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Arte

Ida Applebroog o la representación maquiavélica de la vida

El Museo Reina Sofía ofrece la primera retrospectiva en el mundo dedicada a la artista neoyorquina, «Marginalias»

La obra «Everything is Fine» («Todo está bien», 1990-1993) sobresale en una de las salas del Reina Sofía Cristina BejaranoLa Razón

A su edad, 91, y con el mundo todavía patas arribas por el virus, a Ida Applebroog (Nueva York, 1929) le ha sido imposible pisar el Reina Sofía, pero, con estas cosas que tienen el siglo XXI y la tecnología, a la artista se le brindó la ocasión de visitar el Edificio Sabatini vía Zoom antes de la inauguración de la muestra centrada en su vida y milagros. Un «tour» online del que Manuel Borja-Villel, director del centro, destacaba ayer las palabras de la protagonista: «Dice que es la primera exposición que no monta y que, sin embargo, le gusta», reía durante la presentación de la primera retrospectiva dedicada en exclusiva a toda la obra de Applebroog. «Se habían hecho exposiciones de periodos concretos, pero no del global», añadía Soledad Liaño, comisaria de unas salas que se han distribuido de forma cronológica para abarcar más de 50 años de carrera en un trayecto en el que se podrán ver las derivas y constantes de la creadora.

«Marginalias» toma el nombre de una instalación que la estadounidense presentó en la Whitney Biennial de 1993 y que se compuso a partir de una serie de piezas que funcionaban a manera de «notas a pie de página». En ella se combinan escenas que, en palabras de la comisaria, «quebrantan la quimera del denominado “american way of life” que anestesiaba a una sociedad crecientemente distópica y disfuncional y se alude a la omnipresente violencia televisiva y su invasión en la vida diaria». Y es que es la crítica a su entorno el denominador común de una artista que todavía hoy continúa creando y que muestra ese carácter revolucionario a lo largo de las 200 obras y 8 instalaciones que se presentan en el Reina hasta el 27 de septiembre. El visitante asistirá a todas sus preocupaciones: de la indefinición de los límites entre lo privado y lo público a las violencias que subyacen tras las relaciones patriarcales normalizadas, además del creciente proceso de medicalización de las sociedades avanzadas o la insensibilización del dolor ajeno que asume el discurso mediático, entre otras.

Exposición de Ida Applebroog en el museo Reina Sofía.Cristina BejaranoLa Razón

Pero para encontrar el antes y el después en la vida de la artista neoyorquina, del Bronx, hay que retroceder hasta finales de los años 60, cuando se mudó con su familia a la Costa Oeste, a San Diego. Tras doce años en Chicago, donde pasó su «etapa más enriquecedora y feliz», la llegada a California fue de todo menos placentera. Nunca se adaptó y la nostalgia por cualquier tiempo pasado la arrinconó en una depresión que terminó en crisis nerviosa y, posteriormente, en ingreso psiquiátrico. Seis semanas de reclusión en el Mercy Hospital para sanarse a base de arte. «Dibujando conseguiría la curación», comenta Liaño. Los médicos canalizaron su dolencia de la manera menos habitual en el resto de enfermos, pero de la forma más efectiva para Applebroog. Aquellos cuadernos pintados con tinta china, pastel, grafito y acuarela ahora dan muestra de ello en la sala inicial de «Marginalias». En las formas biomorfas que se repiten una y otra vez se intuye la obsesión de la artista por «buscar dentro de ella para encontrar una solución» a su crisis existencial.

Rompía así con su pasado, centrado en el diseño gráfico y la artesanía, para encontrar un nuevo rumbo en el que conciliasen sus facetas de artista, madre y esposa. Encontró en el baño «su refugio personal durante tres meses», dice Liaño. Dos o tres horas de trabajo diario en las que pintaría sus genitales sin parar. Así conjugaría su vida doméstica con el arte y perfilaría un embrionario activismo feminista: «Critica de forma abierta la sociedad patriarcal encallada dañinamente en nuestro mundo –añade la comisaria–, sin embargo, lo plantea como un síntoma más de una disfuncionalidad estructural global, de la que Ida nos recuerda con insistencia que somos títeres». Aquellas vaginas quedarían olvidadas en su desván durante años. Hasta que cuatro décadas más tarde retomó el proyecto para levantar una instalación, «Monalisa» (2006-2009), que se puede ver en la muestra y en la que se difumina el límite entre lo íntimo y lo público.

Exposición de Ida Applebroog en el museo Reina Sofía.Cristina BejaranoLa Razón

Dibujos, acuarelas, pinturas, esculturas, libros de artista... Una amplia gama de medios y materiales para llevar a cabo sus obras sin renunciar al humor y la ironía, indagando con crudeza en los vicios atemporales de nuestra sociedad. La importancia de lo performativo también cobra peso en todos los teatrillos que desarrolla la artista entre 1975 y 1977, en los que, teniendo como uno de sus grandes referentes a Samuel Becket, «pone de relieve la dimensión de ficción que tiene toda experiencia vital y las inercias sociales tóxicas que condicionan la existencia de las personas», indica Soledad Liaño.

Y es a partir de los ochenta, cuando Applebroog va abandonando el formato intimista y comienza a crear grandes lienzos individuales que en ocasiones se plantean como instalaciones de conformación abierta y variable. Preocupada por un mundo medicalizado, la artista retrata a una sociedad enferma. El lenguaje y los conceptos clínicos que utiliza subrayan la vulnerabilidad del enfermo, la intercambiabilidad de los roles de médico y paciente, y la inconsistente línea que separa la cordura y la locura. Como explica Soledad Liaño, «su práctica artística es un medio para interactuar con la realidad y hacernos partícipes de una representación maquiavélicamente orquestada de la vida. Nos cede la responsabilidad y voluntad de decidir qué rol queremos desempeñar en ella».

  • Dónde: Museo Reina Sofía. Madrid. Cuándo: Hasta el 27 de septiembre. Cuánto: 10 euros (entrada general).

MONOS, PÁJAROS Y UN VIDEOJUEGO

La investigación médica es el punto de partida de la instalación «Everything is Fine» (en la imagen) que la artista desarrolló en respuesta a un artículo publicado en el «New Yorker» sobre los experimentos y abusos a los que fueron sometidos unos monos de las selvas africanas y de Filipinas que sirvieron de cobayas en la investigación de distintos virus, entre ellos el VIH y el Ébola. Como en otras piezas, la artista elude su juicio de valor y da el protagonismo a los simios. En la misma línea, los pájaros son los encargados de cerrar la exposición como muestra del interés de Applebroog por la ornitología. «Angry Birds of America» es una instalación de 2016 que tomó su nombre del conocido videojuego y en la que se vuelve al cuestionamiento en torno a la investigación científica, e incluso a la situación política de la era Trump. En los últimos cinco años la artista ha dibujado, pintado y modelado aves de diversas especies inspiradas en el libro de láminas «Birds of America» realizadas en el siglo XIX por el naturalista estadounidense John James Audubon.
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