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“Candyman”: el “Black Horror” regresa del otro lado del espejo

La nueva película de Nia DaCosta, producida por Jordan Peele, es la última en sumarse a las lecturas del “zeitgeist” sobre el nuevo terror afroamericano

Yahya Abdul-Mateen II, protagoniza «Candyman» tras ser el Dr. Manhattan en la última «Watchmen» / Universal Pictures y MGM Pictures
Yahya Abdul-Mateen II, protagoniza «Candyman» tras ser el Dr. Manhattan en la última «Watchmen» / Universal Pictures y MGM PicturesParrish LewisAP

Sabemos que los personajes del cine de terror no aprenden de sus errores, viven en microcosmos autosuficientes que ignoran lo que sucedió en sus vidas pasadas. Por eso los “remakes”, las secuelas y los “reboots” son tan frecuentes en el género: porque no hay libre albedrío en su seno. No es de extrañar, pues, que a estas alturas a alguien se le ocurra repetir cinco veces el nombre de Candyman delante de un espejo. ¿Casi treinta años después de que lo hiciera Virginia Madsen en la película de Bernard Rose, ahora reivindicada como clásico? La estrategia tiene sentido si la entendemos como una operación política: si en 1992 Candyman venía a ser un Freddie Krueger afroamericano, en 2021 es un pretexto perfecto para poner en marcha los mecanismos ideológicos del #BlackLivesMatter, enmarcados en ese cine de terror afroamericano que, desde el éxito de “Déjame salir”, parece haber encontrado en el género un metafórico espacio de debate sobre cuestiones tan actuales como el racismo neoliberal o la guerra, policial y cultural, que sigue enfrentando a blancos y a negros en Estados Unidos.

No es extraño, pues, que Jordan Peele, director de “Déjame salir” y “Nosotros” y principal ideólogo de esta nueva tendencia de la cultura cinematográfica contemporánea, sea también el guionista y productor ejecutivo de “Candyman”, dirigida por Nia DaCosta. “¿Cómo contar una historia con un villano negro en un mundo que ha agotado la villanización de los negros?”, se pregunta Peele en una entrevista reciente. Se trata, por tanto, de comprender cómo interactúa una leyenda urbana -inventada, por cierto, por un escritor blanco, Clive Barker- que parte de un trauma racial -el linchamiento- con otra representación del ‘black power’ muy distinta a la de la ‘blaxploitation’ de los setenta: la de los negros con poder adquisitivo y profesiones liberales que se han asentado en barrios gentrificados, antes reservados para las clases bajas. Si el clásico de 1992 estaba protagonizado por una doctoranda de raza blanca, una antropóloga interesada en estudiar un mito de la cultura popular, ahora la mirada ha cambiado, se produce desde el otro lado del espejo, desde el artista negro víctima del “retorno de lo reprimido”.

"Candyman", reboot de la película original de 1992, se estrena este viernes 27 de agosto en cines / Universal Pictures and MGM Pictures
"Candyman", reboot de la película original de 1992, se estrena este viernes 27 de agosto en cines / Universal Pictures and MGM PicturesParrish LewisAP

El contra-discurso contra Trump

Puede considerarse que el género de horror afroamericano reciente, que también ha extendido sus tentáculos hacia la producción televisiva (con series tan significativas como “Lovecraft Country”, de HBO, o “Them”, de Amazon), es la consecuencia del espejismo igualitario que dejó como rastro la era Obama y el virulento contra-discurso que generaron los cuatro años en el poder de Trump. Una de las propuestas más radicales de “Déjame salir” era precisamente encontrar el centro ideológico del horror en una comunidad en apariencia tolerante a la diversidad racial, quizás con el carnet demócrata en el bolsillo. En todo caso, la gran película de Peele, que fue validada por el primer Oscar al guion original concedido a un negro, visibilizaba el racismo de una sociedad hipócrita resucitando un fantasma secular, el de la esclavitud.

Así las cosas, el horror afroamericano no es otra cosa que un ejercicio de memoria histórica: en “Déjame salir”, pero también de un modo más oblicuo (y más problemático) en “Nosotros”, y más evidente en “Antebellum”, se evoca el trauma ancestral que atraviesa la historia de la relación opresora de los blancos sobre los negros en Estados Unidos evidenciando que la esclavitud aún no ha desaparecido del imaginario colectivo norteamericano. El horror que despiertan las imágenes reales de la violencia policial y la supervivencia del supremacismo blanco no han hecho sino dar carta de naturaleza a la angustia solidaria que sigue estrangulando a la comunidad negra.

Tanto es así que están naciendo voces disidentes entre las clases intelectuales afroamericanas que ponen en entredicho el valor reivindicativo de estas producciones audiovisuales, negativizando su mensaje. ¿Solo se puede vencer al horror replicando ese trauma primigenio? ¿Hasta qué punto la violencia infligida sobre la raza negra en estas películas y series no está reforzando y perpetuando su condición de víctima? ¿O estamos de acuerdo con Nia DaCosta, que cuestiona cómo el atávico dolor afroamericano puede servir para hacer arte con el fin de acallar (o satisfacer) las malas conciencias de los blancos -después de todo, Candyman se venga de los pardillos que repiten su nombre ante un espejo convertido en una instalación artística- pero también para confrontar a los negros con su propia Historia? La polémica está servida.