“Santos criminales”: la Ensangrentada Concepción de Tony Soprano
David Chase vuelve a los orígenes de “Los Soprano” en “The Many Saints of Newark”, esta vez con el hijo de James Gandolfini en el papel protagonista
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La mañana es fría, y la nieve se acumula en un punto indeterminado de Manhattan. En un extremo de una lujosa sala de reuniones, David Chase, creador de “Los Soprano” y, probablemente, el hombre más buscado de la televisión cuando ocurre el encuentro, durante el invierno de 2006. En el otro lado de la mesa, Steve Perry, mítico vocalista de Journey y, en este punto de la historia, la única persona con la que Chase quiere hablar del esperado final de su criatura, la serie que lo cambió todo. Chase, empecinado en reunirse con el cantante por la negativa de este a que se usaran sus temas en televisión, le acaba convenciendo por una cantidad, antojamos ridícula, que jamás llegó a escrutinio. Así, con la producción a punto de terminar y meterse en la sala de montaje, Chase ya tiene lo que quiere: “Don’t Stop Believing” será lo último que escuchemos en “Los Soprano”. El resto, como suele decirse, es historia.
O lo era, más bien. En un empecinamiento parecido del que sacó a Perry, Chase llevaba una década negándose a volver a escribir sobre la mafia. Pese a los numerosos intentos de HBO (ahora Warner Bros.), el creador que una vez hizo trascender a la televisión consideraba que su gran epopeya sería difícil de empatar y había entrado en una especie de semi-retiro, concediendo alguna que otra entrevista para volver a dejar claro que el final de Tony Soprano depende del espectador o ejerciendo como productor de proyectos a pequeña escala. Eso, hasta principios de 2019. Tras la fusión del grupo mediático que alberga los derechos de “Los Soprano”, y jugoso cheque de “royalties” mediante, Chase se volvió a poner manos a la obra, esta vez para contarnos cómo se pudo sentar la mafia a la mesa de Newark, “al norte de Jersey”.
Bendito “gabagool”
Así, veintidós años después de que “Los Soprano” llegaran a la televisión, David Chase escribe para que Alan Taylor (”Juego de Tronos”) dirija la llegada a los cines. En “Santos criminales” (“The Many Saints of Newark”, en su mucho más acertado inglés original), y como si de una metáfora más de las que estuvo llena la serie habláramos, los muertos hablan. Chris Moltisanti, el sobrino de Tony y ciertamente nuestro guía durante las seis temporadas de la serie, comienza el relato en su propia tumba, allí donde le puso su tío unos capítulos antes del oscuro final. La elegía, tan propia de Chase como necesaria para no continuar el hilo argumental de la serie original más allá de lo deseado por su autor, sirve para hablarnos del padre de Chris, “Dickie” Moltisanti, el mentor de Tony Soprano y principal artífice de que la familia, con el artículo minúsculo, ganara en el tiempo la mayúscula.
En la reducción culinaria que es “Santos criminales”, los ingredientes son los mismos: ultraviolencia, muerte, familia y cuestionamiento de la seña migrante, esa que salpica de sangre el sueño americano. También misoginia, racismo y, esto sí es nuevo, un acercamiento mucho más humano a la salud mental. Allá donde el mismo Chase utilizaba la terapia como combustible argumental y catalizador “freudiano” de la serie, aquí la depresión o la ansiedad juegan un papel clave. Más allá de las aventuras y desventuras de Dickie Moltisanti, la película también habla del primer Tony Soprano, el que soñaba con jugar en la NFL (”no tiene las hechuras de un atleta universitario...”) y no quería saber nada de los asuntos de su padre y de su tío Junior. Entre la bipolaridad de su madre, la psicopatía de su padre y la profunda depresión adolescente en la que está sumergido, “Santos criminales” nos enseña el caldo de cultivo en el que surgieron el “gabagool”, las “goomah” y todos los “goombas”.
El legado Gandolfini
David Chase, como protector y a veces proyector del legado de la familia, no podía disparar contra sí mismo. Por eso, uno de los grandes atractivos de “Santos criminales” es ver a la misma semilla de Gandolfini en acción. El actor que dio vida a Tony Soprano durante 86 episodios falleció en 2013 de un infarto, a los 51 años y justo antes de que le rindieran homenaje en Sicilia. Su hijo, Michael Gandolfini, fue quien le descubrió y es ahora quien toma las riendas de su apellido para dar vida al Tony adolescente de finales de los sesenta. Entre disturbios raciales y los propios del “negocio” familiar, el hijo de James Gandolfini se muestra solvente pese al reto, y está preparado para esa posible nueva serie de la que se está hablando y en el que le veríamos brillar justo cuando termina la película, en el primer día de Tony como hombre “hecho” a la omertá.
Gandolfini hijo, que lleva años soñando con la oportunidad de dar vida a su padre, contaba en una entrevista en “Rolling Stone” que jamás había visto un minuto de la serie antes de prepararse para el papel: “Yo conocía a James Gandolfini, no a Tony Soprano”. Algo por lo que le preguntó el presentador Jimmy Fallon en su late-night: “Vi la primera temporada cuando estábamos haciendo el cásting. Y ese era mi plan, pero la serie me fue atrapando y me convertí en un fan más. Eso me dio, en cierto sentido, una oportunidad más de reconectar con mi padre”, añadía emocionado en el programa de televisión.
Café para los muy cafeteros
A pesar de la acertada elección de Gandolfini para interpretar a su padre, y aunque el todo no vaya más allá de los veinte minutos de metraje, “Santos criminales” es una película hecha para y por el disfrute de los aficionados a “Los Soprano”. Negar su ataque directo a la nostalgia, bien sea por la canción que cierra el filme, bien sea por volver a encontrarnos con Silvio y Paulie, o bien sea por ver de nuevo el cartel de Satriale’s, sería contradictorio. El café para muy cafeteros, en la violencia desbocada que permite el formato cinematográfico (no hay “jodido” recato), hace de la película de Chase un producto inferior, un derivado plano y, paradójicamente, una versión descafeinada de los brebajes a fuego lento de la original. Pese a los esfuerzos en lo actoral del propio Galdofini, un excelente Alessandro Nivola como Moltisanti y la agradecida aparición de Vera Farmiga y Ray Liotta, “Santos criminales” se ahoga en su propia sangre.
Sin que el filme decaiga en ningún momento, en parte por el vertiginoso montaje de Christopher Tellefsen (“Moneyball”), el trabajo de Chase en lo argumental se siente desapasionado, como si no hubiera ahínco más allá de la espectacular fotografía de Kramer Morgenthau (“Chef”). Si “Santos criminales” pretendía explicarnos los pecados de todos los santos de Newark y relatar la ensangrentada concepción de Tony Soprano, cumple con creces, pero uno se siente exhortado a pedirle quizá un poco más a uno de esos pocos “revolucionarios” del medio que todavía viven. Sin saber si habrá nueva serie o no, como decían los Journey, habrá que seguir creyendo.