Sección patrocinada por sección patrocinada

Historia

El ”Día D” de la sublevación republicana

El general Emilio Mola, enterado de la trama, trató de evitar el golpe y advirtió a su subordinado, que acabó finalmente derrotado por las tropas regulares

Así se conmemoró la figura de Fermín Galán después a pesar de haberse sublevado contra el Gobierno
Así se conmemoró la figura de Fermín Galán después a pesar de haberse sublevado contra el GobiernoLa RazónLa Razón

Tras reunirse el 17 de agosto de 1930 en la capital donostiarra, los más significados próceres republicanos –en el que se ha conocido como «Pacto de San Sebastián»–, se organizó el llamado Comité Revolucionario, que presidió el antiguo ministro de la monarquía, Niceto Alcalá Zamora. El general de brigada Gonzalo Queipo de Llano, sería el responsable del ala militar del Comité. Un antiguo enfrentamiento con Primo de Rivera –según su versión– hizo que éste impidiera el ascenso al general de división de Queipo, que por antigüedad le correspondía. Tras pedir el retiro, se puso a trabajar en una fábrica, abjurando de la monarquía borbónica.

En la primera visita Queipo a Alcalá Zamora, el general aseguró que si por la fuerza de las armas se conseguía instaurar la República, los militares entregarían inmediatamente el poder al Comité civil, al cual se someterían, no aceptando recompensa alguna por su actuación. Las perspectivas apuntaban a un golpe de estado para imponer la ansiada República. La caída de la Monarquía habría de obtenerse por la fuerza de las armas.

El capitán rebelde

Uno de los más fervientes revolucionarios, dispuesto a instaurar la República a cualquier precio, era el capitán de Infantería Fermín Galán Rodríguez. Su carácter rebelde e impulsivo, que años antes le había hecho luchar como un jabato en África como teniente del Tercio de Extranjeros, le llevó en 1926 a participar en el golpe de estado conocido como la «Sanjuanada». Fue detenido, condenado y encarcelado en Montjuic, perdiendo la carrera. Tras la caída de la Dictadura, fue amnistiado por el gobierno del general Berenguer, volviendo al servicio activo.

Al salir de prisión solicitó la concesión de la Laureada de San Fernando por su comportamiento en la acción de Xeruta, el 1 de octubre de 1924, cuando mandaba la 13ª Compañía del Tercio, en la campaña de Marruecos. Además de su cercanía a los postulados anarquistas, Galán –que ya había coqueteado con la masonería en Xauen– ingresó en Madrid en la lógia «Hispano Americana», del Gran Oriente Español. El general Emilio Mola Vidal, que conocía muy bien a Fermín Galán de su época de África, lo consideraba «...un oficial valiente, honrado, digno, de temperamento inquieto y muy vanidoso».

Lo impetuoso del carácter de Galán y esa vanidad de la que hablaba Mola, le llevaron desde su llegada a la ciudad pirenaica a constituirse como cabeza del movimiento levantisco en Jaca, y representante del Comité Revolucionario en Aragón, reuniéndose con numerosos civiles y militares que, en distintas ciudades, conspiraban para el mismo fin: la caída de Alfonso XIII. Desde mediados de noviembre estaba Galán dispuesto a sublevarse, aunque diversos acontecimientos nacionales iban aconsejando posponer las fechas. Los aplazamientos del Comité Revolucionario nacional excitaban a Galán, pues se aproximaba la época de los permisos de Navidad y las nieves estaban a punto de hacer su aparición, cuestiones que dificultarían cualquier movimiento masivo de tropas.

Sin marcha atrás, Galán propuso el viernes 12 de diciembre como día «D» para la sublevación y la proclamación de la República en Jaca. Era viernes, habría mercado y sería posible incautar los necesarios camiones para desplazarse a la capital oscense, movilizar los regimientos allí acantonados y partir a la Ciudad Condal.

El Comité Revolucionario –constituido ya en «Gobierno Provisional»–, previendo un fracaso de la intentona, comisionó a Santiago Casares Quiroga para ordenar a Galán posponer el levantamiento hasta el día 15, que coincidiría con la huelga general prevista para ese día en toda España. Casares no cumplió el encargo y no advirtió al capitán golpista. En su libro sobre los sucesos, el capitán Sediles afirma: «… Al llegar a Jaca con tiempo suficiente para cortar la rebelión que había de empezar seis horas después, no se encaminaron al hotel Mur (…) se dirigieron al hotel La Paz, en el extremo opuesto de la ciudad. Se alojan allí con nombre supuesto y se meten en la cama. (…) y el señor Casares Quiroga se guarda la orden en el fondo de su conciencia…»

Es posible que la República que deseaba y propugnaba Fermín Galán con su levantamiento, no fuese la que ansiaban los miembros más prominentes del Comité Revolucionario. Puede que el carácter de Galán y la alta estima que tenía de sí mismo, lo empujaran a lanzarse a la aventura en solitario, con vagas promesas de apoyo. Y también es posible que estuviera ante la última oportunidad de pasar a la historia… al coste que fuera. Incluso pudiera ser que Casares Quiroga esperase en Jaca el resultado de los acontecimientos y, en caso de éxito, tomar las riendas del golpe para poner una cara civil en la insurrección militar. Hay conjeturas para todos los gustos. Es difícil conocer lo que pasaba por la cabeza de Galán en aquellos momentos.

