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Joan Manuel Serrat publicó «Mediterráneo» en 1971, cuando tenía solo 27 años

50 años de «Mediterráneo»: el día que Serrat firmó la primera obra maestra española

El disco de Serrat cumple medio siglo de historia como una catedral musical hecha de materiales mundanos: un poema sin cursilerías

Uno entra en el disco como se adentra en el mar. Con un cosquilleo, con bastante misterio. Pero enseguida se siente el efecto salvífico. Es difícil desentrañar el enigma de las musas de Joan Manuel Serrat cuando, hace ahora 50 años, publicó «Mediterráneo», una obra colosal que reconfortó entonces y sigue haciéndolo, que protege al que escucha y que salvó a su autor de unos años turbulentos.

Los precedentes, Serrat se había visto envuelto en varias situaciones polémicas. Primero, cuando a raíz de su primer LP en castellano, «La Paloma» (1968), algunos representantes de la «Nova Cançó» le reprocharon que abandonase el catalán e interpretaron su gesto como una traición de la causa por la lengua catalana, prohibida por la dictadura franquista. Nada más lejos de la realidad. Serrat defendía su lengua paterna y lo seguiría haciendo, pero al mismo tiempo reivindicaba la materna (Ángeles Teresa, su madre, era aragonesa) y la de los poetas, que es universal, como Machado o Miguel Hernández. Buena prueba de ello fue la controversia sobre Eurovisión que llegó en ese mismo 1968, cuando rechazó cantar «La, la la», un tema que, aunque él no había compuesto, quería cantar en la lengua de Ramon Llull. Por entonces, TVE había abierto la mano y realizado algunas emisiones testimoniales en catalán, pero el gesto de Serrat sirvió de denuncia y también para despejar todas las dudas de su compromiso con la cultura propia. Fuera una estrategia propagandística para recobrar simpatías en el catalanismo o no, lo cierto es que la situación le había generado tensiones. Algunos veían a José María Lasso de la Vega, su representante, detrás de esta maniobra para darle al artista notoriedad, pero Serrat seguía a lo suyo y apenas un año después editó «Dedicado a Antonio Machado, poeta», en perfecto castellano. Como todo el mundo sabe, Massiel ensayó la canción dos días y acabó ganando el Festival de Eurovisión, un hito en la trayectoria de España.

Activismo y retirada

El cantautor, después de aparecer en varios certámenes internacionales de la canción, en noviembre de 1970 se encierra junto con otros 300 intelectuales en el Monasterio de Montserrat (Barcelona) para protestar por el proceso de Burgos, por el que fueron ajusticiados seis miembros de ETA. Aunque el descanso era imposible, Serrat necesitaba, al menos, evadirse. Deseaba estar tranquilo, mirar tanto adentro como afuera pero en calma, y lo hizo en la Costa Brava, en Calella de Palafrugell (Gerona), donde escribió el monumental «Mediterráneo», aunque lo terminase en Fuenterrabía (País Vasco) y Cala d’Or (Mallorca).

¿Quién no lo ha necesitado alguna vez? ¿Quién no ha sentido que no puede más con el ruido de dentro de su cabeza? Serrat anunció, oficialmente, su retirada temporal. Por eso el disco es hijo de una encrucijada vital, de un momento en que el artista puede mirar hacia atrás y hacia adelante y en el que poder comprender los sublimes amores perdidos de «Lucía», la nana que es «Barquito de papel» o tomar, como siempre, un poema para cantarlo, como «Vencidos», de León Felipe. Pero el disco contiene mucho más. El homenaje que rinde a Alberto Puig Palau, un «bon vivant» casi de película que apadrinó a Serrat en «Tío Alberto» y a quien el cantante definía como «un aristócrata del espíritu» caído en desgracia. O la pincelada social en «Qué va a ser de ti», que trataba de la imposible emancipación de la mujer en la sociedad del momento. Y, por supuesto, esas piezas alquímicas que son «Aquellas pequeñas cosas» y «Mediterráneo», dos columnas dóricas de la historia de la canción en español.

