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La verdad sobre la pintura de Winston Churchill: un artista sensible de lágrima fácil

Un libro investiga la pasión del primer ministro británico por la pintura y profundiza en el hombre que hizo frente a Hitler: lloraba con facilidad y vestía ropa interior rosa

Winston Churchill pintando en la localidad de Lourmarin, en 1948
Winston Churchill pintando en la localidad de Lourmarin, en 1948CHURCHILL HERITAGE LTD

Enorme, robusto, con un puro en la mano, de carácter fuerte y bien decidido a acabar con el nazismo. Esa es la imagen que todos tenemos de Winston Churchill, modelada a través de sus múltiples biografías, libros y películas. Pero el escritor y pintor británico, Paul Rafferty, lo dibuja de una manera totalmente diferente en su libro «Churchill pintando la Riviera Francesa».

El viejo primer ministro fue –para sorpresa de muchos– un asiduo pintor que llegó a realizar unos 600 cuadros a lo largo de su vida. La mayoría de ellos muestran paisajes, playas y puertos llenos de colores, casas de campo, palacios y jardines bañados de luces magníficas. También pintó naturalezas muertas, retratos y hasta temas desagradables de la posguerra. Todos con un toque impresionista y con una pasión bastante colorida que puede resultar extraña en un personaje que es más conocido por pararle los pies a Adolf Hitler.

Revisando la historia

Parte de ese tesoro fue pintado en el sur de Francia, una región a la que Churchill consagró unas 130 obras, enamorado de sus imágenes. Paul Rafferty decidió no sólo localizar los cuadros de ese período, que se encuentran en colecciones privadas, sino también ubicar los rincones y las vistas de Cannes, Cassis, Saint-Jean-Cap-Ferrat, Cap d’Antibes o Sainte-Victoire, que inspiraron al Premier a pasar horas frente a su caballete.

Rafferty conversa con LA RAZÓN desde la ciudad de Los Angeles y, con un entusiasmo absolutamente efervescente, relata cómo inició este viaje que se extendió por unos cuatro años: «Creo que hay más de mil biografías sobre Churchill que han contado todo sobre él. Se sabe todo, se sabe incluso qué ropa interior usaba: ropa interior de seda rosa porque su piel era delicada. Así que a mí me sorprendió mucho poder encontrar algo que fuera nuevo. Pude ir a esas localizaciones donde Churchill pintó y fotografiarlas vacías, sin nadie. Compararlas incluso con cuadros que tenían títulos equivocados. Por ejemplo, la obra titulada por 50 años como “Frankfurt Beach Jamaica”, se creía que había sido pintada, justamente, en Jamaica. En realidad fue pintada en Mónaco. Así que cuando encuentras estos lugares y algunos de ellos son tan remotos que nadie ha estado allí, es muy emocionante», explica.

«Paisaje rocoso», obra del que fuera líder de guerra británico
«Paisaje rocoso», obra del que fuera líder de guerra británicoCHURCHILL HERITAGE LTD

Sobre eso trata el libro «Churchill pintando la Riviera Francesa»: de sentir que uno viaja a cada una de esas ubicaciones, para verlas exactamente como lo hizo el líder británico. Una tarea nada fácil pues Winston Churchill, como la figura admirada que era, fue recibido frecuentemente por familias adineradas en mansiones privadas cuyo acceso es totalmente restringido. En su libro, Paul Rafferty incluso desarrolla toda una investigación sobre las pinturas que no han sido atribuidas a Churchill y que él logra demostrar que sí lo son.

Es el caso del cuadro que muestra la fuente del pueblo francés Saint Paul de Vence. Las autoridades británicas han considerado por décadas que no se trataba de una obra de Churchill. Incluso el conocido programa de la BBC, «Fake or Fortune?», dio por sentado que no se trataba de un cuadro elaborado por él. Pero la investigación y el rastreo histórico y geográfico desarrollado por Rafferty, demuestra que sí fue pintado por la mano misma del Premier. «En los archivos de Chartwell (la última casa de Churchill) reposa una foto de una misteriosa figura sosteniendo el cuadro con la mano. Yo estuve en Chartwell y pude probar que esa figura era, en efecto, Winston Churchill. Lo importante de este hallazgo es que da un valor inmenso a esa obra. Y sí, el propietario está muy feliz ahora», dice Rafferty.

