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Robert E. Lee, un mito americano con doble filo

Sus fulgurantes éxitos en el campo de batalla y su encarnación del genuino caballero sudista convirtieron la figura de Lee en un auténtico mito de la historia de EEUU. Hasta ahora
Daniel Sangjib MinAP
La Razón

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El 9 de abril de 1865, el general Robert E. Lee, comandante en jefe del Ejército de Virginia del Norte, rendía sus tropas antes el también general Ulises S. Grant, jefe supremo de los ejércitos de la Unión. En una ceremonia tan sencilla como caballerosa cesaban en la lucha el general y el ejército más prestigioso de la Confederación, y se iniciaba el proceso de reconciliación que tanto necesitaba el país. En las semanas siguientes se rendirían también las demás fuerzas del Sur, dando fin a la Guerra de Secesión, que había sembrado la muerte y la destrucción en los recién creados Estados Unidos. A partir de entonces, aquellos hombres, cuya fama se había ganado durante la contienda, iban a seguir caminos muy distintos. Grant se convertiría en presidente de la nación en 1869 y Lee viviría una vida discreta, como presidente del Washington College de Lexington, hasta su fallecimiento en 1870.
Nacido en 1807, era el cuarto hijo de Henry «Lighthorse Harry» Lee, uno de los héroes de la Guerra de la Independencia y, en consecuencia, no tuvo problema para ser admitido en la Academia Militar de West Point, graduándose en 1829 con el segundo mejor expediente de su promoción. Sirvió en el cuerpo de ingenieros, el más prestigioso del Ejército estadounidense, y se distinguió en la Guerra de México (1846-1848) junto con otros oficiales que luego iban a participar en la de Secesión como compañeros y enemigos. Se encontraba destacado en Texas cuando estalló la rebelión y fue llamado a Washington, donde Lincoln esperaba darle el mando de los ejércitos de la Unión en caso de conflicto, sin embargo, Lee, que se había manifestado en contra de la secesión, rechazó el nombramiento y dimitió para volver a Virginia. Sus primeros mandos fueron un fracaso.
Derrotado en Virginia Occidental, se ganó el apodo de «abuelita Lee» por su cautela; y durante su defensa de la costa en torno a Savannah, el de «rey de palas» por su tendencia a fortificar. A pesar de estos reveses, el presidente confederado Jefferson Davis lo nombró asesor para cuestiones militares hasta que, el 1 de junio de 1862, llegó su oportunidad cuando se le dio el mando del Ejército de Virginia del Norte. Ambos estaban a punto de convertirse en leyenda.
Aún no había pasado un mes cuando Lee tuvo la osadía de atacar a un enemigo muy superior en número, al que derrotó durante la campaña de los Siete Días (25 de junio-1 de julio de 1862), liberando Richmond para iniciar una fulgurante ofensiva hacia el norte en la que derrotó a otro ejército de la Unión en la segunda batalla del Bull Run (29-30 de agosto), a la que siguió su primera invasión del territorio enemigo. En esta ocasión se vio en un aprieto. Los azares de la guerra se pusieron en su contra y tuvo que luchar una batalla defensiva a vida o muerte en Antietam (17 de septiembre), donde bloqueó a sus adversarios y logró retirarse para combatir de nuevo en Fredericksburg (13 de diciembre) y Chancellorsville (5-7 de mayo de 1863), dos victorias que le permitieron atacar luego el territorio enemigo.
Cambio de rumbo
La batalla crucial de esta campaña, y tal vez de toda la guerra, tuvo lugar en Gettysburg, Pensilvania, el 1, 2 y 3 de julio de 1863. En aquellos días de hierro y fuego, Lee atacó los flancos y el centro del Ejército del Potomac, que bajo el mando de George G. Meade iba ya por su quinto comandante en jefe, pero esta vez la victoria le esquivó. Un mal trabajo de Estado Mayor, su tendencia a sugerir más que a dar órdenes claras a sus subordinados y cierto empeño en atacar a toda costa, unidos a la ausencia de uno de sus mejores jefes de cuerpo de ejército, el general Thomas J. «Stonewall» Jackson, muerto el 10 de mayo anterior, fueron las causas de un revés que, junto con la caída de Vicksburg, sobre el río Mississippi, el 4 de julio, selló el destino del Sur. Los años 1864 y 1865 fueron los más duros para Lee pues, aunque Grant, recién llegado a Virginia para dirigir el esfuerzo de guerra de la Unión, fue incapaz de derrotarlo decisivamente, cada empate supuso una merma para sus fuerzas.
Después de la guerra, sus extraordinarias victorias en el campo de batalla, su estatus social – casi nobiliario en la joven república– y su encarnación del perfecto caballero sudista lo convirtieron en un mito de la historia estadounidense, independientemente de bandos. Sin embargo, también sirvieron para que los partidarios de la «causa perdida», que seguirían defendiendo la viabilidad del proyecto confederado durante décadas, lo convirtieran en su adalid, lo que, sumado al hecho de que el propio Lee era propietario de esclavos, ha proyectado una sombra sobre su figura hasta hoy pues, a pesar de que él mismo se manifestó a favor de la abolición en 1864, sigue siendo incontestable que luchó junto a quienes pretendían mantener un orden social que defendía la ignominiosa institución.

Para saber más:

“Gettysburg»
Desperta Ferro Ediciones
Allen C. Guelzo
68 páginas,
29,95 euros