Buscar Iniciar sesión

1937, objetivo: derrumbe republicano en Asturias

Tras las caídas de Bilbao y Santander, era el único reducto republicano en el norte
Biblioteca Nacional de EspañaBiblioteca Nacional de España
La Razón

Creada:

Última actualización:

Tras su derrota en la batalla de Guadalajara en marzo de 1937, el bando franquista abandonó la pretensión de dar fin a la guerra con la ocupación de Madrid y se dispuso a ejecutar una conquista metódica de la mitad de España que seguía bajo el control del Gobierno republicano, empezando por la menos extensa de las dos partes en que esta se dividía, la cornisa cantábrica. Durante los meses que siguieron se ejecutaron las operaciones que llevaron a la conquista de Bilbao el 19 de junio y a la de Santander el 26 de agosto, quedando Asturias como último reducto gubernamental en el norte de la península.
Paraíso de los excursionistas hoy en día, los profundos valles del Principado, sus laderas vertiginosas y sus picos rocosos fueron una auténtica pesadilla para los que tuvieron que atacar y defenderse en ellos, “Cuera, el contrafuerte más avanzado de los Picos de Europa, está en nuestro poder –escribiría el general Martínez de Campos, jefe de la artillería rebelde–. Sus tremendos peñascales van quedando atrás y las aristas por las cuales se arrastraban cuerpo a tierra los soldados que llegaban a la altura, no parecen desde lejos tan imponentes como son en realidad”.
Un problema al que no tardó en sumarse el tiempo otoñal: “Avanzaban los soldados españoles envueltos en sus grandes capotes pardos, azotado el rostro por los vientos del Atlántico empapados de esa lluvia fina, fría y penetrante que arrastran las ráfagas del noroeste –escribiría Luis María de Lojendio, con un tono propagandístico que sin duda deja traslucir la terrible realidad de la campaña– […] El enemigo [las tropas republicanas] se torna invisible y los objetivos de la jornada se ocultan en lo alto entre las nubes y los jirones de niebla que envuelven la cima de las montañas”.
Para la República, pegarse al terreno, aprovechar cada recoveco y cada posición, resultó vital. El objetivo de aquel ejército, compuesto por unidades que habían sido vapuleadas en Santander y estaban poco motivadas, por tropas llenas de moral provenientes del cerco de Oviedo y por reclutas recién incorporados a filas, era aguantar hasta el invierno, no por conservar unas cuantas hectáreas de terreno sino para mantener en manos del Gobierno una de las regiones más ricas del país, con una inmensa cabaña vacuna, minas de carbón que habían producido hasta cuatro millones de toneladas anuales antes de la guerra, una potente industria siderúrgica, importantes instalaciones portuarias y fábricas de armas vitales, como la de Trubia. Además, los mandos militares republicanos tenían muy claro que el enemigo estaba concentrando sus recursos para derrotarlos poco a poco y muy en cuenta la importancia de mantenerlo ocupado en las montañas mientras se desencaban ofensivas como la de Brunete o la de Belchite, cuyo fin era obligar a los sublevados a dispersar sus recursos.
En paralelo, Asturias fue testigo de una guerra política entre los propios dirigentes republicanos con la creación del Consejo Soberano de Asturias y León presidido por Belarmino Tomás, no con la intención de independizarse del resto del territorio gubernamental, pero si para controlar directamente el desarrollo de las operaciones y gestionar los acontecimientos sobre el terreno sin esperar a las decisiones de la lejana Valencia. Una de las primeras decisiones de este órgano sería destituir al general Gámir Ulibarri, que se convirtió en chivo expiatorio de las derrotas anteriores, y sustituirlo por el coronel Prada para dirigir la que debía de ser una resistencia a ultranza, y en muchos lugares así fue. En el frente costero, las Brigadas de Navarra tuvieron que esforzarse para cruzar el río Deba, tomar las alturas de la sierra de Cuera y las posiciones del pueblo del Mazuco y de Peñas Blancas, y luego avanzar más allá del Bedón, tomar el santuario de Covadonga, Cangas de Onís, Ribadesella, cruzar un río más, el Sella, tomar Arrionadas y Villaviciosa y precipitarse al fin sobre Gijón.
“El alférez manda sacar las bayonetas y preparar las granadas de mano, saca su pistola, prepara una Laffite [un modelo de granada] […]. Fue un espectáculo como muy pocas veces puede verse en la guerra moderna. Setecientas boinas rojas [requetés carlistas] en inmensa guerrilla, asaltando en una sola oleada una larga posición enemiga”. Así relataron Redondo y Zabala las acciones cerca de la costa mientras, más al sur, en los puertos de montaña que unían el teatro de operaciones con la Meseta castellana, también se luchaba con dureza. Los soldados estacionados en el puerto de Pajares aguantaron casi hasta el final, los defensores de los fortines del puerto de Tarna resistieron hasta que estuvieron a punto de verse rodeados. Cada ladera y cada pueblo fueron defendidos a ultranza, pero fue imposible detener a un enemigo superior en número y en recursos, que avanzaba palmo a palmo.
Hasta que, a mediados de octubre, la resistencia se desmoronó. No había más. Soldado a soldado, los defensores lo habían dado todo, igual que los atacantes, pero se habían quedado sin munición, sin compañeros que lucharan a su lado, y las unidades se disolvieron. El 21 de octubre, Belarmino Tomás y su Gobierno abandonaron Asturias por el puerto del Musel, junto a Gijón, esquivando a la flota franquista, que había dominado el litoral durante toda la campaña, para llegar por Francia al territorio republicano. Algunos combatientes y civiles trataron de escapar por la misma ruta, muchas veces sin éxito, aunque la mayoría simplemente volvieron a sus casas y, unos pocos, se echaron al monte para dar inicio a la historia de los “fugaos”, la guerrilla antifranquista en las montañas, algunos de cuyos miembros iban a aguantar hasta 1950.
Para saber más