives de la línea morada” (Destino) mediante videoconferencia.
La desconstrucción de roles está casi tanto o más de moda que la reconfiguración de identidades o la apreciación renovada de la Historia. En mitad de una era digital y socialmente fragmentada como la que vivimos en donde el señalamiento público por casi todo lo que decimos pero también por todo aquello que somos y representamos, –a veces, de forma involuntaria– se ha convertido en un deporte con categoría de olímpico, habrá quien piense que lo único que le falta es pedir disculpas por ser hombre, blanco, heterosexual y además, occidental. Toda esa caterva cibernética de sociólogos aventajados se olvida, eso sí, de que para entender la importancia que tiene la presencia de figuras como la de Anappara dentro del circuito literario internacional es urgente contextualizar y subrayar su género, su nacionalidad o el color de su piel y entender estos elementos identitarios como parte causante de su rémora, de su lastre corporativo, de su apellido impuesto.
Espíritu de calle
La autora se muestra orgullosa del progresivo despertar de la India en lo que a literatura escrita por mujeres se refiere: “Creo que ha habido una gran explosión de autoras indias en los últimos dos años y lo maravilloso de esto es que sus novelas no se circunscriben solo al ámbito doméstico sino que abordan temas muy diversos como el medioambiente o la Historia. Cuando hablo sobre autoras indias de hecho, siento que son parte de mi formación literaria porque yo crecí leyendo sus novelas en mi lengua materna que es el malabar”, señala. “Lo cierto es que provengo de una sociedad que es tremendamente conservadora y patriarcal y estas novelas me enseñaron y me enseñan todavía una manera distinta de ser mujer en este mundo. Hicieron que no me sintiera atrapada por esas normas rigurosas de adaptación a una estructura machista que pretendía por ejemplo que las mujeres siempre se casaran, tuvieran niños y se dedicaran a su cuidado”, añade.
Pese a que “Los detectives de la línea morada” constituye su bautismo literario, la trayectoria de Anappara como periodista y su implicación en problemáticas de índole social como el impacto de la pobreza y la violencia ligada a la religión en la educación infantil la hicieron merecedora de numerosas distinciones como el “Developing Asia Journalism Award” o el “Every Human Has Rights Media Award”, entre otros. En esta ocasión, la joven adopta la voz ficcionada de la literatura para estructurar un relato protagonizado por Jai, un niño de tan solo nueve años cuya ingenuidad y precoz sagacidad le empujan a hacer sus pinitos detectivescos a raíz de la desaparición de un compañero de clase. Cabe recordar al lector que en la actualidad al menos un promedio de 180 niños desaparecen diariamente en la India y que en su mayoría, todas esas desapariciones solo llegan a trascender mediáticamente cuando los factores que rodean el suceso son de tan amarillistas, escabrosos, o cuando el secuestrador es al fin capturado.
“En mi caso particular, al haber trabajado como periodista durante unos cuantos años, tuve la oportunidad de entrevistar a niños como Jai. Desde entonces supe que quería escribir un libro sobre su situación, a pesar de que no haber tenido las mismas experiencias que estos chicos. Ese dilema es muy interesante. Considero que es derecho de todo autor escribir sobre un mundo del que no forma parte, siempre y cuando tenga conocimiento sobre él y sobre todo, tenga consideración por el tipo de reacción que puede generar en el grupo de personas al que se refiere. Por ejemplo, si yo estoy escribiendo sobre este grupo de niños y esta comunidad llegan a saber en algún momento del libro, lo leen y se sienten ofendidos, tengo claro que quiero saber lo que piensan para poder tenerlo en cuenta”, comenta la autora.
Para la escritora, era importante no incurrir en la narración estereotipada de la pobreza en la India, pero sin blanquear tampoco sus fallas: “Amit Chaudhuri, un autor indio, escribió un artículo en “The Guardian” sobre unos programas de la BBC centrados en la época colonial y lo que él denunció fue precisamente la nostalgia que desprendían. Obviamente eran programas que estaban concebidos desde una perspectiva occidental, claramente británica. Para mí esos programas son anacrónicos y están profundamente edulcorados. De la mirada con la que uno observe las cosas depende el entendimiento que adquiera después de ellas. En ese sentido, yo he hablado previamente con muchos niños como Jai porque quería que si cualquiera de ellos leía mi libro, no encontrara la descripción que hago de su mundo como algo estereotipado ni ofensivo. Siempre es importante escuchar lo que los demás tienen que decirnos”.
