Leo Bassi estrena nuevo espectáculo, "70 años"

Leo Bassi: “Da gusto ver la cara de la gente llena de mierda de vaca”

El “showman” huye de la etiqueta de provocador y celebra los 70 años subiéndose al escenario de la Mirador con un montaje en el que hace balance de su carrera y donde reivindica la vitalidad de las personas mayores

Leo Bassi es un bufón, un chamán, un provocador, un “showman” y mil cosas más que le surjan por el camino. Y, entre unas y otras, está de celebración por partida doble: 70 años de vida, que festeja con un espectáculo (70 años: Leo Bassi) en la Sala Mirador (hasta el 27 de marzo) que se mueve entre la reivindicación de los mayores y la confesión; y 10 años de la fundación de la Iglesia Patólica, donde ejerce de único profeta. “Es mi pequeño lugar”, dice de una capilla, en mitad de Lavapiés, de apenas 40 butacas, pero que arremolina a otras tantas personas en su puerta para curiosear cada una de sus liturgias.

Un museo de los payasos que venera a una cosa tan inocente como los patos de goma, “un chiste”, pero que sirve para que Bassi continúe la tradición familiar: “La de tirarse al suelo y decir tonterías. Quería sacralizar eso porque representamos algo importante. Los payasos siempre hemos mantenido la alegría”. Será por ello que, en esta década, ya ha oficializado más de 200 bodas y cuatro funerales. “A veces cuesta mantener el tipo y la risa. Es fuerte”, reconoce.

−70 años, felicidades.

−Gracias. Me estoy sorprendiendo de la energía, vitalidad y ganas que tengo. Si hace treinta años me hubieran dicho que estaría con otro montaje a esta edad me hubiera resultado inimaginable. Lo voy haciendo todo y pienso: “¡Hostia, qué energía tengo!”.

−¿No pensaba llegar a esta edad?

−Pensaba morir joven.

−¿Por qué?

−Nací en Estados Unidos (Nueva York, 1952) y conocí bien el mundo de los hippies, progres, la juventud... Los viejos eran acabados. Lo que venía era diferente, la gente moría con el consumo de las drogas y la sensación era de que venían años precarios. Era un sueño de revolución permanente en la infancia. No había nada más. Había que quemar la juventud rápido con buena música y heavy metal. Las otras generaciones no existían.

−¿Qué deseo pide en este cumpleaños?

−Este espectáculo recoge mis deseos. Y ahora estoy en una investigación sobre los rituales, que me gustan más que la obra de teatro en sí. Estoy desarrollando unos rituales del neolítico en la Sierra, un espacio con dólmenes y menhires. Quiero que el teatro vuelva atrás, al ritual, no solo entretenimiento y ocio.

−No diga muy alto los deseo, que luego no se cumplen...

−Si tengo un deseo lo concreto y lo hago. No soy intelectual, vengo del mundo del circo por mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo. Tenían una carpa y viajaban para ser libres. Mi bisabuelo no quería trabajar en una fábrica, ni tener un dueño. Seguramente fuera muy anarquista. Solo quería entretener al público y hacer taquilla. El circo antes era un lugar en el que los sueños se cumplían.

−¿Ha perdido peso la cultura?

−Sí. Y es lógico porque tenemos cambios radicales en nuestra sociedad. Las redes sociales, la información inmediata, la posibilidad de opinar de todo, TikTok, Twitter... Lo que se llama Cultura, con “C” grande, que durante siglos era música, danza..., se está rompiendo. Ya no es un lujo de una minoría. Pero que eso esté bien o mal es otra historia. Hay muchas propuestas, se ha banalizado, se han perdido la altura y la fuerza de las verdaderas propuestas culturales. Aunque creo que es inevitable en este mundo de la Era Digital.

−¿Hay que obligar al espectador a enfrentarse al arte?

