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La Reconquista sí existió

La Fundación Disenso publica un informe en el que demuestra la existencia de esta idea en el siglo VIII y rebate los argumentos de los que lo niegan y tratan de desprestigiarlo por razones ideológicas
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El pasado 13 de diciembre, con motivo de la celebración del ascenso al trono de Castilla de nuestra reina más universal –Isabel «la Católica»–, la Fundación Disenso publicó un informe en el que se analiza la existencia de una idea de España en la época de la Reconquista. No en vano, con la rendición de Granada el 2 de enero de 1492, puede aceptarse que se produce el final de dicho periodo histórico. La simple pregunta de si en los diferentes reinos de la Península Ibérica se tenía una idea de España durante la Edad Media podría parecer una bobada para el lector medianamente avezado, sin embargo, en el ámbito histórico no es así.
De hecho, una de las principales aportaciones del informe es hacer accesible al público en general algunos de los debates más importantes sobre el concepto de Reconquista. Recuerdo, para ilustrar al lector, que cuando era estudiante de tercero de licenciatura en la Universidad de Valencia, Enric Guinot, catedrático de Historia Medieval que impartía la clase de Història Medieval del País Valencià, afirmaba que el concepto Reconquista era «facha» y que, en consecuencia, deberíamos utilizar el de «conquista feudal».
Sin saberlo o, mejor dicho, con intencionalidad política y nacionalista, Guinot –como la mayor parte de su departamento, se movían en las coordenadas de quienes proclaman la existencia dels «Països Catalans»– negaba la existencia de una idea de continuidad entre la Hispania visigótica y la que, posteriormente, se iría conformando en torno a las diferentes coronas peninsulares (Portugal excluida).
Sin embargo, la caída de la Hispania visigótica generó un clima de pánico y desolación que, como se puede constatar en torno a fuentes como el «Poema de Fernán González» (1250), eclosionaron en el desarrollo de una conciencia colectiva de angustia y de crisis por la destrucción de «Espanna». Otros textos como la crónica mozárabe también ahondaron en esta catástrofe colectiva y, utilizando mitos clásicos como la pérdida de Troya, Roma o Jerusalén, apuntaron en este caso no a una ciudad sino a una colectividad que, según afirma el propio texto, ya se reconocía a sí misma y era reconocida por otras.

Continuidad

Además, conviene subrayar que la continuidad entre la España visigótica y la de los diferentes reinos cristianos se establece en la medida en que la pérdida de la primera no es vivida por parte de los segundos como «definitiva o irreversible» y en tanto y cuánto guio la política de los diferentes reinos en torno a la idea de su «recuperación» o «restauración» sin, por ello, excluir pactos puntuales que pudieran establecerse con diferentes poderes musulmanes y, también, sin negar las hostilidades que, en algunas ocasiones, aquejaron a los propios reinos cristianos entre sí. Es más, en estos textos cronísticos, reyes de diferentes coronas como Alfonso el Batallador de Aragón o Sancho el Fuerte de Navarra, figuraron como reyes de España.
Pero si hay algo que podemos concluir de la lectura del informe es que los españoles hemos vivido e interpretado nuestra historia, muchas veces, cayendo en la excepcionalidad respecto al resto de países europeos. En este caso, los historiadores siempre se han planteado (excluyendo a los territorios de la actual Cataluña, dada la influencia que Francia tuvo sobre ella al convertirla en la Marca Hispánica) si España tuvo feudalismo o no y si éste, al igual que en épocas posteriores con la «Revolución Burguesa» y el liberalismo, tuvo una débil implantación o no.
Con ello en lo que se caía era en un tipo de interpretación que ha abundado en nuestras diferentes historiografías: Francia era el modelo de feudalismo y también de revolución contra el Antiguo Régimen. Y como nuestra evolución política no era similar, de ello se deduciría que en España ocurrían cosas «excepcionales» que nos apartaban de la modernidad que representaba Europa a través de los franceses.
Ello, además, nos habría abocado al desarrollo de una forma de «Antiguo Régimen» propia en la que la Monarquía adquiría un peso superior, obviando, con ello, que la monarquía francesa se va a caracterizar, ya desde el reinado de Felipe el Hermoso por favorecer un proceso de concentración del poder similar al que hicieron los monarcas castellanos o de la Corona de Aragón.

