Bíblica fantasía musical
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Obra: «Lilith, luna negra», David del Puerto. Ópera de cámara. Mezzo: Joana Thomé da Silva. Soprano: Ruth González. Barítono: Enrique Sánchez Ramos . Ensemble Lilith dirigido por Alexis Soriano. Dirección de escena y libreto: Mónica Maffía. Madrid, 17-III- 2021.
Según una tradición hebrea, Lilith fue la primera mujer en el jardín del Edén creada al mismo tiempo que Adán, pero apenas mencionada en la Biblia. Producto de sus reflexiones, a Lilith le han crecido alas «espirituales». Ante la soledad de Adán, Dios crea a Eva y los aloja en el Edén. Todo transcurre muy bien hasta que la casualidad hace que Eva y Lilith se conozcan y empiecen a hablar… Del Puerto ha tejido, con su soltura y habilidad habituales, con su reconocido olfato para los timbres, una partitura llena de sorpresas en un lenguaje muy asequible en el que se dan la mano, en un «totum» indistinguible, lo barroco (pasajes guitarrísticos a lo Gaspar Sanz), lo clásico, lo romántico, lo modal y lo tonal, con evidentes y estratégicas alusiones al jazz, al folclore e incluso al mundo del rock. Con un juego armónico por el que también planea la atonalidad. Hacer una síntesis de todo ello, que podríamos encuadrar en el ámbito de una suerte de sano eclecticismo, acoplarlo al esquivo texto, darle continuidad dramática, tiene mucho mérito. Todo fluye mansamente, pero con continuos accidentes y una amplia gama de ritmos y efectos de buena ley, con episódicos contratiempos, síncopas, «pizzicati».
Las voces se apoyan en un recitativo pasajeramente melódico muy efectivo y se aclimatan a cada una de las situaciones dramáticas planteadas en un libreto un tanto confuso en el que no acaban de darse la mano lo poético, lo trascendente –incluido un evidente mensaje filosófico– con lo prosaico e incluso lo banal, que remarcan una acción que se estira demasiado en el tiempo (90 minutos), pero que nos deja un muy valioso mensaje feminista: el que proclama la actitud de Lilith. Hay que alabar el manejo del tiempo, la organicidad de esa dimensión, los procesos de aceleración y decelaración que mantienen en vilo la anécdota, que creemos ganaría con una puesta en escena más ágil y variada. Los enseres sobre el escenario son demasiado parvos, aunque haya que aplaudir los buenos efectos videoescenográficos.
La verdad es que este interesante proyecto creemos que encajaría mejor bajo la forma de oratorio… Se evitaría así que, ante la dificultad de plantear, como sería lógico, una total desnudez de los cuerpos, estos salieran con unos discutibles e ilógicos aditamentos. Hemos de aplaudir la interpretación musical, con las voces protagonistas de Joana Thomé da Silva, expresiva, firme, de timbre penumbroso, de vibrato interesante, de volumen suficiente, puede que un poco falta de graves; de Enrique Sánchez, barítono lírico, no especialmente rico en armónicos, pero siempre entonado, de canónica emisión y dicción clara, y de Ruth González, ligera y luminosa, frágil y cristalina. Solo plácemes merece la prestación del Ensemble Lilith –Gala Kossakowski (gran trabajo el suyo), flauta, Ángel Ruiz Pardo, saxo alto, Ramón Femenía, clarinete bajo, Gala Pérez Iñesta, violín, Andrea Fernández Ponce, chelo, y Laura Verdugo, guitarra– y nota alta para la batuta de Alexis Soriano, que vive la música, la comprende, la destila, le otorga la necesaria variedad y el acento exigido, manteniendo en todo momento las riendas bien atadas, aflojándolas o apretándolas, según el momento. Mucho éxito al final de un público exigente que colmaba la sala hasta donde era posible.