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Sylvia Plath, las cartas del nacimiento de una escritora

Un libro recopila el epistolario mantenido por la autora de «La campana de cristal» entre 1952 y 1954, años en los que toma conciencia de su talento en el mundo de las letras
Tres Hermanas
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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El año pasado la editorial Tres Hermanas inició un ambicioso proyecto: publicar la totalidad de las cartas que escribió durante su corta vida Sylvia Plath. Junto con sus diarios, estamos ante el mejor documento para conocer a la autora de «La campana de cristal». Sin embargo, hay una diferencia entre estos epistolarios y los cuadernos de Plath: en estos últimos, publicados tras su suicidio, intervino en la edición su marido, el también escritor Ted Hughes, quien en algunos casos manipuló e, incluso, destruyó todo aquello que lo podía molestar. En estas cartas, sin embargo, no existe intervención alguna, más allá de la ejemplar labor de Peter K. Steinberg y Karen V. Kukil, responsables de la colosal tarea de reunir todo el grueso epistolar de Plath. Ellos han sido quienes han transcrito y dado orden a todo este material, traducido con cuidado por Ainiza Salaberri.
En esta segunda entrega, el lector puede viajar al periodo que va de 1952 a 1954. En ese breve lapso de tiempo, Sylvia Plath toma conciencia de un hecho fundamental en su biografía: es una escritora y su objetivo es ir creciendo en el mundo de las letras. Aquella primera idea tan conservadora de ser solamente una mujer de su casa al cuidado de sus hijos.
A partir de 1950, Plath había empezado a publicar algunos textos en pequeñas revistas y diarios. En ese mismo año dio a conocer en letras de molde la prosa «And Summer Will Not Come Again» y el poema «Bitter Strawberries». Eso la animó a seguir intentado publicar su obra naciente, aunque también acumuló varias cartas de rechazo. En el verano del año siguiente empezó a trabajar como camarera en un hotel en West Harwich, Massachusetts, pero sin dejar de escribir hasta el punto de ganar el concurso de relato corto de la revista «Mademoiselle» con el relato «Domingo con los Minton».
Es en ese momento cuando escribe a su madre una carta en la que le cuenta que «soy la única camarera aquí y he estado limpiando muebles, lavando los platos y la plata, poniendo las mesas, etcétera, desde las 8 de la mañana. Me acabo de enterar, además, de que como no tengo ninguna experiencia, no voy a trabajar en el comedor principal sino en el comedor secundario, donde comen los gerentes y los jefazos del hotel. Así que las propinas van a ser considerablemente inferiores todo el verano y la compañía será menos interesante. Así que para cuando llegó el telegrama ya estaba de lo más preocupada por el dinero. ¡Dios! ¡Pensar que “Domingo en casa de los Minton” es uno de los dos relatos premiados para salir en una gran revista ilustrada nacional! Sinceramente, ¡no me lo puedo creer!».
Las cartas, especialmente las que dirige a su madre, Aurelia Schober Plath, nos permiten conocer el día a día de la escritora, especialmente en la Universidad de Indiana, no solamente detalles literarios sino también personales como cuando le dice que «he pasado la tarde vagando por todas las tiendas del centro probándomelo todo, desde zapatos hasta abrigos negros ceñidos. Ninguno de los abrigos me gustó lo suficiente como para comprarlo (soy muy particular), pero creo que podré conseguir uno bastante bonito por menos de 80 dólares».
Pero es en su aventura para darse a conocer donde encontramos detalles muy interesantes. Ya se ha hablado del rechazo que va encontrándose a medida que envía sus textos a publicaciones. Sylvia Plath se lo fue tomando con humor, como se percibe en unas líneas enviadas a su hermano Warren. «¡Hoy he recibido una carta de rechazo de lo más emocionante! Por si no eres consciente, un comentario editorial personal en un papel impreso es algo de lo más alentador. Bueno, adivina qué. Al final de la carta de rechazo de mi poema, estaba escrito en puño y letras y con tinta real, las alentadoras palabras “POR FAVOR INTÉNTALO DE NUEVO”. ¡La revista no era otra sino la prestigiosa “New Yorker”! ¿Acaso no es tremendo? Están pidiéndome, literalmente, que lo intente de nuevo, y si no lo quisieran de verdad no lo harían. Así que tu hermana va a seguir intentándolo los próximos cincuenta años». Y desde luego que siguió intentándolo.
Pero las cartas no solamente nos exponen esos momentos de felicidad sino que también flota en ellas los diferentes problemas depresivos que persiguieron a Plath. Incluso los intentos de suicidio caben en estas misivas. Resulta, en este sentido, especialmente dolorosa una larga nota enviada a su madre el 19 de noviembre de 1952. En ella, Sylvia reconocía que se encontraba en «un estado bastante tenso emocional y mentalmente hablando, y llevo tensa y me he sentido literalmente enferma durante una semana. Una manifestación física de un estado mental tremendamente frustrante. El quid de la cuestión es mi actitud respecto a la vida, que gira alrededor de la asignatura de las ciencias. He considerado incluso la posibilidad de suicidarme para librarme de ella. Es como meter las narices en mis propios mocos. Siento, simplemente, que estoy corriendo sin sentido, que voy por detrás y que estoy paralizada en ciencias, temiendo cada día de este horrible curso que tengo por delante cuando, en realidad, debería estar disfrutando de mi licenciatura».
Este volumen también nos permite saber aquellas lecturas que interesaban a la escritora, como el hecho de poder conocer personalmente a J. D. Salinger, su aproximación a clásicos como Geoffrey Chaucer o Dante Alighieri. De este último le dirá a su madre, tras concluir «La divina comedia» que «casi desearía haber tenido formación católica, como tú, para poder entender la fe celestial y lógica que alberga. A diferencia de Dios, ¡yo no puedo ser feliz cuando hay almas sufriendo en el infierno!». Tampoco se olvida de nombres como Melville, Tolstoi, James, Hemingway o Faulkner. Lectora convencida y compradora de libros, ella misma se definía como «una bibliómana, con una pizca de ninfomanía también», como confesaba en una carta a Philip E. McCurdy, uno de sus primeros novios.
Pero no todo son libros porque también encontramos rastro de las películas que vio en ese tiempo como «Rashomon» de Akira Kurosawa, «El halcón maltés» –de John Huston, aunque ella atribuye erróneamente a Alfred Hitchcock– o «La sombra de la duda», esta sí del maestro de suspense.
  • «Cartas de Sylvia Plath Vol. II» (Tres Hermanas), de Sylvia Plath, 588 páginas, 28 euros.

UN AMBICIOSO PROYECTO EDITORIAL

La publicación de las cartas completas de Sylvia Plath son un ambicioso proyecto editorial. Tres Hermanas publicará la totalidad de los epistolarios de la autora de Ariel en varias entregas. Estamos hablando de un conjunto formado por casi 1.400 cartas escritas entre 1940 y 1963, una autobiografía que complementan y mejoran algunas de las informaciones que Plath facilitaba en sus diarios. Son materiales localizados por Peter K. Steinberg y Karen V. Kukil en bibliotecas, archivos y colecciones privadas, con receptores como su madre, su hermano Mayer o su marido Ted Hughes, entre muchos otros. Es también la mejor herramienta para poder saber el origen de algunos de los textos de la autora, desde sus poemas hasta algunas de sus prosas.