Enfoques materialistas

El cuestionamiento del uso del concepto de Reconquista comenzó a finales de los años 60 del siglo pasado y estuvo marcado, al igual que este tipo de interpretaciones, por la aparición de los enfoques influidos por el materialismo histórico. Serían éstos y, por tanto, la aplicación del marxismo en el análisis de la historia de nuestro país, los que comenzarían a abonar la tierra de la «teoría de la excepcionalidad».
Así la España medieval impulsaría un «proceso de depredación» por la clase feudal cuyo único interés era apropiarse de Al-Ándalus por la fuerza. La Reconquista no sería sino una «superestructura de origen ideológico» que serviría para encubrir los actos de rapiña y de hegemonía de los poderes políticos cristianos. Otra de las teorías sobre la Reconquista es la que atribuye su origen a la influencia de la orden de Cluny. En el ámbito historiográfico ha sido conocida como teoría del «origen francés» y plantea que la idea nacería en el siglo XI d.C. Sin embargo, los documentos que atestiguan la influencia de los franceses en las diferentes cortes de los reyes castellanos demuestran que éstos estaban presentes ya des del siglo IX d.C.
Finalmente, tampoco podemos juzgar como una unidad a un proceso que duró ochocientos años y que la Reconquista como concepto puede estar sometida a diferentes tipos de variaciones. Pero lo que sí que es evidente y se demuestra es que en los diferentes reinos peninsulares latía una idea común de España. Ya fuera por necesidades de legitimación o, tal y como apuntan las crónicas, por una conciencia real de pérdida de un espacio que ya tenía una cierta conciencia de sí mismo, siempre ha estado presente la recuperación de una cultura que se concebía como perdida desde la caída de la monarquía visigótica.
Emilio Daniel es Historiador y graduado en Ciencia Política

La historia de los nuevos guardianes del pasado

Por Jorge VILCHES
No son buenos tiempos para la Historia como disciplina. La cultura de la cancelación, el presentismo y el adoctrinamiento se han establecido como formas de entender y transmitir el pasado. El modo de pensamiento ideológico se ha impuesto en la Universidad, y los estudios se emprenden con una función reivindicativa o moralizante. El manejo de la neolengua es más importante que la pulcritud en el correcto uso de los conceptos, y moverse en la corrección política es conveniente. El historiador militante parece a veces que ha sustituido al historiador profesional.
Esto es el resultado de una hegemonía cultural que, como ha sido siempre, crea su propia interpretación de la Historia. Esto obliga a demoler el paradigma anterior. El proceso comienza con el lenguaje. Así lo contó el filósofo Gadamer hace décadas tomando ideas de Kant: interpretamos el mundo con las palabras que tenemos a mano. Si el historiador metido a transformador social, o el político que se pone a historiar, quiere esa hegemonía tiene que cuestionar los conceptos en los que se basa el paradigma contrario.
Ahí es donde entra la utilidad del determinismo cultural para la deconstrucción. Todo lo que creíamos saber, dicen, no es verdad, sino un producto cultural. Escritores, artistas, pintores y músicos, entre otros, son definidos como “constructores culturales” que, intencionadamente o no, nos inocularon lo que interesaba a los poderosos. Así, porque somos ingenuos, no como ellos, nos colaron grandes personajes a modo de ejemplarizantes santos laicos, gestas inolvidables de tiempos remotos, victorias sobre el secular enemigo, y un destino universal.
Frente a la vieja memoria oficial de Estado, los transformadores sociales, progresistas ellos, quisieron imponer otra más acorde a su ideología, que fuera única e indiscutible. La oligarquía, dijeron, construyó un relato nacional para incautos aferrado a mitos; es decir, a falsedades sobre el pasado para dar cuerpo a una retórica política. Por esa nación inventada se moría y vivía, se pagaban impuestos, y se soportaba el poder y su legislación. De ahí que los nuevos guardianes de la Historia se vean en la obligación política de destripar el viejo relato nacional y construir uno auténtico.
Lo primero, digo, son las palabras. Se trata de poner en cuestión las usadas por el enemigo para desmontar su paradigma. No obstante, aviso, esto es hacer ideología, no historia. Una de ellas es la de “Reconquista”. Es cierto que el relato conservador e integrista vio la Reconquista, que verdaderamente existió, como la manifestación de la identidad nacional: un pueblo levantado contra el invasor en defensa de su fe e independencia, de sus fueros y su tierra.
Por contra, ahora, la historiografía progresista dice que el relato de la Reconquista es “nacionalcatólico” y “franquista”, y que nunca debió ser construído. Alega que aceptar hoy dicho término supone establecer buenos y malos españoles, despreciar la inmigración, el multiculturalismo y la alianza de civilizaciones. Es más; hay algún historiador nacionalista andaluz que ve en la historia de la Reconquista un genocidio de los musulmanes.
Todo esto no tiene nada que ver con la Historia, que es el conocimiento del pasado a través de sus documentos, sino con la política actual. Viene siendo hora de reivindicar la libertad de cátedra y de investigación del pasado con rigor y sin partidismos.

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