La empatía del verbo
Todas esas casas con techos de hojalata que se describen en las páginas de la novela, esa proliferación de callejuelas laberínticas atravesadas por el olor de diferentes especias y alimentos y la presencia vergonzante de áreas residenciales de ricos que limitan con vertederos hablan de la ebullición vecinal de los barrios, pero también de los responsables directos de que esos barrios se estigmaticen y los niños que viven en ellos acaben desapareciendo. “En realidad hay un clima político tan convulso en mi país que no tenemos ni siquiera tiempo para culpar a los británicos de los desastres coloniales del pasado. Uno de los principales problemas que tenemos en la India somos nosotros mismos y nuestra incapacidad de lidiar con los errores. En la época colonial los británicos se llevaron una cantidad considerable de recursos pero creo que nuestras instituciones y su funcionamiento corrupto son los principales responsables de la situación en la que nos encontramos hoy en día”, subraya.
“Si me me baso en mi limitada experiencia actual en Reino Unido, que es donde resido, creo que aquí no llegan al nivel de corrupción de las fuerzas policiales de la India. Pero es que el nivel de inactividad, de incompetencia y de negligencia de la policía allí no es en ningún caso comparable a ningún otro país de Occidente, eso lo tengo claro”, sentencia. Anappara concibe el trabajo de escribir como un ejercicio de empatía. De consideración permanente hacia el otro. “Ese es el trabajo de la ficción y lo que hacemos, en definitiva, los autores. Imaginamos mundos a los que en realidad a menudo no pertenecemos y escribimos sobre ellos. Si por ejemplo un autor o una autora escribe acerca de un grupo que no conoce o no le da voz suficiente a ese grupo sobre el que está escribiendo, considero que eso puede significar un problema grande. En el caso de la India, los escritores han estado hablando a lo largo del tiempo sobre una multiplicidad de temas y no necesariamente siendo parte de los grupos acerca de los cuales escribían”, afirma.
“Para una persona como yo, con el tipo de background que tengo, es muy difícil separar las vertientes de lo político y lo literario. Especialmente en mi caso siendo además periodista. Denota un enorme privilegio poder ver a la literatura sólo con fines de entretenimiento. Si yo escribiera un libro y no tratara de transmitir la atmósfera donde transcurren las historias o el tipo de vida que llevan las personas que la conforman, sentiría que no estoy escribiendo nada verosímil, verdadero ni realista”, puntualiza la autora. En “Los detectives de la línea morada” esa carga de verosimilitud y de honestidad para con el lector a la que aspira la escritora, pese a tratarse de una ficción, consigue impregnar cada esquina de su verbo y de las escenas que describe. Reconoce Annapara con humildad en las notas finales de su libro que solo ella es “la única responsable de cualquier imperfección que pueda haber en esta novela”. Pocas o ninguna tendrá cuando medios como The New York Times o The Guardian, la han incluido en la lista de las mejores novelas de este fatídico año que recientemente dejamos atrás.

La televisión como salida de la pobreza

Las capas sociales más desfavorecidas de la India ven en los programas de televisión, tal y como comenta la escritora, una salida rápida y efectiva de la pobreza: «La televisión, pero sobre todo el cine, llega a toda clase de personas en la India, sin importar la casta a la que pertenezcas. Incluso hasta las familias más pobres cuentan con una televisión y con acceso a la televisión por cable. Es la fuente primordial de entretenimiento. Tanto es así, que cuando iba a las barriadas y entrevistaba a estos niños recurría a comentarios sobre estos programas de televisión con la intención de romper el hielo. Los programas de telerrealidad por ejemplo son vistos por una gran parte de la sociedad más desfavorecida como una oportunidad para salir de la pobreza. De hecho hay muchas personas que se mudan a Bombay para ser parte de este sistema de estrellas. En el caso concreto de Jai, el programa que ve sobre detectives está inspirado en un formato real que ha estado antena durante más de dieciocho años”, afirma.