Maquis: luces y sombras de la resistencia a Franco
Julián Chaves cuenta en su nuevo libro cómo «los del monte» libraron una batalla desesperada por sobrevivir en un medio hostil y sin futuro, ya que el franquismo se consolidaba
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El final de la Guerra Civil no determinó el fin de la disidencia en España: «Existió desde los orígenes de la dictadura, y en los primeros años se manifestó en las estribaciones montañosas y algunas ciudades (...) la lucha armada que no cabe calificar, de acuerdo con los términos empleados por la autoridades gubernamentales, como aisladas actuaciones de bandoleros. Todo lo contrario, tuvo unos protagonistas y una identificación política inequívoca que durante años supuso un continuo quebradero de cabeza para los responsables del orden público franquista», escribe Julián Chaves en las conclusiones de su libro «Historia del Maquis» (Ático de los libros), que vamos a seguir para recordar un fenómeno tan doloroso como olvidado.
El maquis fue una actividad armada contra la dictadura franquista que se desarrolló con ese u otros nombres desde la Guerra Civil hasta los 50 con episodios posteriores dispersos. El maquis en Francia es un ecosistema mediterráneo de matorrales, arbustos y zarzas propio de tierras incultas, de cerros y roquedales, y maquis o, en su conjunto, maquisard, se denominó en Francia a los que se echaron al monte para resistir la ocupación alemana. Durante la Guerra Civil, soldados del Ejército republicano que no quisieron rendirse y personas comprometidas por su ideología o actividades se refugiaron en las breñas para combatir o, sobre todo, escapar del nuevo régimen; se les llamaba «los huidos» o «los que se echaron al monte» o «los del monte». Los numerosos autores que se han ocupado de ellos no han acordado una cuantificación: fueron, quizá, un millar o poco más, paulatinamente agrupados en pequeñas partidas dispersas por las montañas de Cantabria, Asturias, Galicia , León, Extremadura, Andalucía, Levante y Cataluña.
Trataron de ejercer algún adoctrinamiento en sus zonas e, incluso, imprimieron octavillas y panfletos, pero lo básico fue la supervivencia: esquivar a la Guardia Civil y superar el hambre, el frío y la miseria. Su actividad tuvo dos facetas: política (sabotajes, asesinatos de sacerdotes, 14, y personalidades de cierto relieve) y supervivencia (atracos y secuestros económicos, asaltos a cuartelillos de la Guardia civil en busca de notoriedad y armas). Los intentos de control político por parte, fundamentalmente, del PCE, tuvieron escaso éxito: las directrices políticas pecaban de distanciamiento con la durísima vida en el monte; y, si llegaban emisarios, solían chocar con el liderazgo de los que llevaban años en las breñas y, con frecuencia, terminaban en disputas, divisiones o adaptación de los enviados a la precaria realidad. Para evitar problemas, las diversas agrupaciones prohibían el proselitismo.
Planes para huir
En general, fue la suya una lucha desesperada por sobrevivir en un medio hostil y sin futuro: el franquismo se consolidaba, tenía acuerdos con Gran Bretaña y Francia, y sus amigos del Eje llevaban la iniciativa en la Guerra Mundial. Muchos trazaron planes para escapar ¿Pero dónde? Tanto en Francia como en Portugal les hubieran entregado a Franco, por lo cual solo quedaba la opción de escapar y entrar clandestinamente en Francia o en sus colonias de Marruecos o Argelia. Por otro lado, la presión y la vigilancia de la Guardia Civil era cada vez mayor en las zonas campesinas en las que hubieran podido conseguir ayuda. Es cierto que, a veces, la Benemérita trataba de escaquearse de las durísimas operaciones de montaña, donde, además, había riesgo de recibir un balazo, pero eso se acababa cuando los huidos bajan a los pueblos y se aprovisionaban a costa del vecindario o de los propios guardias. Estos se jugaban el proceso e, incluso, la muerte por «cobardía ante el enemigo», como ocurrió en Mesas de Ibor a tres guardias a los que fusiló sin juicio ni confesión el teniente coronel Gómez Cantos, «El carnicero de Extremadura», en 1945.
