Crítica de “Spider-Man: No Way Home”: elogio del metaverso ★★★☆☆
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Título: Spider-Man: No Way Home. Dirección: Jon Watts. Guion: Chris McKenna y Eric Sommers. Intérpretes: Tom Holland, Zendaya, Benedict Cumberbatch, Marisa Tomei. USA, 2021, 148 min. Género: Superhéroes.
Cuando caen las máscaras, solo queda un espejo. Primero, es el espejo de los otros, que devuelve una imagen donde lo que había permanecido en secreto, protegido, resistiéndose al escrutinio de lo social, se convierte en culpa y escándalo. También caen las máscaras de los demás, y la identidad tiene que vérselas consigo misma. Es entonces cuando la idea de multiverso adquiere todo su sentido, más allá de las maniobras estratégicas de la Marvel para atraer la atención del ‘fandom’ superheroico. En el multiverso de “Spider-Man: No Way Home”, tan bien desarrollado en la animada “Spiderman, un nuevo universo”, Peter Parker se deja atravesar por el espacio-tiempo para que el espejo se rompa, y de los pedazos renazcan todos los villanos que han pasado por las diferentes adaptaciones del cómic, y también sus reencarnaciones pretéritas. Como ocurre en ciertas películas de Apichatpong Weerasethakul o Christopher Nolan, por poner dos ejemplos afines a la propuesta que nos ocupa, el multiverso es un estado del alma: el Peter Parker de Tom Holland, que está a punto de ingresar en la universidad y ha de lidiar con el escarnio público de la celebridad forzosa, no solo está a punto de asumir que un gran poder conlleva una gran responsabilidad sino también que la entrada en la madurez implica, de algún modo, que dialogues con el mundo que te ha rodeado hasta entonces, y que te enfrentes con la posibilidad de que te olviden.
Así las cosas, “Spider-Man: No Way Home” explota las posibilidades metafísicas del metaverso sin desechar la fiesta que supone para el público esa conversación intertextual entre tiempos y héroes que se convocan en un mismo espacio narrativo. El metaverso sirve, por tanto, para facturar una obra-catálogo que satisface tanto a los espectadores que han crecido con el personaje -y que, por ejemplo, consideran “Spider-Man 2″ como un filme excepcional- como a los fans de última generación. En ese sentido, la película de Jon Watts sacrifica buena parte de la electricidad adolescente de las dos precedentes, también protagonizadas por Tom Holland -que sigue siendo un Spiderman estupendo-, para transitar ese terreno oscuro y crepuscular, típico de una obra compendio, que ya estamos acostumbrados, demasiado acostumbrados, a ver en el género superheroico. Las escenas de acción -con clímax multitudinario en una Estatua de la Libertad en estado de restauración: la pelea se produce en los andamios de un capitalismo renacido, post-Trump- son todo lo aparatosas que exige el guion, como si la puesta en práctica del metaverso justificara un ‘dejà vu’ que, por desgracia, se ha convertido en signo de identidad del género. Es significativo que las escenas post-créditos no incluyan a Spiderman en sus imágenes: el metaverso está predestinado a extenderse lejos de sus orígenes, y tal vez el Hombre Araña ya sea cosa del pasado.
Lo mejor: Saca mucho partido dramático de la idea del metaverso, al utilizarla como catalizador de la madurez del personaje.
Lo peor: Es difícil que, por muy vistosas que sean las escenas de acción, nos puedan sorprender a estas alturas.