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Jessica Chastain: “Pese a sus errores, Tammy Faye salvó muchas vidas”

La actriz estadounidense, que apunta al Oscar, se pone bajo la piel de kilos y kilos de maquillaje y prótesis para dar vida a la telepredicadora cristiana acusada de estafa junto a su marido
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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No sabemos si con gozo en el alma o no, pero sí con kilos y kilos de prótesis y maquillaje, la marmórea Jessica Chastain da vida, en «Los ojos de Tammy Faye» a la misma estrambótica telepredicadora que da nombre al filme. Célebre en los ochenta junto a su marido, un Jim Bakker al que Andrew Garfield intenta dotar de carisma en el filme, Faye pasó a la historia del chisme popular americano cuando se descubrió que su esposo —y por consiguiente ella también— había levantado su fortuna gracias a las incautas donaciones de sus fieles, todo ello en el marco del mayor conglomerado mediático cristiano de la historia de Estados Unidos. Bajo la dirección de Michael Showalter, Chastain apunta al Oscar y quizá también al perdón y expiación de la retratada. La actriz, cuya cita con este diario en el último Festival de San Sebastián exigió la realización de una PCR previa que careció de cualquier sentido cuando se acercó sin mascarilla al público enfervorecido de la alfombra roja, responde amable y cercana sentada junto a su director, un Showalter especializado en abordar el intimismo de lo patético (”La gran enfermedad del amor”) y que triunfa también como guionista de la serie “Search Party”. Así, “Los ojos de Tammy Faye” es una ficción, pero a su vez es la adaptación del documental homónimo (2000) de Fenton Bailey, que intentaba humanizar al monstruo sobremaquillado con el que la América mediática hizo lo que le dio la gana.
-¿Cómo era su relación con el personaje antes de la película?
-Michael Showalter: Recuerdo verla a ella, a los dos, en la PTL (televisión cristiana). En su programa de máxima audiencia en los ochenta. Y quedarme fascinado con ellos dos, con su carisma y cómo encandilaban a la cámara. Recuerdo, eso sí, cómo pedían dinero a cada momento, lo importante que era el dinero en su programa. Y, claro, luego cuando explotó la polémica recuerdo verles en las noticias y ser consciente de que fueran a donde fueran se les asociaría con ello. La historia siempre me fascinó, y al investigar sobre ella fue cuando descubrí el icono en el que se había convertido Tammy Faye entre la comunidad LGBTQ. Y luego salió el documental, claro.
Jessica Chastain: Desde mi experiencia, siempre asocié a Tammy Faye con las portadas de los tabloides y los “sketches” que se hacían en televisión para reírse de ella. Al estilo del “Saturday Night Live”. Y tampoco es que me criaran en una casa demasiado cristiana, entonces no se ponía PTL y no conocía esa parte del espectáculo, solo lo mediático. Realmente, no la conocí bien hasta ver el documental.
-En la película, vemos todo a través, precisamente, de los ojos de Tammy Faye. ¿No creen que en ello hay una especie de condonación, de perdón implícito?
-M.S.: Para mí no trataba de eso, exactamente, la película. No se trataba de tomar una posición, tanto como de contar una historia, la suya, de la manera más fiel posible. E intentar también mostrarla de la manera más real posible y que la audiencia llegara a sus propias conclusiones respecto a lo que ella sabía y lo que no. Por supuesto, algo de lo que yo siento, y de lo que yo entiendo que ocurrió está en la película, pero he intentado que no afecte al prisma desde el que está narrada la película.
-¿Es una película sobre el arrepentimiento, sobre la culpa?
-J.C.: La escena final, quizá sí. Quizá sea un buen resumen para entender qué ocurre en la película en su totalidad. Todo respecto a Tammy (Faye) es extremadamente complicado. No sé si es arrepentimiento exactamente, porque hay algo quizá más complejo en ello. Era una persona con una fe extrema, y lo que intento contar en la película, como actriz, es lo que ella ve pero también lo que otros veían en ella. La esperanza qué otros veían en ella. Lo que podemos ser a través del amor y cómo vemos a los demás. La realidad de lo que somos, al final. La película lidia con las diferencias entre el mundo de esperanza que ella quiere construir y el real, en el que vivimos. Sobre todo en Estados Unidos. Por eso me encanta la escena final.