Las emociones de Winston

En la popularísima serie de Netflix, «The Crown», se nos muestra a un Winston Churchill que pinta el estanque que reposa frente a su casa, como un escape a la muerte de su hija Marigold, a la edad de tres años. El estanque vuelve una y otra vez al lienzo de Churchill como una forma de expresar –en total silencio y sin que él mismo lo sepa– su dolor por la muerte de la niña. ¿Es cierta esta historia? ¿Se refugiaba Churchill en la pintura para barnizar su tristeza? No realmente. El autor del libro dice sin tapujos que es un invento: «Es televisión, es una forma de narrar la historia haciéndola más emocional y más interesante… pero no es verdad» afirma Paul Rafferty. Y sigue: «Creo que, para Churchill, la pintura era puro placer, aunque realmente nunca llegó a explicar las emociones que pudiera haber detrás. No creo que quisiera enviar un mensaje a través de sus pinturas. Creo que los mensajes los enviaba a través de sus discursos políticos y sus libros».

Pero eso no quiere decir que Churchill fuera un hombre sin emociones, al contrario. El periodista y escritor inglés, Andrew Roberts, el mayor biógrafo de la gran figura británica, asegura que ha documentado que el líder político lloró en público al menos unas 160 veces. Además era profundamente sensible a todo lo relacionado con los animales. Incluso llegó a criar mariposas como gesto de preocupación genuina por el riesgo de extinción de las mariposas rojas. «Lo vemos como un gran líder de guerra, rimbombante y agresivo, pero no era así, era muy sensible», dice Rafferty con una sonrisa. Para terminar de hacer este libro perfectamente inglés, nada mejor que la pluma de un miembro de la familia real. El príncipe Carlos, hijo de la reina Isabel y primer heredero al trono de Inglaterra, es el autor del prólogo que acompaña la obra.

Carlos reunía las tres condiciones perfectas para presentar el texto: conoció personalmente a Winston Churchill cuando era niño, ha pintado acuarelas desde hace décadas y es la imagen pura de la cultura británica, profundamente orgullosa de su monarquía. «El excelente libro de Paul Rafferty es como una exposición bien comisariada» escribe el príncipe de Gales en el prólogo. «Sir Winston Churchill amaba la Riviera Francesa y allí se sentía como en casa. Qué gran hombre era… ¡y qué ojo tenía!», afirma Carlos.

Ahora bien, ¿cómo se logra que una figura de su talla presente un libro? Paul Rafferty lo relata así: «En 2015, el príncipe Carlos y yo coincidimos en Niza, en una visita oficial del gobierno británico a Francia. Estaba acompañado de su esposa, la condesa de Cornualles, quien se mostró muy intrigada por mi trabajo sobre Churchill. Además, yo ya sabía que el príncipe Carlos pintaba. Luego de ese breve encuentro, le envié una carta para pedirle que escribiera el prólogo… y aceptó. Al final escribió un texto mucho más hermoso de lo que yo jamás hubiese esperado. Extenso y apasionado. Estoy muy orgulloso de contar con este prólogo en mi obra», confiesa.

El libro «Churchill pintando la Riviera Francesa» es un proyecto autofinanciado por su autor, en el que las ventas no aportan ingresos muy significativos. Pero Paul Rafferty, sincero en la conversación con este diario, se confiesa muy satisfecho de su trabajo y no duda en llamarlo «una labor de amor», con la convicción de mostrar al mundo un lado bastante desconocido de uno de los personajes más importantes de Reino Unido: «Algún día yo ya no estaré, como debe ser, pero creo que habré puesto mi pieza en el rompecabezas de la historia y alguien con la misma pasión podrá usar esa pieza para seguir trabajando sobre la pintura de Winston Churchill», se despide trascendental el autor.

A través de los lentes de Churchill

Paul Rafferty no sólo ha recorrido diferentes países para organizar y documentar la obra pictórica de Churchill sobre la Riviera Francesa. También necesitaba tocar al personaje, sentirlo. Y eso lo ha logrado comprando dos de sus objetos más personales: sus lentes de pintar (diferentes a los de leer) y su gran sombrero de ala ancha Stetson, que usaba para dar pinceladas frente al mar. Paul incluso mandó a hacer nuevos cristales con la fórmula de miopía del primer ministro, para experimentar exactamente cómo veía y cuanta corrección necesitaba: «Churchill utilizaba los lentes posados bien abajo en la nariz y miraba por encima. Para pintar sus paisajes, fruncía la mirada hacia lo lejos y obtenía una visión borrosa del entorno, como lo hacía Monet». Si utilizamos el lenguaje actual de Insta-gram, diríamos que Churchill, al fruncir los ojos, utilizaba su propio filtro impresionista. Cuando se le pregunta a Rafferty cuánto cuesta mirar a través de los lentes del Premier, prefiere reservarse el monto. «Es bastante caro. Cuesta unos cuantos miles de dólares», confiesa sin pestañear y con un orgullo de coleccionista que apenas le cabe en el pecho.