Tras el desembarco aliado en Normandía (6 de junio de 1944), las fuerza alemanas del sur de Francia se replegaron dejando sin «trabajo» a muchos maquis (unos 10.000 españoles, entre ellos) y abriendo la expectativa de una rápida derrota del Tercer Reich. Para el exilio español, sobre todo en Francia, había llegado el momento de derribar al franquismo y para ello planificaron la «Operación Reconquista de España» contando con unos diez mil hombres que amagarían diversas invasiones para dispersar las fuerzas franquistas y lograr una fuerte penetración por el Valle de Arán, estableciendo una «zona liberada» bajo un gobierno provisional a la espera de una insurrección general en España y del apoyo Aliado.
Jesús Monzón, dirigente del PCE, corrió con la planificación política y el teniente coronel Vicente López Tovar, con la militar. El optimismo suscitado por la situación victoriosa en Francia les hizo olvidar que sus informadores en España habían advertido que ni se les esperaba ni se les secundaría. Peor aún, la operación suscitó tantos trajines que el contraespionaje franquista estaba al corriente de sus preparativos. Así, el general Juan Yagüe pudo contrarrestar la «Operación Reconquista de España» con unos 50.000 efectivos: dos divisiones de montaña y partidas de requetés y de falangistas de la zona, además de la Guardia civil y la Policía. Los guerrilleros hicieron tanteos a comienzos de octubre de 1944, pero el ataque principal se produjo el 17 en el valle de Arán con unos siete mil hombres, apoyados por blindados, artillería y morteros, pero fueron contenidos cerca de Viella, capital del valle.
El forcejeo fue breve: gravemente amenazados de cerco, los guerrilleros, obedeciendo órdenes de Santiago Carrillo, con instrucciones de Stalin, se retiraron el día 22 en situación penosa con temperaturas de hasta 20º bajo cero y comida escasa. Sus bajas, según fuentes del régimen, se elevaron a 129 muertos y unos 600 heridos contra 32 muertos entre los defensores. La orden de Stalin se debió a que sus fuerzas estaban comprometidas en el ataque contra Prusia y no podía aportar ayuda a los guerrilleros y, además, sabía que sus aliados anglosajones no desviarían un solo batallón para apoyarles –en caso de que hubieran querido hacerlo–, pues todo lo dirigían contra Hitler para acortar la guerra.
El fracaso no supuso una renuncia a la actuación armada –ahora ya casi únicamente del PCE– contra Franco. Los guerrilleros, popularmente llamados maquis, se encuadrarían, a partir de finales de 1944, en el Ejército Nacional Guerrillero y recibirían adiestramiento político-militar en las afueras de Toulouse. Se calcula que a través de los Pirineos o por mar penetraron en España más de seis mil, que, unidos a los que había aquí y a las nuevas adhesiones, pudieron llegar, quizá, a ocho mil efectivos. Entre 1945 y 1948 alcanzó su cénit la presión del maquis (unas cuatro mil actuaciones) que el régimen afrontó incrementando los efectivos de la Guardia Civil, apoyados por contrapartidas de la propia Benemérita que operaban en el monte y por sus Grupos Móviles a cuya vigilancia se unió la Guardia de Franco y el Somatén, y se dispusieron alicientes económicos o amnistías a quienes abandonaran el monte y se convirtiesen en colaboradores.
Aquellos años fueron los del terror en el monte por la virulencia de la lucha, por el miedo a las defecciones y a las delaciones, por la eliminación de las posibilidades de apoyo, por las leyes que endurecían las penas contra los apresados y los colaboracionistas identificados. La Guerra Fría, con la paulatina incorporación española al concierto internacional, evaporó las esperanzas que le quedaban al maquis y les fue privando de ayudas. El declive fue rápido: en Aragón desaparecieron en 1948, igual que en Madrid, Castilla-La Mancha y Navarra; sus últimas actuaciones fueron en Asturias, en 1951, y en Andalucía, 1952; en Cantabria, Juanín y Bedoya fueron los postreros en 1957; en Levante la resistencia final alcanzó 1960 y en Cataluña Ramón Vila «Caraquemada» murió en 1963 cuando el fenómeno maquis ya se estaba olvidando.