El brutal canto de cisne del Japón imperial
“Onoda, 10.000 noches en la jungla”, desde los cines este viernes, y “Hierba”, desde el cómic y ya en librerías, cuentan sus últimos días de esplendor y barbarie del Japón más paranoide
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La coda bélica, esa que pone fin a la barbarie, se hace épica o icónica según su propio contexto. O, más bien, según quien lo explote. Sirva para ello un ejemplo explícito: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo...» no puede ser una simple sucesión de sintagmas en un libro de texto, hay en ello algo mucho más importante. De ahí que, cuando el ministro de exteriores japonés Mamoru Shigemitsu firmó la rendición en septiembre de 1945, no quedara espacio apenas para la duda: «De acuerdo con el Mando imperial, el 14.º Ejército ha dejado de combatir», se radió para todo el Pacífico, poniendo fin en su totalidad a la intervención nipona en la Segunda Guerra Mundial. En su totalidad, salvo para cuatro hombres.
Bajo el mando de Hiro Onoda, el octavo regimiento del batallón que permanecía sitiando las Filipinas ocupadas y disputándosela a los estadounidenses no dio por concluidas las hostilidades y siguió combatiendo a través de pequeñas incursiones y guerrillas hasta bien entrado 1947. La anécdota, de excentricidad casi anacrónica teniendo en cuenta cómo habían avanzado las comunicaciones para la época, se convirtió luego en leyenda: en las montañas de la isla de Lubang habitó, durante casi treinta años, un militar temible y mortal que se negaba a rendirse y que, demente, no volvió a su país natal hasta que no recibió la orden directa y personal de su teniente. Su historia en forma de exquisita ficción, convertida antes en epopeya por historiadores y trovadores que, ya en la década de los sesenta, le llegaban a comparar con El hombre de las nieves o el monstruo del Lago Ness, llega mañana a las carteleras de la mano del francés Arthur Harari, director de la nueva «Onoda, 10.000 noches en la jungla».
Riqueza cultural
«Fue mi padre quien me presentó a Onoda y a sus hombres, porque siempre leyó muchas historias de aventuras y exploradores. Quizá por ello la película tiene ese carácter, como el de una aventura que sale mal. Para documentarme, tuve acceso a un libro escrito en francés sobre la historia y de la época en la que el militar volvió a casa y que se me hizo apasionante. En cierta manera, me vi reflejado en esa relación estoica tan particular que Onoda llegó a desarrollar con la realidad», confiesa el galo en entrevista con LA RAZÓN, citando el trabajo documental de Gérard Chenu y Bernard Cendron, y antes de explicar cómo se las arregló para financiar una película de corte monumental (supera sin esfuerzo y con brío los 160 minutos de metraje) y rodada completamente en japonés: «La dimensión de la cinta pedía rodarla en su idioma original, pero el guion tenía que escribirlo en francés. Ahí entró en juego mi traductor, Yu Shibuya, que luego se convirtió también en mi asistente de interpretación durante el rodaje. Gracias a él aprendí a comprender el idioma japonés en sí, qué significa y cómo funciona el esquema mental de sus hablantes. La película implicaba un desplazamiento físico, pero también uno cultural hacia otro idioma y hacia otra forma de entender la vida que ha sido de una riqueza inesperada», añade sincero.
Presente en el último Festival de Cannes y premiada al Mejor Guion Original en los últimos César, los premios más importantes del cine del país vecino, «Onoda, 10.000 noches en la jungla» suscitó comparaciones con el cine de Werner Herzog, clave en esa concepción del héroe megalómano y febril en el séptimo arte: «Herzog, de hecho, quería hacer una película sobre Onoda y escribió un libro sobre el tema, “El crepúsculo del mundo”. Se llegaron a encontrar, como para sacar adelante un proyecto cinematográfico y no acabó cuajando», completa.
Si la película de Harari aborda el lado estoico del final del conflicto, el de la moral japonesa como valor férreo, su estreno coincide con la llegada a las librerías de nuestro país de «Hierba» (Reservoir), cómic de Keum Suk Gendry-Kim. Más cruda, bastante menos onírica y especialmente cruel en una manera de contar la realidad que, si acaso, solamente suaviza el horror, la novela gráfica de la autora surcoreana le ha valido más de veinte títulos de mejor cómic del año por abordar las barrabasadas imperiales.
Centrándose en la experiencia de su propia abuela, a la que conocemos en la obra como una simpática señora que vuelve a la actual Corea décadas después de la guerra, la acción vira hacia lo trágico: Lee Ok-Sun fue secuestrada siendo apenas una niña para ser una más de las «mujeres de consuelo», jóvenes prostituidas en el Imperio y normalmente movilizadas cual ganado entre las colonias del Japón esquizofrénico de la década de los cuarenta. Ambas historias, con origen en el año 1944, cohabitan como una coincidencia cinematográfica y editorial, pero hacen las veces de mapa del dolor de un pueblo que aprendió a olvidar.