Literatura

La brújula secreta de Sylvia Plath

«Se sentía socialmente condenada a alejarse de su don, obligada no pocas veces a recurrir a extraños artificios para encontrar la inspiración»

El jueves ocurrió algo en una subasta de Sotheby’s que me ha devuelto una lejana inquietud. La hija de los escritores Ted Hughes y Sylvia Plath –dos de las grandes plumas en lengua inglesa del siglo pasado– puso a la venta en Londres un lote de cincuenta objetos personales de una de las parejas mas convulsas de la literatura contemporánea. Sus anillos de boda, cartas de novios, recetas de cocina y hasta fotos inéditas formaron parte del «tesoro doméstico» que ese día alcanzó un precio cercano al millón de euros. Los padres de Frieda se habían casado en 1952 y vivieron una suerte de montaña rusa emocional que desembocó en el dramático suicidio de Sylvia en 1963 y en el nacimiento de su leyenda personal. La bella Sivvy dejó atrás una novela inédita, varios poemarios y un reconocimiento en forma de Premio Pulitzer que le llegó póstumo, cuando su viudo compiló parte de sus escritos en un libro que hoy es un clásico.

Es una historia triste. El drama de una juventud malgastada entre sospechas de infidelidad y terapias de electroshock nubló el destino de aquella escritora brillante que había empezado a pergeñar sus versos a los ocho años. Para ella, su condición de mujer fue su cárcel. Se sentía socialmente condenada a alejarse de su don, obligada no pocas veces a recurrir a extraños artificios para encontrar la inspiración. Pero Sivvy, a diferencia de los «newagers» de aquellos años, no recurrió nunca al LSD o a la marihuana. Se aferró… a un mazo del tarot de Marsella.

Su baraja también se subastó el jueves. De hecho, fue la estrella de la sesión. Se pagaron 206.836 dólares por ella. 2.652 dólares por cada naipe. Cinco compradores pujaron por el premio, multiplicando por veinticinco su precio de salida. Algunos pensaron que era una exageración, una broma para algo que hoy puede encontrarse en cualquier tienda esotérica del mundo. Pero no lo es.

Ted regaló ese tarot a Sylvia el día de su 26 cumpleaños. Lo acompañó de un libro titulado «The Painted Caravan» que pronto se convirtió en su favorito. Lo mencionó incluso en sus diarios, donde aquel año de 1956 reconocía que «medito con (las cartas de) El Loco y El Mago». La pareja llevaba entonces solo dos años casada y en ese tiempo habían tenido ocasión de compartir su mutua fascinación por el ocultismo. Durante su luna de miel en Benidorm, su marido le confió un amuleto con la efigie del dios Horus que también se ha subastado. Quizá ella le habló entonces de su abuela Aurelia, que ya le mostró aquellas cartas en su niñez. Tal vez fue ese también el momento en el que Ted se confesó devoto admirador del poeta esotérico irlandés W. B. Yeats, de la misteriosa orden de la Golden Dawn a la que pertenecía, de la cábala y el neoplatonismo. Y seguramente la época en la que inició a su esposa en las enrevesadas imágenes del tarot de Marsella para que buscara en ellas pistas con las que desarrollar sus versos.

Aquel tarot, pues, nunca fue un objeto más en su vida. Fue su brújula creativa.

Su uso verdadero lleva años alentando discretos debates entre los estudiosos. Julia Gordon-Bramer, investigadora de las obras de la pareja, publicó en 2010 un estudio en la Universidad de Indiana en el que concluía que el tarot no fue una mera herramienta adivinatoria para Plath. Y es que, «tanto la obra poética como de ficción o ensayística de Sylvia Plath y de Ted Hughes están estructuradas por completo sobre la alquimia y el tarot». Y añade que «cada uno de sus libros, empezando por “Halcón en la lluvia” de Hughes o “El Coloso” de Plath, fueron escritos bajo su orden y simbolismo místicos y con suficiente éxito como para que esos elementos estructuraran cada uno de los trabajos que escribieron a lo largo de sus vidas».

Lo llamativo es que los Hughes no fueron los únicos escritores de su época que hallaron en el tarot y en otras herramientas mánticas combustible para su creatividad. Philip K. Dick escribió su ucronía «El hombre en el castillo», que narra la hipotética evolución de Estados Unidos si los nazis hubieran ganado la segunda Guerra Mundial, gracias al I-Ching. Ese método de adivinación oriental que requiere del uso de monedas que se lanzan al aire para llegar a hexagramas o dibujos con «lecciones», lo empleó para decidir adónde llevar a sus personajes. Es un detalle que ignoran los millones de seguidores de su adaptación a la pequeña pantalla para Amazon Video, pero que es clave. Como lo es la adicción de Pamela Lyndon Travers, la autora de «Mary Poppins», al mismo tarot que Sylvia Plath. Se sospecha que ella lo usó para avanzar en la escritura de sus novelas, pero también para tomar la decisión de adoptar a su hijo. Incluso el inexcrutable Jorge Luis Borges se dejó seducir por él, evocándolo explícitamente en los versos de «El alquimista» (1979).

Yo mismo he invocado –o evocado, ya no sé– al tarot en dos de mis novelas. Entonces desconocía estos devaneos literarios… pero ahora los comprendo. Son el fruto de enfrentarse a la página en blanco y sentirse sin un mapa que marque el camino. Tropezar con esa herramienta en la subasta de Plath me ha devuelto esa inquietud.

Quizá debería haber pujado también yo por ella.

Javier Sierra es escritor. Su novela «El fuego invisible» (Premio Planeta) profundiza en los misterios de la inspiración literaria.