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Ucrania-Rusia, una guerra que ya está contada

El Festival de Venecia premió en 2019 a Valentyn Vasyanovich por un filme apocalíptico, ”Atlantis”, que narraba una hipotética guerra entre los países vecinos en 2025
fotoLa Razón

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Un desierto de escombros; campos, que antiguamente se destinaron al trigo, convertidos en la nada más irrelevante; un cráter de bomba detrás de otro; cielos tan plomizos como la existencia a ras de suelo; minas (y, por extensión, vidas) abandonadas a la carrera que ahora son aprovechadas por hombres de rapiña; agua potable que brilla por su ausencia y demás miserias de un amplio abanico.
En definitiva, unas tierras cuasi apocalípticas destinadas a albergar a algún Will Smith de turno, enfundado en el traje de héroe, que salve a la humanidad de su extinción más inmediata. Podría ser el decorado de cualquier «blockbuster» americano. Pero no, esta vez no es así. Es una Ucrania de posguerra. Ni siquiera la real, por mucho que se le parezca. Es Mariupol, concretamente, esa ciudad desconocida para el 99,9% de los mortales hasta hace tres días. Pero Mariupol, repito, que, aunque se parezca al actual, como decorado.
Fue el paisaje que imaginó y rodó Valentyn Vasyanovich en una cinta de 2019, Atlantis. Porque no solo Matt Groening profetiza con sus Simpsons. Aquí, al director ucraniano, viendo los ánimos por la zona desde el envite ruso de 2014, le dio por pensar en cómo sería su país en un futuro no tan lejano, en un 2025 en el que los soldados de Putin habían ganado la partida al resto. El resultado, un erial humeante en el que Sergiy trata de sobrevivir de cualquier forma, en principio, llevando agua «buena» de un lado a otro.
Es la protesta en forma de filme con la que Vasyanovich trataba de advertir (hace tres años) de las nefastas consecuencias de una entonces hipotética guerra entre Ucrania y Rusia. Pues bien, la hipótesis ya no existe, es el presente; pero sí queda en el aire el desenlace del enfrentamiento. La pena es que aquí no hay un botón para darle al «pause» ni otro con el que llegar hasta el final en un santiamén. Ahora, la lastimosa actualidad ha hecho que la película, que, entre otros, rascó premio en Venecia’19, vuelva a estar en la picota de los medios y de los espectadores, e incluso haya sido rescatada para algunas salas, como el cine Reflet Medicis de París, donde se proyectó la semana pasada con un fin benéfico (ayudar, precisamente, a las víctimas del conflicto).
Parece que las ficciones van un paso por delante de las realidades del este de Europa. Si bien Vasyanovich se sumergió en una trama que ya hace tiempo que no sonaba tan descabellada, sí parecía más irreal que el actual presidente, Volodimir Zelenski, cumpliera la fantasía de Servant of the People (serie que protagonizó): ser el elegido para encabezar a su país, aunque ahí en su CV aparecía como profesor de Historia. Así, con la mente de Putin muy lejos de nuestro alcance imaginativo, solo nos queda confiar en que las grabaciones de Sean Penn, presente en Ucrania los días previos al estallido y también testigo de los primeros bombardeos, tengan bastante más de esperanzador que de terror.