-El maquillaje y las prótesis que ha tenido que llevar, ¿han hecho el trabajo de interpretación más fácil o más difícil?
-J.C.: Es muy difícil… Y es más fácil. Al principio del rodaje, todo lo que veía eran las dificultades. El maquillaje es una barrera y, como actriz, lo que quieres es sentir cada brisa, cada cambio en el ambiente para saber cómo reaccionar en el momento. Y, de repente, te ponen algo encima que solo dejaba al descubierto mis ojos. Cuando pierdes o cubres uno de tus sentidos, es como si los demás se agudizaran. El oído, por ejemplo, se me volvió muy eléctrico, muy activo en todo momento. Cubriendo, en cierto modo, quién soy, mi voz y mi expresión se volvieron todavía más fuertes, porque tenía que atravesar esa capa de maquillaje. Fue un obstáculo que, en cierto modo, me ayudó más todavía a conectar con el personaje.
-Había un riesgo en la película, con un personaje tan pintoresco, que es el de la parodia. ¿Fue difícil? ¿Hay algo de parodia, de hecho?
-M.S.: Puede ser, pero ni siquiera lo enfoqué de esa manera. Solo intenté, desde mi perspectiva y con lo que sabía, contar la historia que considero más fiel a la realidad. Más allá del “biopic”, que es lo que la gente me pregunta respecto a la sátira. De la mejor manera que pude, claro, y de la más intuitiva. No sé si al final, por ello, hay parodia. Solo he intentado, cada día, hacer las mejores escenas con las mejores intenciones. Día a día. Y en tu mente, vas montando el rompecabezas final para llevarlo todo al día. Nunca me paré a pensar “¿Cómo evito caer en esto?”, solo intenté ser fiel a la escena y contarla de la mejor manera posible.
-En la película, usted usa muchas reinterpretaciones. No tanto clips o recortes de periódicos, sino a sus actores…
-M.S.: Es una idea que venía del guion, porque queríamos alejarnos del tono estético del documental. Para eso está el documental y quien quiera puede acercarse a él.
-J.C.: Creo que para eso está el documental, sí. Nosotros estamos haciendo una reinterpretación del personaje, tal y como la vemos en 2019, que es cuando rodamos. Con suerte, está conectada con el ahora, con lo contextual, y con nuestra manera de ver las cosas ahora.
-¿Creen que Faye abrió el camino para que las diferentes iglesias cada vez acepten más a los miembros de la comunidad LGBTQ?
-J.C.: ¡Absolutamente! Estoy totalmente convencida de que, con la entrevista que vemos y tuvo lugar en 1985, Tammy salvó muchas vidas. Era el inicio de la epidemia del SIDA en Estados Unidos, y el gobierno no estaba haciendo realmente mucho, no se estaba implicando. Ni siquiera lo estaban afrontando como algo real. Cuando Tammy se enfrentó a su audiencia, la miró a los ojos y dijo que ser cristiano significaba también ser la sal de la tierra y apoyar a los enfermos… Y que como madres y padres había que seguir queriendo a nuestros hijos, sin importar su condición sexual, fue clave. Y eran tiempos en los que nadie, menos la cúpula de un canal cristiano, tocaba esos temas. Salir del armario era condenarse al ostracismo. Con sus errores, Tammy enseñó a mucha gente qué significaba ser empático, por eso hice esta película.
-¿Cómo ha llevado lo de cantar y bailar? Usted subió y borró un video suyo hace unos años cantando con el Ukelele de manera muy tierna…
-J.C.: ¡Solo hay un clip! Con el ukelele… dejémoslo claro. Me costó mucho subir aquel video. Es algo que me da muchísima vergüenza. Sobre todo con el acento y el tono de Tammy, que no tiene muchas variaciones. Ella empezó muy joven, entonces aprendió a cantar sin los sistemas de audio modernos. Era capaz de llenar una estancia entera con su voz. Tienes que aparcar tu vergüenza para hacer eso, y para mí fue muy complicado, fue un gran esfuerzo. Me sacudió de mi zona de confort.