−Hay que dejar claro que se deben superar las pantallas. Y no voy a acusar a nadie porque yo soy el primero que está todo el día con el móvil. Pero conviene dedicar un par de momentos al mes para ir al teatro y estar a dos metros de alguien que te va a contar una historia. Volver al contacto humano, persona-persona, tener una voz enfrente, salir de la pantalla y obligar a vivir cosas en directo. Es urgente.

−¿Qué cuenta usted al público?

−Por un lado, les cuento qué pasa en el cuerpo cuando llegas a los 70, un balance de mi vida; y, a la vez, denuncio que esta sociedad de las pantallas se ha olvidado de los viejos. Exijo que me respeten por mis 70 años de experiencias acumuladas.

−¿No hay respeto al mayor?

−Puede que suceda de una forma inconsciente, pero no es sencillo entrar en el mundo digital a partir de los 60. Sientes que las nuevas generaciones te consideran atrasado. No sabes cómo hacer una firma digital o cómo grabar un vídeo para TikTok. No hay lugares en los que compartir con las nuevas generaciones. Las redes sociales son cosa de veinteañeros. Ellos son los dueños. A los treinta ya eres viejo. Va muy rápido esta historia.

−En ese punto coincide con el pensamiento hippy del que hablaba...

−Sí, le ocurre a cada generación. Pero se está acentuando por este nuevo mundo. Los “influencers” no tienen más de treinta años, son niños y niñas multimillonarios. Pocos tienen 70 y es lo que yo quiero ser. Este espectáculo va por ahí: reivindicarme y sorprender a los jóvenes con mi historia.

−¿Qué siente su cuerpo a esta edad?

−Muchos dolores. Pero uno se acostumbra. Era algo que ya sabía, pero vivirlo en primera persona es otra cosa. Te obliga a cambiar de costumbres. Aunque reconozco que es un placer descubrir una etapa nueva. Mi cuerpo ahora es una casa nueva. Nuevas exigencias. Es interesante y quiero estar a la altura. No es un retroceso.

−¿De dónde surgen sus espectáculos?

−De mí mismo. Estoy lleno de historias. No paro: la Iglesia Patólica, mi santuario dedicado a los patos de goma; cursos para descubrir tu payaso interior; otros montajes... Pensaba que la fuente se iba a quedar sin agua a esta edad, pero no.

−¿Ha dejado de ser un provocador?

−No creo que lo haya sido nunca. El resto del mundo era aburrido. Yo era el normal que buscaba sorprender e inventar cosas raras.

−Desde luego que reventar una mierda frente al público era raro, sí.

−Me divertía. Da gusto ver la cara de la gente llena de mierda de vaca. La gente esperaba horas para estar guapo delante de la cámara [de Crónicas marcianas]. Era muy cutre. Querían que sus familias los vieran guapos en la televisión, de público, pero... Entonces tenía muchos fans que eran niños. Otros, sin embargo, me odiaban.

−¿Y ya se acabó lo de manchar al espectador?

−No, se hace de otra manera. Esto también va a tocar al público. Mis provocaciones ahora son más grandes que nunca.

−¿Por qué?

−Les provoco espiritualmente, en su esencia.

−Otro tema. Hace no mucho estrenó Yo, Mussolini, una pieza sobre el auge del fascismo. ¿Sigue “in crescendo” este fenómeno?

−Y sigo haciéndolo. Cuando empecé, la idea era mofarme del fascismo y ridiculizar a su fundador. Ahora, cuatro años después, la situación es mucho más complicada. El fascismo de hace 90 años no puede volver porque los tiempos pasan, pero el fascismo muta siempre y va cambiando. Es un movimiento que nace del aburrimiento cuando la gente no consigue encontrar inputs para exaltarse, y necesita de alguien que le aporte grandes informaciones. Siempre va a existir. De todas formas, para luchar contra el fascismo solo se necesitan ideas y una sociedad sana que permita a la gente desarrollar su mente.

  • Dónde: Sala Mirado, Madrid. Cuándo: hasta el 27 de marzo. Cuánto: 14 euros.