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Gettysburg: los tres sangrientos días que pudieron cambiar la historia de EEUU

Más de 17.000 hombres según algunos cálculos perdieron la vida en una batalla crucial que definió el devenir del país más poderoso del mundo pero dejó una herida abierta para siempre
La Razón
  • David Solar

    David Solar

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«Si pudiera, volvería a cruzar el Potomac e invadiría Pensilvania. Estoy convencido de que es nuestra única estrategia posible», escribía el general Robert E. Lee en septiembre de 1862, argumentando que esa ofensiva proporcionaría «a nuestra gente la oportunidad de acumular suministros» y «estaríamos a pocos días de marcha de Filadelfia cuya ocupación nos daría la paz». Nueve meses después, el 1 de julio de 1863, el general había atravesado el Potomac y parecía tener a su alcance cuanto había deseado: los suministros, la victoria y la paz. Le bastaría arrollar a las tropas de la Unión en un pueblo de 2.500 habitantes, a 100 kilómetros de Baltimore y 30 de Washington: Gettysburg.
Nunca la victoria en la guerra que llevaba ensangrentando los Estados Unidos desde el 12 de abril de 1861 pareció tan cerca de Lee, pero para conseguirla debería vencer al general George G. Meade, que, con 83.000 hombres y 372 cañones, le cortaba el paso. La suerte de la guerra parecía hallarse en el filo de la navaja porque, por vez primera a lo largo de la contienda, el prestigioso Lee, con 75.000 soldados y 283 cañones, se iba a medir con las tropas del Norte en situación bastante equilibrada cuando, hasta entonces, siempre había estado en desventaja. Pero, ¿por qué se había producido la secesión de Carolina del Sur, Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas, Tennessee y Carolina del Norte? Aunque las causas sean más y más complejas, la razón fundamental para la secesión del Sur fue su interés en mantener un sistema económico basado en la esclavitud.
Aunque hay un motivo más profundo en el que lo anterior está implícito: según el presidente confederado, Jefferson Davis, la razón suprema era «la defensa de los derechos de los Estados» frente al poder central de Washington, que imponía cada vez más la fuerza de su número, habitantes y riqueza a los interés minoritarios. En cuanto a la Unión, los motivos para oponerse a la secesión no eran tanto la abolición de la esclavitud, que se decidiría más tarde, sino que, según Lincoln: «Estaban librando la guerra para restaurar la unión de Estados dictada por la Constitución (...) y el fin último de la contienda era superar la prueba que esta sometía a la viabilidad práctica de la democracia».
La emancipación de los esclavos era importante para el presidente, pero: «A no ser que la Unión fuera restablecida, no habría posibilidad práctica de emancipación, pues la aplastante mayoría de los esclavos quedaría, en ese caso, en un país extranjero, fuera del alcance de las políticas antiesclavistas de Lincoln», afirma uno de los más prestigiosos especialistas en la Guerra de Secesión, Allen C. Guelzo («Gettysburg», Desperta Ferro).

Siete estados se sublevan

Unos, para preservar su estatus económico y social, y otros para poner coto al esclavismo terminaron chocando tras la victoria electoral de Lincoln y de su llegada a la Casa Blanca. Justo antes de que esta se produjera, el 4 de febrero de 1861, siete Estados esclavistas del Sur se proclamaron independientes bajo el nombre de Estados Confederados de América; se apoderaron de las fortalezas y de las armas que se hallaban en sus territorios y rechazaron los intentos negociadores tanto del presidente saliente como del propio Lincoln. La guerra se declaró el 12 de abril, cuando los confederados asaltaron Fort Sumter. Lincoln reclutó un ejército para combatir a la secesión, a la que se unieron cuatro Estados más (los últimos de la enumeración), y fue tanta la alegría de la Confederación con la suma de Virginia que se le otorgó a Richmond, capital virginiana, la capitalidad secesionista. Un grave error, ya que sería tan difícil de defender como de abastecer. Las partes enfrentadas fueron: la Unión o Norte, bajo la presidencia de Abraham Lincoln y con capital en Washington, compuesta por veinte Estados abolicionistas más cinco esclavistas (10% de los esclavos). Disponía de una población de 22 millones, del grueso de la industria, la agricultura, los ferrocarriles y los barcos.
La Confederación, presidida por Jefferson Davis y con capital en Richmond, se componía de once Estados. Contaba con nueve millones de habitantes (3,5 millones de ellos eran negros, el 90% de los de EE UU) y su riqueza fundamental era la agricultura: algodón, tabaco, caña de azúcar, cereales y ganadería. La guerra se desarrolló en tres frentes: el Potomac al norte, el Mississippi al oeste y el atlántico al este. El 40% de las batallas se libraron en los Estados de Tennessee y Virginia, esencialmente contra Richmond. En ellas se consagró la figura del general Robert E. Lee, que recibió el mando de las tropas de Virginia y trató de llevar la guerra a la Unión, convencido de que el Sur estaba perdido si se mantenía a la defensiva; por eso, en 1863 atravesó el río Potomac, amenazando Washington, Filadelfia y Baltimore.
El Norte trató de aislar a la Confederación y bloqueó sus puertos para impedir las exportaciones de algodón y las importaciones de armas y suministros. En el frente del Mississippi, la Unión trató de dominar el río para dividir a la confederación, desgajando del cuerpo principal los Estados de Arizona, Texas, Luisiana y Arkansas, cosa que consiguió en 1863. Al llegar el verano de 1863, la Confederación, dividida y aislada, caminaba hacia el agotamiento y la derrota.
De ahí la decisión de Lee de jugarse la suerte de la guerra al norte del Potomac, pero solo pudo alcanzar Gettysburg porque allí le salió al paso el ejército de George G. Meade. Bajo el sol de julio, 150.000 hombres disputaron hasta la muerte un campo de batalla inferior a 16 kilómetros cuadrados. Lee empujó desde el norte y desde el oeste a las tropas de Meade con suerte desigual, aunque en la tarde del 1 de julio se le ofreció al general confederado Ewell la oportunidad de tomar las alturas del sur de Gettysburg y careció de fiereza para hacerlo.
El Sur lo lamentaría siempre: las colinas de Cementery Hill y Culps Hill se convertirían en la clave del dispositivo de Meade y ante ellas se desangraría el 3 de julio la llamada «carga Pickett», momento culminante de la batalla en la que en dos horas perdió a 3.000 hombres. Al cabo de la jornada, Lee determinó retirarse: la batalla estaba perdida. Se dijo que la culpa la tuvo J.E.B Stuart, cuya caballería perseguía sombras y llegó tarde a la batalla, o que el responsable fue Ewell, cuya indecisión dejó en manos enemigas el cerrojo de Gettysburg, o el general Longstreet, eficaz pero lleno de dudas respecto a la ofensiva de Lee, por lo que racaneó al cumplir sus órdenes el tercer día de la lucha.
La victoria de Lee hubiera puesto muy difíciles las cosas a la Unión y su derrota debilitó a la Confederación, incapaz de enjugar sus pérdidas humanas y materiales. Las cifras de bajas oficiales son aterradoras: los confederados perdieron unos 20.500 soldados (12.700 heridos y 7.800 muertos y desaparecidos); y los unionistas tuvieron 28.000 bajas (18.700 heridos y 9.300 muertos y desaparecidos). El mayor desastre humano de la historia de Estados Unidos tiene en Allen G. Guelzo un magistral narrador cuyo relato permite vivir sus horrores con realismo extraordinario.

Para saber más

Historia de América
704 pp.
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