Se grabó en apenas una semana en Milán y la producción y los arreglos jugaron un papel fundamental. En primer lugar, la mano de Juan Carlos Calderón con los arreglos de «Mediterráneo» le dio el tono excelso que tiene. Su aportación trascendió al personaje secundario, fue directamente creativa. Tampoco fue decorativo el papel del otro arreglista del trabajo, Gian Piero Reverberi, y de la eminencia que era el ingeniero de sonido Plinio Chiesa, que hizo con Serrat uno de sus últimos trabajos. Solo manos muy firmes y expertas podían hacer que esos arreglos orquestales y la intensa lírica de Serrat consiguieran sonar íntimos y familiares. Porque esos vientos y percusiones sumados a los versos del catalán, que hablan del cementerio, la parca y la derrota, habrían podido indigestar bajo otras destrezas. El álbum se publicó con escaso apoyo de los medios, ya que el franquismo no le había perdonado el desplante.

Lo que consiguió Serrat fue levantar una catedral a partir de historias cotidianas, de escenas de pueblos blancos, familiares, humildes y de antiguos amores. Un templo que no pretende serlo, como un castillo de arena donde guardar la memoria en la fresca arena de playa. Sentimental sin cursilerías, dignísimo. Es un disco que mira de frente a la muerte, que sopesa la historia desde la ola que rompe en la orilla en este momento y hasta Don Quijote. Dicen que, cuando lo acabó, Serrat no sabía lo que había hecho. No podía imaginárselo.Fue él, convertido en Homero, el que pidió, cantando en lo que pasa entre la vida y la muerte: «A mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo».

La primera obra maestra española

Por ALBERTO BRAVO
«Mediterráneo» fue probablemente la primera gran obra maestra de la música popular española. El primer disco capaz de mirar a los ojos de verdad a cualquier pieza anglosajona de un autor de canciones, ya fuera Bob Dylan, Leonard Cohen, Paul Simon, Jackson Browne u otros gigantes. Había –y sigue habiendo– muchas cosas distintivas en este memorable álbum: temas extraordinarios uno por uno, una voz cargada de profundidad, extremo cuidado de los textos, unidad musical, un tono… Pero el sutil salto de calidad era la autenticidad. Nadie había hecho nada así.
Es cierto que los anteriores trabajos de Serrat ya eran fantásticos. Durante los años precedentes había sido capaz de generar más de una decena de composiciones fuera de categoría («Tu nombre me sabe a yerba», «Penélope», «Fiesta» y más), pero con su colección de 1971 fue mucho más allá. Trascendió y elevó la canción española a la categoría de envidiable forma de arte. «Mediterráneo» era como esos libros que cuando los recuerdas te vienen olores, colores e imágenes aunque no encuentres mucha relación. Evoca cosas siempre hermosas. Serrat consiguió llenar de vida a una colección de temas realmente inspirados. Les dio una voz absolutamente personal y cargó de originalidad y sello cada uno de sus cantos. Qué inspiración. Tomemos la legendaria canción que da título al álbum, probablemente el mayor clásico de la canción española. Esos aires de bossa nova y jazz, absolutamente idóneos para hablar de su mar. Y esa métrica, absolutamente imposible si se piensa en términos de canción. Pero es de una precisión asombrosa. Igual que la emoción de su voz.
Serrat compuso el disco cuando apenas tenía 27 años. Pensar en esa visión con esa edad resulta hoy casi una locura. Igual que pensar en Dylan componiendo «A hard rain’s a-gonna fall» en su juventud. O Van Morrison con «Madame George». O Joni Mitchell con «Both sides now». O Jackson Browne con «These days». Son referencias anglosajonas, cierto, pero eso no hace otra cosa que magnificar la obra de Serrat. Ellos tenían muchas referencias inspiradoras, pero aquí escaseaban. Serrat fue la altura de aquella España pobre en tantos sentidos.
«Mediterráneo» no era solo una inmortal canción, sino todo un disco que todavía conecta con esa visión tan realista como romántica de la España de los pueblos rendidos, las ciudades descorazonadas y esas gentes que buscan una buena razón para vivir. Unas veces la encuentran y otras no. Es el costumbrismo de «Aquellas pequeñas cosas», el respeto de «La mujer que yo quiero», el abandono de «Pueblo blanco», el retrato de «Tío Alberto», el amor de «Lucía», el viaje sentimental de «Vagabundear»… Y no son sentimientos que evocan solo los textos, sino la propia música. Son unos sones fantásticos para una voz única. Tampoco nadie –aparte de él mismo– había compuesto melodías tan soberbias.