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La filósofa Adela Cortina, que presenta el libro "Ética cosmopolita" / BEATRIZ TAFANER

Adela Cortina: “Los nacionalismos no van a resolver la pandemia”

En «Ética cosmopolita» (Paidós), la filósofa y Premio Nacional de Ensayo se apoya en las consecuencias de la pandemia para reflexionar, desde la recuperación de los valores cívicos, sobre el estado de la democracia y la sociedad que dejará el virus

Adela Cortina saca una primera lección del impacto del coronavirus: «Somos débiles y vulnerables. Creíamos que éramos omnipotentes, que lograríamos la muerte de la muerte, la vejez sería una enfermedad y que seríamos el Homo Deus. Pero aparece un virus y nos desmonta este entusiasmo, y entendemos que no solo no acabamos con la muerte, sino que no hemos logrado conservar la vida de muchas personas ni evitar un montón de sufrimiento. Ha sido una catástrofe humana». La pensadora publica «Ética cosmopolita» (Paidós) que apela a un gobierno global, subraya la necesidad de unos valores compartidos y alerta sobre algunas inminencias que no deben postergarse ni minusvalorar. «La democracia está en peligro. Lo peor que le puede suceder es que creamos que la hemos conquistado y que no debemos esforzarnos. La democracia no está conquistada».

–¿Por qué?

–En los años 80 del siglo pasado se produjo una democratización, pero a partir de los 90, sobrevino una recesión y «desconsolidación» de las democracias. Algunos países empezaron a ser ileberales, otros autocráticos y, en los demás, descendió el nivel de democracia. En todos los países aparecen partidos populistas y nacionalistas. La actuación de Trump hizo que muchos intelectuales temieran que se estaba destruyendo la democracia americana. Pero también ha habido signos de que esta «desconsolidación» puede revertirse: Trump ha salido del despacho oval. La democracia puede salvarse por sí misma, pero es necesario reforzarla.

–¿Las redes sociales juegan un papel en este descrédito?

–Al principio nos pareció que iban a consolidar la democracia y que las personas podrían expresarse libremente. Pero con el tiempo hemos visto que las redes no hacen avanzar la democracia. Pueden denunciar barbaridades en países autoritarios en ciertos casos, pero en ellas hay muchas voces y refuerzan la polarización.

–¿Debido a...?

–Se necesita atraer la atención para que alguien te haga caso y eso se logra con el insulto, la controversia y el ataque, que es lo que parece que lleva al «gusta» o «no me gusta». Las plataformas no pretenden formar a la ciudadanía, sino lograr atención y conseguir dinero. Son un negocio. La gente transmite de todo y la polarización atrae mucho la atención. La gente se relaciona a través de tuits y la palabra queda deteriorada.

–Pero también en la política, usted lo recuerda, se cataloga al adversario de enemigo.

–Efectivamente. Es muy mala la situación en los países, pero en el nuestro es bastante particular. En estas competiciones los partidos políticos ya no contemplan un adversario, no emplean las armas lógicas para ganar, sino que ven al otro como un enemigo al que hay que abatir. No hay que permitir que levante la cabeza. Eso no es democrático. Eso es la guerra por otros medios, que no serán las armas físicas, sino las armas morales. Se puede destruir a una persona moralmente, porque se la ve como un enemigo a batir. Me parece muy preocupante que pase eso y que no se puedan poner las sesiones del parlamento.

–No dan ejemplo.

–¿Cómo les voy a pedir a los alumnos que se respeten, que hablen bien, que no usen palabras gruesas cuando ponen los debates del Parlamento, que se supone que se expresa la quinta esencia de la argumentación publica, y lo que escuchamos es el insulto puro y duro? Además con una ironía para aniquilar al que hay enfrente. El Parlamento, como decía Habermas, debería ser la casa del intercambio de argumento y la democracia deliberativa, pero ahora la palabra está en riesgo. En riesgo de que no signifique nada. La palabra es nuestro medio de relación. Si se desvirtúa hemos perdido nuestro vínculo.

–Hay que recuperar la «civitas», como pide.

–Sí. Es una idea importante. Está tomada de Daniel Bell, cuando dice que hay un tiempo que la ciudadanía está dispuesta a sacrificarse por bien común, pero que cuando se pierde civilidad se produce una ruptura que es insuperable en las sociedades democráticas. Hay que recuperarla para la amistad, para trabajar por el bien común. Esto no es fácil porque hay que hacerlo por la educación y a través del ejemplo.

–Defiende un gobierno global.

–Un impulso ético para una sociedad cosmopolita, donde se tendrían que resolver las cuestiones globales. Sería una democracia elevada a nivel global, donde los destinatarios de las leyes son sus propios autores, que es como se define una democracia. Este es el ideal de una sociedad cosmopolita y democrática. Tiene sentido porque la globalización ha traído unos asuntos que nos afectan a todos. De hecho, ya hay elementos en marcha.

–Parece un sueño.

–Las utopías hacen daño y son un fracaso. La historia está llena de utopías catastróficas. Pero ya hay mucho en marcha para generar esa demo cosmopolita. Es un intento de generar una democracia. Existen instituciones en ese sentido. La declaración de los Derechos Humanos de 1948 nos compromete. Los objetivos del desarrollo del milenio, igual. Ya existen también una serie de constituciones cosmopolita.

–¿Los nacionalismos y los populismos tienen entonces los días contados?

–Los nacionalismos del siglo pasado no han podido ser más nefastos. Son como para no repetir, la verdad. Se puede comprender que en un momento de la historia como es este, la gente tienda a recluirse en sus pequeños lugares habituales, en una localidad, en una nación, con los que se llaman los «nuestros». A mi juicio, se está reforzando eso, pero, sinceramente, creo que estos movimientos tienen poco futuro, porque la propuesta general es la de evolucionar hacia un cosmopolitismo arraigado. ¿Qué quiere decir arraigado? Que no solo se compromete con la humanidad, sino también en una ciudad determinada porque hay que ocuparse también de los pobres y los desfavorecidos de nuestra sociedad. Tiene que ser arraigado para trabajar en el lugar y con una mirada abierta, porque, como aseguraba Terencio, «nada de lo humano nos puede ser lejano». Esta apertura del mundo es cada vez más necesaria porque los retos son globales. Los nacionalismos y los populismos nunca van a resolver la pandemia. Es un problema que tenemos que abordar toda la humanidad, articulándonos entre nosotros, interactuando. Estos localismos, pequeños, excluyentes, que intentan arrojar a unos contra otros, tiene las horas contadas.

–¿Ha pensado en el papel que jugarán las multinacionales?

–La globalización hasta ahora ha sido tecnológica y económica. Los capitales podían trascender los países y hundir o apoyar gobiernos a partir de los 90. Ahora tenemos el dominio de plataformas en China y Estados Unidos. Cada vez tienen más peso económico y más fuerza de vigilancia en a todo el mundo. Recabando los datos de todos, y eso asusta. Es peligroso, pero también se han puesto en marcha propuestas, como las de Naciones Unidas para apoyar el desarrollo sostenible, que invita a apuntarse no solo a los estados, sino también a los ciudadanos y a las empresas y ciudadanos, porque los objetivos que debemos alcanzar no se podrán hacer sin las empresas. Hay que convertirlas en aliadas. En el futuro las empresas serán verdes y sociales o no serán. Cada vez se trabaja más en esta dirección. Las empresas deberán tener un balance económico, social y en el medio ambiente. Una que no tenga en cuenta esto, se irá hundiendo con los años. Las que contemplen estos puntos triunfarán en el futuro.