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¿Cuánta soledad cabe en “Josefina”?

Roberto Álamo y Emma Suárez se encuentran en la ópera prima de Javier Marco, una película sobre la soledad, su trascendencia y los silencios que le van dando forma con los años
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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¿Cuántas verdades caben en una mentira? Esa es la pregunta que parece arrojar al espectador el visionado de «Josefina», ópera prima de Javier Marco y vehículo de lucimiento interpretativo para Emma Suárez y Roberto Álamo. La película, que tras pasar por el infierno del desarrollo de guion y pre-producción durante casi un lustro, se pudo ver en San Sebastián, sigue a un funcionario de prisiones, Álamo, en su afán por encontrarse con la madre de uno de los reclusos, Suárez.
En esa especie de enamoramiento, que en la película de Marco es tímido y en manos de otro director podría resultar tosco, se teje una metáfora de la soledad, la que se hereda y la que se aprende, y se pinta un retrato a base de silencios, voluntarios o contextuales, en el que brillan los intérpretes: «La cinta se construye gracias a personajes sutiles, casi esbozados, que están en una especie de cuerda floja. En otra película, una mujer como Berta hubiera dado un golpe en la mesa, le habría salido la sangre o la rabia. Sin embargo, me di cuenta de que no era ese el personaje que estaba buscando Javier Marco, sino que hablábamos de una mujer que aguanta, que contiene, y que tira con lo que sea. Es una mujer digna que acepta sus condicionantes», explica con vehemencia la protagonista.
Años de esfuerzo
«Yo no tengo la sensación de que la película sea exactamente sobre aprender a estar solo. Sí trata acerca de la soledad impuesta. Y sobre aprender a trascender esa soledad para que no sea así, obligada, para que en algún momento hasta pueda ser elegida. De hecho, es un error aceptarla sin intentar ponerle remedio», añade Álamo antes de continuar: «Javier Marco es muy reservado, entonces me parecía difícil al principio acercarme a él para desgranar el personaje. Es tímido. Y al principio era como hablar con un personaje más de la película. Tanto él como la guionista, Belén Sánchez-Arévalo, podrían ser personajes. Les cuesta verbalizar las cosas. Los primeros días fueron complicados, pero en cuanto nos entendimos todo fluyó de manera excelente», concreta el actor.
Álamo y Suárez, que encuentran sus cuerpos en ese espacio liminal en el que Marco convierte algo tan trivial como un bus o su correspondiente parada, llevan casi tres años intentando sacar el proyecto adelante, pese a los hiatos. «Un día me encontré a Emma en el Teatro Español, y por un momento se nos olvidó que teníamos este proyecto todavía planeado al conversar», explica Álamo, que en consecuencia analiza el paupérrimo estado de la industria patria: «Hacer una buena película, en estos tiempos, es una cuestión casi de azar. La alegría por las plataformas se ha ido desvaneciendo porque no contábamos con la rapidez. Cuando le metes prisa a la calidad, esta se resiente», se despide.