Militares y civiles implicados

Fermín Galán contó con la colaboración de los también capitanes de Infantería, Ángel García Hernández, Miguel Gallo, Salvador Sediles, Salvador Arboledas, Ignacio Anitúa y José María Piaya, así como el capitán de artillería Luis Salinas –hijo del general jefe de Estado Mayor de la 5ª Región Militar–, además de varios tenientes, alféreces y clases de la guarnición de Jaca. También participaron algunos civiles, entre los que cabe destacar a Alfonso Rodriguez Subirana «el Relojero», Julián Borderas Pallaruelo «el Sastre», Pío Díaz Pradas –presidente del Círculo Republicano Socialista de Jaca–, Antonio Beltrán Casaña «El Esquinazau», Francisco Cavero «el taxista de Canfranc», y así hasta más de una cuarentena.

Quince días antes de la sublevación, el Director General de Seguridad, general Emilio Mola, tuvo conocimiento de la trama y en atención a su amistad con Galán, le remitió una misiva advirtiéndole de las graves consecuencias que podría suponer la aventura revolucionaria. Dicha carta nunca tuvo respuesta. Al alba del 12 de diciembre, parte de la guarnición de Jaca se alzaba en armas contra el régimen monárquico, tomando la ciudad y deteniendo a los mandos militares desafectos. Desde el balcón del Ayuntamiento el nuevo alcalde, Pío Díaz, proclamaba la República; en la calle se leía el bando de Galán:

“Como delegado del Comité Revolucionario Nacional, a todos los habitantes de esta Ciudad y Demarcación hago saber: Artículo único: Aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa. Dado en Jaca a 12 de diciembre de 1930.

Fermín Galán”

Los sublevados prepararon la marcha sobre Huesca con parada en Ayerbe, pero el descontrol de los sublevados era mayúsculo. La disponibilidad de vehículos no permitió transportar a toda la tropa y se organizaron dos columnas: una iría por carretera, al mando de Galán, y la otra por ferrocarril, a las órdenes de Sediles. Pasadas las 14:00 h. salía la columna motorizada y a las 16:30 h., partía el contingente por vía férrea, sumando cerca de 600 hombres. En Jaca quedaron un centenar como guarnición y vigilancia de los detenidos.

Enterado el gobierno de la intentona golpista, dio órdenes al Capitán General de Aragón, Jorge Fernández de Heredia y Adalid, para que organizase la represión del movimiento subversivo. Salieron dos columnas, una desde Huesca y otra desde Zaragoza, para impedir la entrada de los sublevados en la capital oscense.

Sobre las once de la noche, tras un periplo plagado de problemas mecánicos y un encuentro con fuerzas de la Guardia Civil cerca de la localidad de Anzánigo, la columna de Galán alcanzaba la localidad de Ayerbe, donde tuvo que esperar la llegada de Sediles. A resultas del tiroteo de Anzánigo, murió el capitán Mínguez, de la Guardia Civil, resultando herido –falleciendo más tarde–, el gobernador militar de Huesca, general Manuel de Lasheras.

Hombres durante la sublevación de Jaca
Hombres durante la sublevación de JacaLa RazónLa Razón

Ya de madrugada, las tropas se pusieron en marcha en dirección a Huesca, alcanzando las alturas de Cillas –distantes tres kilómetros de la capital– a las 08:00 h. del día 13. Y ahí, en las cercanías del santuario, fue donde se produjo el encuentro con las tropas gubernamentales. Avistadas las unidades que les cortaban el paso, Galán envió a parlamentar a los capitanes Salinas y García Hernández, quienes serían detenidos sin contemplaciones.

Las primeras bajas causadas a los rebeldes provocaron la desbandada de la tropa en dirección a Ayerbe. Poco después, Galán junto a dos de sus oficiales, se entregaba al alcalde de Biscarrués, siendo conducido horas más tarde al Gobierno Militar de Huesca. En la mañana del domingo 14 de diciembre, los oficiales insurrectos capturados fueron juzgados por un Consejo de Guerra sumarísimo, presidido por el general Arturo Lezcano Piedrahita, que condenó a muerte a Galán y García Hernández, y a cadena perpetua a los otros cuatro encausados. Ese mismo día, a las 15:10 h. de la tarde, los dos capitanes fueron fusilados en el polvorín de Fornillos, en Huesca. La República tenía sus primeros mártires.

Fermín Galán: un «superhombre» llamado al fracaso

El general Queipo de Llano enjuició así la actitud de Galán:

«…Galán era un hombre de mentalidad enferma. Hombre de un despejo natural grande, había desvirtuado su propio espíritu (…) con lecturas que no había podido digerir, que le habían trastornado como los libros de caballerías a Don Quijote, haciéndole creer en su superhombría (sic). Tenía un exagerado concepto de sí mismo. (…) La modestia no contaba entre sus cualidades…»

El general Mola escribiría sobre Galán:

«… no se concibe como un hombre que sabía algo de guerra y de las dificultades para mover tropas, pudo lanzarse a una empresa tan descabellada. Si se hubiera propuesto exclusivamente dar el escándalo, cabía el gesto dada la proximidad de la frontera; pero no, Galán pensó en serio que con un núcleo de soldados y otro de paisanos, ambos relativamente pequeños, podría imponerse a España. En tales condiciones, la aventura sólo podía durar hasta el momento de enfrentarse con el primer destacamento de tropas regulares. Y así sucedió…»